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Pista “Cuidame el nene”

A principio del siglo XX el cine era una novedad poco frecuente entre las pequeñas localidades provincianas y José Cotti había encontrado su oficio. Así llegó a la Villa con sus proyectores y una carga de latas con películas y en el mismo Hotel Italiano donde se hospedaba armó su provisoria sala de cine. Desde allí comenzó a andar por distintos lugares llevando sus funciones cinematográficas. Pronto surgió la idea de instalar una sala de cine estable en la creciente villa que además reunía una importante comunidad rural. Una razón de peso fue que Hasenkamp era uno de los pocos pueblos que en esa época poseía una usina eléctrica propia y otra, que el amor le había llegado con Felisa la hija del dueño del hotel. Precisamente con la ayuda de sus suegros, Margarita y Miguel Bertignono, padres de su nueva esposa, compró un terreno en la manzana 14, lote “a”, que había pertenecido a Clemente Barco quien, a su vez, lo había adquirido de los Hermanos Hasenkamp y escriturado a su nombre en 1909. En la esquina de la entonces calle Uno y calle Cuatro, hoy Presidente Perón y 25 de Mayo, levantó su edificio para la sala de cine. El albañil contratado para la obra fue Guillermo Marcuzzo, uno de los constructores italianos que iba dejando su marca en edificios por la villa.    Era una construcción de dos plantas y balcón corrido en el frente, importante para esos comienzos de la década del ’40. Dos amplios ventanales hacia cada una de las calles de la esquina donde exponer los afiches de publicidad de las películas y una doble puerta que daba ingreso a un hall, un bufet, la boletería y la entrada a un amplio salón. Por una escalera se accedía a la planta alta donde se encontraba la sala de proyección del flamante “Cine Central”. En el lateral izquierdo del edificio había un gran espacio libre que pronto fue convertido en pista de baile. Antes del inicio de la proyección de la película una matiné danzante reunía a las familias de la Villa y de las zonas rurales. Con el tiempo el interés por el cine fue quedando atrás, en especial por la dificultad y el costo de conseguir películas nuevas que dependían de las distribuidoras de la ciudad de Santa Fe, por lo que solo quedaron las reuniones bailables. Los bailes comenzaban con las últimas luces del atardecer y la usina eléctrica de Federico Kochendoerfer le daba iluminación eléctrica hasta la medianoche. Cuando el baile se prolongaba, aunque nunca más allá de las tres de la madrugada, había que tener prevista una buena cantidad de faroles. Luego surgieron los grupos electrógenos como el que poseía “Sonido Belgrano” de Varisco y Treppo y equipos de sonido que funcionaban a batería como los utilizados por “Publicidad Hasenkamp” del maestro Hasin Esmedi. Estas reuniones danzantes eran todo un evento familiar. Sentados en mesas con mantel que circundaban la pista de baile, significaba todo un reto para los caballeros conseguir una dama para bailar. Había que acercarse a la mesa atravesando la pista, saludar a toda la familia, donde incluso hasta podían estar los abuelos, y pedir permiso para salir a bailar. Luego de un juicio por jurado se podía dar el veredicto de aprobación que permitiría a los jóvenes salir a bailar. El conjunto de bailarines mantenía un sentido del tráfico, es decir, todas las parejas iban girando alrededor de la pista en el sentido de las agujas del reloj ante la atenta mirada del sector mayor que vigilaba desde las mesas el andar de los movimientos. También era característico que los hombres mayores se reunieran en una mesa aparte para compartir una conversación y una copa, mientras que sus esposas ocupaban otra mesa junto a sus hijas para mantenerse informadas sobre aquellas noticias sensibles para la vida social de la Villa y, sobre todo, informarse con sumo detalle acerca de los posibles pretendientes de sus hijas. Esta participación familiar de los bailes tan común en las décadas del cuarenta y cincuenta, ha desaparecido en la actualidad y solo ha quedado restringida a determinados momentos y festividades del año como puede ser un cumpleaños de quince o una fiesta de casamiento. También ha contribuido a esto el hecho de que los hijos ya no consumían la misma música de los padres, ni la forma de vestirse e, incluso, la manera de bailar juntos había mutado a parejas sueltas. En esos tiempos los hombres, jóvenes o mayores, asistían a las reuniones bailables de saco y corbata, en algún caso la corbata era reemplazada por un pañuelo al cuello. Para el verano era frecuente que los sacos quedaran en los respaldos de las sillas. Por aquella época las orquestas que animaban los bailes iban transitando diferentes estilos. Estaba la orquesta típica que interpretaba tangos y milongas y la orquesta característica,iniciada por el músico Feliciano Brunelli, que buscaba incorporar distintas músicas bailables como pasodobles, marchas, valses, foxtrots, tarantelas, rancheras, música tropical y una variedad de ritmos que querían bailar aquellos que no se animaban con el tango. Según Julio Cortázar “Estas agrupaciones fueron el summun de la amalgama rioplatense de razas y culturas con un repertorio alegre y despreocupado de tangos, rancheras, valses criollos, milongas camperas, polcas, tarantelas y pasodobles”. Fue una síntesis musical y cultural entre el inmigrante, el migrante y el porteño, entre lo rural y lo urbano. Para los bailes de la Villa en la pista del cine, de los clubes o de las zonas rurales sobre un carro ruso con las parejas bailando alrededor, las orquestas reunían los temas de las típicas y las características. Pero el momento cumbre de los bailes era el carnaval con un público multitudinario que podía asistir disfrazado, con máscaras o antifaces si así lo deseaba y, a determinada hora de la noche, se jugaba lanzando agua perfumada, papel picado y serpentinas. Para esa época la Villa había tenido un importante avance poblacional con el desarrollo del acopio de cereal y leña junto a un creciente poblamiento rural con nuevos colonos, en especial la inauguración de la Colonia Oficial N°4 lo que había propiciado el crecimiento de una clase más acomodada económicamente. Acopiadores, comerciantes, profesionales, dueños de campos y ganaderos comenzaban a diferenciarse del resto de la población, empleados, peones, changarines, estibadores, y hacheros. Esta división de clases también se estableció en los bailes del “Cine Central” con dos pistas, una para la clase más acomodada y la otra más popular. Además de la calidad del mobiliario, las pistas de baile también se diferenciaban en que las familias de mejor pasar económico, por lo general, asistían al baile sin sus hijos pequeños, en cambió en la popular era común que asistieran familias enteras. Eran familias numerosas donde la madre podía tener un hijo de pecho y, a su vez, su hija mayor ya estaba casada y con hijos, por lo tanto, salir a bailar era turnarse para cuidar a los más pequeños. Madres, hermanas o suegras debían cumplir el rol de niñeras para que la pareja pudiese bailar algunas piezas juntos, por lo que en cada inicio de arranque de la orquesta lo que se escuchaba en el ambiente era: “Cuidame al nene”. La frase, de tan repetida, quedó y entre los habitués fue la nueva manera de llamar a esa pista de baile. Con el tiempo y los nuevos movimientos sociales, la división de clases fue desapareciendo y quedó una sola pista democrática para todo el público. José Cotti cerró finalmente su cine y el local fue alquilado por instituciones del pueblo. Primero lo ocupó el Club Atlético Hasenkamp y, para mediados de la década del cincuenta, fue la sede del Club Juventud Sarmiento. En esos años la pista volvió a revivir sus mejores épocas con los fabulosos bailes de carnaval de Sarmiento que reunieron multitudes y abrieron una nueva historia para viejo edificio de Perón y 25 de Mayo.

Sin novedad en el frente y Eduard Paul Hasenkamp

Las esperanzas de obtener el tercer “Oscar” se diluyeron poco antes de las once de la noche del domingo 12 de marzo cuando “Argentina, 1985” de Santiago Mitre, protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani no pudo contra la película alemana “Sin novedad en el frente” que se llevó el premio a “Mejor película internacional” en la 95° entrega de los Premios Oscar realizada en el Dolby Theatre de los Ángeles. La argentina había sido la más vista del cine nacional en el 2022 y estaba inspirada en la historia de los fiscales Julio Strassera (Darín) y Luis Moreno Ocampo (Lanzani) que en 1985 llevaron adelante el juicio a la Junta de la última dictadura militar. Era la octava en competir oficialmente como nominada al máximo galardón de la Academia donde ya habían triunfado “La historia oficial” en 1985 y “El secreto de sus ojos” en 2009. La película ganadora también se basa en hechos reales, en este caso en la Primera Guerra Mundial, pero desde un lugar poco difundido por el cine, el bando alemán. Su nombre y su historia provienen de la novela homónima que Erich María Remarque (sinónimo de Erich Paul Remark) publicara con gran éxito en 1929. Al año siguiente, el director estadounidense Lewis Milestone la adaptó por primera vez y ganó el Oscar a la mejor película y al mejor director, convirtiendo la historia en un clásico del cine bélico. La segunda adaptación de la novela fue para la televisión, en 1979 con producción inglesa y estadounidense. La actual versión, dirigida por Edward Berger, trae la novedad de ser la primera adaptación cinematográfica en idioma alemán hecha por alemanes. “Sin novedad en el frente” cuenta la historia de Paul Bäumer, un joven alemán de 17 años que finge la mayoría de edad y se alista, junto a un grupo de amigos, para combatir en la Gran Guerra de 1914. Su entusiasmo patriótico inicial pronto choca con la dura realidad del frente de combate en el norte de Francia en un laberinto de trincheras donde se van a consumir tres millones de cadáveres y durante cuatro años apenas tuvo insignificantes avances y retrocesos territoriales. A su vez, en paralelo, se presentan las intrigas palaciegas alrededor de la firma del armisticio donde contrastan las posturas de políticos y militares y, en el frente de batalla, de oficiales y soldados rasos. Al igual que la novela, la película de Berger es una obra contra la guerra. Es el relato del derrumbamiento moral de los jóvenes reclutas del Ejército Imperial donde los militares aparecen como culpables de esa tragedia a causa de un belicismo desconectado de la realidad de las personas que empuja a una lucha desquiciada hasta el extremo de las condiciones de supervivencia. Como un inventario de atrocidades se describe la ferocidad de las novedades tecnológicas del momento, los bombardeos, la aparición de los primeros carros armados, los morteros, los gases letales de la guerra química y los lanzallamas con el recurso atroz de quemar vivos a los soldados enemigos Pero la novela antibélica de Remarque en 1929, ni la premiada película de Lewis Milestone al año siguiente, con sus detalladas descripciones de las atrocidades que llevaron a la muerte a 16 millones de personas ayudaron a impedir que, solo veintiún años después, los mismos rivales fueran a una guerra aún más atroz. Argentinos en la Gran Guerra Además de generar una importante movilización económica y militar, que suelen ser sus causas fundamentales, la guerra, provoca también una gran movilización cultural dada en desplazamientos de poblaciones tanto de refugiados como de combatientes. Para los países beligerantes todos los ciudadanos que hubiesen emigrado y los hijos nacidos en otros países podían ser incorporados a sus ejércitos basados en el “Ius sanguinis” o derecho de sangre. Por el contrario, en Argentina se aplicaba el “Ius solis” o derecho de suelo por el cual cualquier persona obtenía la nacionalidad por el solo hecho de nacer aquí. Para 1914 los inmigrantes residentes constituían casi el 30% de la población del país y alrededor de la mitad de los habitantes de la capital. La colectividad más numerosa era la italiana, seguida por la española, y a mayor distancia por las comunidades francesa, rusa, sirio-libanesa, austro-húngara, británica, alemana y suiza. Algunos datos indican que los enlistados serían de 4.852 en Gran Bretaña, 5.800 en Francia y 32.430 en Italia. En cambio, de la movilización de alemanes y austrohúngaros no hay muchos datos. Al parecer, no fue muy numerosa ya que muchos no pudieron eludir el bloqueo naval para llegar a Europa. La convocatoria desde los países de origen comenzó apenas iniciada la guerra y sus movilizaciones fueron secundadas por instituciones comunitarias creadas a partir del conflicto o por los comités patrióticos que desplegaron múltiples acciones de concientización y recaudación de fondos para financiar el viaje de los soldados y, en algunos casos, ayudar a mantener a las familias que permanecían en el país. A pesar de que los dos presidentes argentinos que gobernaron en esos años, Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen, adoptaron la neutralidad frente a la guerra, la sociedad se volcó mayoritariamente en favor de los aliados, especialmente de Francia, que desde el siglo anterior constituía el modelo político y cultural de las elites criollas. A comienzos de 1917, Alemania inició una guerra submarina irrestricta atacando a todo barco que navegara cerca de Gran Bretaña, Francia e Italia, incluso a los de países neutrales. Esta acción, que perjudicaba sus intereses, empujó el ingreso de los Estados Unidos a la contienda que, a su vez, inició una campaña de presiones diplomáticas y económicas sobre las naciones de América Latina para sumarlas a su política exterior. Al mismo tiempo, los submarinos alemanes hundieron tres buques cargueros argentinos entre abril y junio. Primero fue la goleta Monte Protegido que transportaba lino, luego el velero Oriana y el Toro con un cargamento de carne, cueros y lana. Esos incidentes fueron utilizados sin éxito por los Estados Unidos para incitar a la Argentina a abandonar la neutralidad. Un Hasenkamp en la guerra Los hermanos Eduardo y Federico Hasenkamp se habían instalado en Entre Ríos en 1883 al comprarle 5.996 hectáreas al exgobernador Ramón Febre ubicadas entre los distritos de Antonio Tomás y María Grande Segunda donde establecieron su estancia “Los Naranjos”.  Eduardo estaba casado con Catalina Taligas con la que no tuvo hijos y su hermano Federico, que era soltero, debió regresar a Alemania en 1889 a causa de la salud de sus padres. Durante su permanencia en Europa contrajo matrimonio con Gertrudis Hillmer y, al fallecer sus padres, regresó a la Argentina. Su esposa se encontraba embarazada y, tal vez, por el desarraigo y el largo viaje, su hijo falleció al nacer. En la tranquilidad campesina, dos años después, se concretaría el nacimiento de la primera hija Catalina Elisa quien sería esposa de Mauricio Ziegler y daría la descendencia actual de los fundadores. Luego, en 1896, nacería Germán Juan quien se dedicaría a las Ciencias Económicas, sería funcionario público y el administrador final de la estancia. Finalmente, el menor, Eduardo Pablo cuya breve vida será una trágica réplica a la del joven protagonista de “Sin novedad en el frente”. Eduardo Pablo, nació el viernes 21 de enero de 1898 en la estancia “Los Naranjos” donde creció en una familia que intentaba mantener sus costumbres alemanas, rodeado de las vivencias del campo argentino. Acompañar a los peones en las tareas, aprender a montar y el uso del Winchester o del Remigton que acompañaban cada salida por la estancia en una época de cuatreros o posibles animales salvajes. A los ocho años lo sorprendió la llegada del ferrocarril y el asombro de las máquinas y los obreros de la “The Entre Ríos Raywals Limited” colocando las vías de la línea Crespo-Campos Hasenkamp y construyendo el edificio de lo que sería “Estación Hasenkamp”. Mientras la terminal ferroviaria, con el trazado urbano de los hermanos fundadores, se convertía en una creciente villa, el pequeño Eduardo recibía instrucción alemana en la misma estancia con su madre y su tía y alguna institutriz como maestras. Tal vez, también pudo haber sido alumno de la primera escuela de la Villa que en 1909 abriera el maestro español Francisco Agüera Porra. En 1912, al cumplir los catorce años, partió hacia Alemania para completar sus estudios al igual que lo había hecho su hermano Germán a la misma edad y que aún se encontraba allí. Al año siguiente, su hermano regresó a la Argentina y Eduardo permaneció en el antiguo colegio de Dermold, la capital del distrito de Lipe. Pocos meses después, su vida junto a la de millones de jóvenes cambiaría rotundamente. Es en este tiempo en que su historia se enlaza, en notables coincidencias, con la del autor y con el protagonista de “Sin novedad en el frente”. Eduard Paul Hasenkamp y Erich Paul Remark (nombre original del escritor) habían nacido en 1898 con muy pocos meses de diferencia. Compartían edad también con Paul Bäumer el personaje de ficción de la novela. Los tres eran estudiantes cuando estalló la guerra y fueron convocados. A los 16 años se alistaron como voluntarios empujados por las arengas de los docentes y un sistema educativo que en ese momento promovía el orgullo nacional y el militarismo en todas sus aulas. En el frente de batalla, Hasenkamp y Remark cayeron heridos gravemente en combate y, mientras se recuperaban de sus heridas, ambos fueron designados a cumplir tareas administrativas en diversos destinos. Ya restablecidos, son enviados nuevamente al combate en 1918. Eduard Paul en mayo regresa al frente con el grado de Subteniente de la Décima Compañía del Regimiento de Infantería de la Reserva N°36 y Erich Paul en octubre, a un mes del fin de la guerra,al Frente Occidental con el Primer Batallón de Reemplazo de Osnabrück. Los dos jóvenes combatientes se habían destacado en la batalla, a tal punto que ambos recibieron la Cruz de Hierro por su valor. Aquí se separan las historias porque Erich Paul Remark sobrevive al atroz frente de batalla en las trincheras para convertirse en escritor y autor de reconocidas novelas con el seudónimo de Erich María Remarque. Mientras que el joven Eduard Paul Hasenkamp combatió en el sector de Le Mort Homme en las colinas de Verdún, donde se dio el enfrentamiento más cruel de la Gran Guerra en el que las malas decisiones militares hicieron del combate una lucha agónica entre trincheras durante diez meses de atroces combates con el trágico record de ser la batalla más larga de la historia con alrededor de 750.000 bajas. Después de 303 días las fuerzas aliadas compuestas de ejércitos británicos, franceses, belgas y estadounidenses iniciaron la ofensiva final en un ataque escalonado. Al mediodía del 26 de septiembre de 1918 al sudoeste de Gercourt cayó en combate Eduard Paul Hasenkamp a los veinte años de edad. Terminada la guerra, la noticia atravesó el océano llegando a las lomadas entrerrianas, donde un anciano Federico Hasenkamp recibió el duro golpe. Según relatos de una joven cocinera de la estancia, don Federico reunió a los empleados y peones en el patio para comunicarles la noticia del fallecimiento de su hijo “Hilo”, como solían llamarlo, y les solicitó que esa semana en señal de duelo no hubiese música y se hiciese silencio. Sobre la pared de una de las salas del Museo Regional “24 de Agosto” de la localidad de Hasenkamp se encuentra un amplio retrato de Eduardo Pablo Hasenkamp que guarda en uno de sus ángulos inferiores la Cruz de Hierro, máxima condecoración que el Imperio Alemán le otorgó a su héroe de guerra, muerto en combate. Cayó en octubre de 1918, un día tan tranquilo, tan quieto en todos los sectores, que el comunicado oficial se limitó a la frase: «Sin novedad en el frente». Había caído boca abajo y quedó, como dormido, sobre la tierra. Al darle la vuelta pudieron darse cuenta de que no había sufrido mucho. Su rostro tenía una expresión tan serena que parecía estar contento de haber terminado así. Sin novedad en el frente…

El Hogar Feliz de Amada

El edificio de la esquina de 3 de Febrero y Sarmiento tiene la característica de ser la primera casa de ladrillos construida en la Villa a principios del siglo XX por Sebastián Bogado. Con el tiempo sus descendientes, Fausto e Higinia Bogado comenzaron a alquilar el salón que se encontraba en el frente para la instalación de distintos comercios. Durante muchos años funcionó allí la Compañía Telefónica hasta que, en 1960, fue alquilado por Amada Pereyra de Acedo quién abrió un comercio al que llamó “Hogar Feliz”. Doña Amada era hija de Elena Kober, una descendiente de los primeros inmigrantes alemanes radicados en la Colonia Cerrito, y de Silvano Pereyra, cuya familia poseía campos cerca de la colonia. La Colonia Cerrito fue fundada el 10 de marzo de 1882 para recibir al primer contingente de extranjeros que el 19 de mayo de ese año arribó al puerto Curtiembre en el vapor “Golondrina” de la empresa Nicolás Mihanovich S.A. que hacía el trayecto Buenos Aires-Asunción. Era uno de los denominados “vapor de las carreras”, que habían recibido ese nombre por la carrera de vapores de las distintas compañías que en el río Paraná y Uruguay competían por llegar primero a sus destinos. Un grupo de inmigrantes alemanes había arribado el 2 de mayo al puerto de Buenos Aires en el vapor inglés “Rose” procedente de Amberes, Bélgica, junto a diez familias compuestas por cuarenta y cuatro personas. Originalmente estas familias se dirigirían al Paraguay con el fin de establecerse en la colonia San Bernardino de dicho país, pero al llegar nadie los esperaba por lo que decidieron quedarse en Argentina y allí fueron contactados por la Sociedad “La Colonizadora Argentina”, que había fundado la Colonia Cerrito en el departamento Paraná de la provincia de Entre Ríos. Dentro de estos inmigrantes estaba Ida Wagner de Schroeder que al enviudar se había casado con Otto Kober, y llegaba con sus cuatro hijos alemanes, Federico, Carlos, Elisa y Berta. Luego nacerían las dos hijas argentinas, María y Elena. En la flamante Colonia Cerrito fueron ubicados en el lado oeste de la primera fracción de campo otorgados a la colonización, entre los arroyos Tamberas y María Chica. Allí iniciaron su vida de colonos en la nueva tierra hasta que los hijos crecieron y comenzaron a dispersarse. Elena Kober, la menor de las hijas, casada con Silvano Pereyra, sería una de las primeras propietarias de la Villa. Por la década de 1910, Juan Bresán había comprado el lote c de la manzana 7, un terreno de 50 x 50 metros, del cual le vendió la mitad a Elena. El nuevo lote tendría 50 metros por Calle 4 (hoy 25 de Mayo) y 25 metros por Boulevar Libertad (hoy Ramírez). En este lugar, muchos años después, viviría la familia Acedo. Su hija, Amada Pereyra, se casó con Lorenzo Acedo, un español de Navarra, quién, luego de un tiempo como colono en la Colonia Oficial N°4, se estableció junto a su esposa e hijos en Hasenkamp explotando el Hotel Italiano que había pertenecido a los Bertignono. Tiempo después, Amada abrió su comercio el “Hogar Feliz” en la céntrica esquina de 3 de Febrero y Sarmiento y se dedicó a la venta de artículos de plástico para el hogar y adornos de plantas y flores. Su hijo, Carlos, desde los 12 años hasta los 20 había sido dependiente de la zapatería Chantecler que se encontraba en la esquina de enfrente. Al regresar del servicio militar, invirtió la indemnización que había cobrado de su antiguo empleo en el negocio de su madre y comenzó a trabajar en el local. Un conocido de su padre de apellido Noe, que tenía en Paraná un negocio de artículos para el hogar, comenzó a proveerlos de mercaderías. Poco después le incorporaron el rubro tienda con telas por kilo que traían desde Buenos Aires por ferrocarril. Con el tiempo, Carlos habría de instalar su propio negocio “Tienda Acedo” en el local en que antes estuvo ubicada la zapatería Chantecler donde había sido empleado tantos años. Luego construirá un local propio en la calle Sarmiento donde funcionará su tienda por muchos años hasta su retiro. Actualmente, su hija Lorena tiene un comercio llamado “Amada Rosa” en homenaje a su abuela Amada Pereyra de Acedo.

Marcas para proteger la propiedad del ganado

Los principales aspectos de la norma son los siguientes: los propietarios debían presentarse con sus respectivas marcas ante los alcaldes de hermandad y jueces territoriales de su correspondiente distrito, quienes serían los encargados de tomar una razón del nombre y apellido de cada dueño de marcas, el lugar de su vecindad, las señas que usaban en sus haciendas y, por último, estampar la respectiva marca. Todo ello debía quedar registrado alfabéticamente en un libro “formal en blanco que costeará el Poder Ejecutivo de los fondos del Estado”. Practicados los registros pertinentes, se confeccionarán “mapas de todas las marcas observando el orden alfabético y a la inmediación de cada una de ellas el nombre y apellidos del propietario con sus respectivos números en papel de marquilla: a más del mapa original que debe estar archivado, cuatro restantes departamentos”. Una historia de marcas y señales Desde que el ser humano domesticó a los animales y le asignó un valor de mercado se preocupó por garantizar su posesión, de individualizarlos. Como se trata de semovientes que pueden escapar de su dominio y ser apropiados por otra persona que alegue posesión de buena fe, idearon formas de identificarlos mediante marcas o señales. Por cierto, esas rúbricas a fuego también se aplicaron para consagrar propiedad de los esclavos. Las marcas, posteriormente, desembocaron en la fórmula utilizada para legalizar la pertenencia del ganado de forma oficial. Para tener una idea, los registros más antiguos se remontan a 9.000 años antes de Cristo, con muy diversos sistemas para señalar a los animales. En 1576, ya instaurada la Gobernación del Río de la Plata dependiente del Virreinato del Perú, fue decretada la obligatoriedad de marcar el ganado. Juan de Garay y su yerno Hernandarias fueron los primeros estancieros en el Río de la Plata y la primera “yerra” precisamente se realizó ese año en Santa Fe la Vieja. La rigurosidad de esta legislación llevó incluso a que en 1606 se decretarse en Buenos Aires la prohibición de sacrificar o vender cualquier animal que no estuviese marcado. Para controlar las actividades ganaderas, el Cabildo de Buenos Aires creó en 1609 una oficina exclusiva para el registro de marcas y el primer ganadero registrado fue Manuel Rodríguez, cuya marca tenía dos bastones cruzados. Ya en ese entonces se diferenciaba entre “señal”, hecha en la oreja del vacuno u ovino, y “marca” al signo aplicado en cualquier otra parte del cuerpo. Para los ganaderos de entonces la marca significaba mucho más que la identidad de sus reses. Era también una señal de su reputación, un escudo de armas y de cada historia familiar porque, con el agregado de algún símbolo al pasar de padres a hijos, las marcas se heredaban de generación en generación. Una tradición sostiene que el término cabayú cuatiá, que nombra al arroyo que rodea la ciudad de La Paz, significa “caballo marcado”, refiriéndose al caballo con dueño, señalado con la marca de hierro sobre su piel, por oposición al orejano. La yerra La yerra era el momento en que los vecinos se reunían para llevar a cabo las tareas de marcación de los animales y también la señalada, descornado y castración. Era la oportunidad para demostrar las destrezas criollas y festejar el encuentro. Martiniano Leguizamón, con su maestría, nos deja un vívido retrato de las yerras de antaño. “En un descampado del pajonal, como un manchón moviente de bigarrados colores, mugía el ganado y se apeñuscaba chocando las astas, para mirar con esos ojos enormes y mustios que parecen henchidos de la apacibilidad de las praderas, al grupo de jinetes que andaban eligiendo los terneros orejanos. Un vaho tenue, formado de alientos, flotaba sobre aquella masa uniforme que agujereaba al pronto, la aguda cornamenta de algún toro al levantarse bramando amenazador. Hacia un costado del rodeo, una carreta desuñida alzaba en la diafanidad azulada, el crucero del pértigo; al lado, ardía el braserío de una fogata donde se calentaban las marcas, y en torno, varios mozos de catadura y vestimenta diversas, se movían con desgano friolento, preparando sus lazos. “Elegido el ternero, taloneaba el jinete su caballo revoleando la ‘armada’ hasta tenerlo a tiro; zumbaba la trenza viboreando en el aire y se ceñía en las astas o en el pescuezo del animal. Huía éste hasta que el lazo cimbreando quedaba tenso. Bregaba reculando aún, enterraba las partidas pezuñas en el pasto húmedo y balaba desesperado; pero el jinete, castigando su cabalgadura, se dirigía hacia el fogón, al trote largo, llevado a la rastra a su presa gimiente. “Dos o tres ‘piales’, hábilmente aplicados y el ternero, medio asfixiado, caía balando, mientras los ‘pialadores’ le maneaban las patas con un cordel. La operación, casi sin variantes, se repetía varias veces, hasta que el tarjador (el que aplica la marca), gritaba ¡Basta! Una leve humareda, al asentar la marca candente sobre el cuero peludo, seguida de un balido lastimero y los animales, libres de las ligaduras, chorreando sangre, con los ojos turbios de dolor, se enderezaban temblorosos para alejarse en busca de sus madres, que allá, en la orilla del rodeo, trotaban inquietas, mugiendo con ecos broncos.” Los Hasenkamps El 24 de junio de 1919 el Poder Ejecutivo de la provincia de Entre Ríos emitió el Título de Marca para el ganado de la sociedad Hasenkamp Hermanos, que dieran origen a la localidad entrerriana de ese nombre, con un diseño muy particular. La marca aprobada tenía el dibujo de la Cruz de Hierro, una condecoración instituida en 1813 en Prusia durante la Guerra de Liberación en contra de Napoleón Bonaparte. La misma fue retomada en la Primera Guerra Mundial y, luego de la derrota, en vez de perder prestigio se convirtió en un símbolo de orgullo militar y fue una de las condecoraciones más famosas a nivel mundial. La elección de este diseño tenía una historia muy personal para los hermanos estancieros. Eduardo Pablo, el hijo menor de Federico Hasenkamp, estaba en Alemania cuando se inició la Primera Guerra y se incorporó como voluntario. Al año siguiente, con 17 años, fue herido gravemente y recibió la Cruz de Hierro por su valor en combate. Después de recuperar su salud, regresó a la guerra y cayó en combate el 26 de septiembre de 1918 al sudoeste de Gercourt. Rubén I. Bourlot Artículo publicado en EL DIARIO, Paraná, 19 de agosto de 2022  https://www.eldiario.com.ar/218290-marcas-para-proteger-el-ganado/

De boticarios y farmacias

A principios del siglo pasado, las boticas eran un verdadero lujo para los pequeños poblados de ese entonces, con sus estanterías de madera, vitrinas de cristales biselados y frascos llenos de misterio. Algunos mostraban en sus frentes inquietantes etiquetas con calaveras y tibias atravesadas con un aviso de peligrosidad, otros guardaban en formol la ondulante figura de alguna víbora. Y sobre el mostrador, enormes frascos de vidrio con soñados caramelos y confites de colores. Aquellas boticas vendían diversas sustancias que se clasificaban como medicamentos simples, preparados y compuestos. Los primeros no tenían mayores regulaciones y eran elementos naturales, por lo general hierbas, con poca transformación técnica y se utilizaban para la cura de enfermedades generales. Los preparados, en cambio, eran sustancias simples con algún proceso leve de transformación como polvos con el uso del mortero o elixación, al obtener un zumo o elíxir por cocción. Por último, los compuestos eran los medicamentos que el boticario realizaba en su laboratorio siguiendo las indicaciones del médico que había redactado la receta. Para estos, según el pedido, preparaba distintas formas farmacéuticas como pomadas, pastas, jarabes, lociones, extractos, tinturas, píldoras o sellos. Estas preparaciones se llamaban “fórmulas magistrales” que eran registradas, siguiendo la receta médica, en un gran libro llamado “Recetario”. Lo entregado al cliente debía estar rotulado con los datos de la farmacia y del boticario, la composición completa de los principios activos y la cantidad utilizada, el número con que había sido registrado en el Libro Recetario, la fecha de preparación y el nombre del médico que había realizado la prescripción. Actualmente, aunque casi no se realizan preparaciones magistrales, estos libros se siguen usando fundamentalmente para asentar el movimiento de psicofármacos y estupefacientes que son de venta controlada y con recetas de archivo. Para poder preparar estas fórmulas magistrales, se debía contar con una gran reserva de drogas o principios activos y excipientes o bases, conservados en diversos recipientes de vidrio o porcelana. Los más comunes eran frascos de color caramelo con tapas de bordes esmerilados. En esos innumerables frascos se guardaba, por ejemplo, ácido bórico, ácido cítrico, ácido fólico, ácido salicílico, agua de cal, agua D’Alibour, alcanfor, azufre precipitado, bicarbonato, borato de sodio, carbón activado, clorhidrato de morfina, cloroformo, cloruro de potasio, codeína pura o fosfato, cloruro de sodio, eucaliptol, feniletil barbiturato sódico, formalina, glicerina, glucosa, hipoclorito de sodio, yodo, ioduro de potasio, lactato de calcio, lactosa, lanolina, linimento óleo calcáreo, manteca de cacao, mentol, nitrato de plata cristalizado, oxido de zinc, permanganato de potasio, podofilina, resorcinol, etc. Un local de farmacia solía tener varios cuartos o ambientes. Uno para la atención al público con su mostrador y sus vitrinas, otro para depósito, uno adicional para la elaboración de las recetas y un gabinete sanitario donde se aplicaban inyecciones, vacunas, nebulizaciones y otras prácticas farmacéuticas. El boticario realizaba su alquimia en un cuarto llamado obrador -una especie de laboratorio-, donde tenía diversos aparatos e instrumentos como morteros de porcelana, vidrio, bronce o mármol, balanzas con un juego de pesas de diferentes tamaños, embudos de vidrio, buretas con su agarradera, espátulas de acero, tamices, gradilla con tubos de ensayo, varillas de vidrio, vasos de precipitados, un destilador de cobre y diversos matraces y probetas de vidrio graduadas. Para la elaboración de los medicamentos, además de la indicación del médico que realizaba la prescripción, el boticario debía seguir las regulaciones de la farmacopea vigente que establecía las normas para cada materia prima y excipientes utilizados con especificaciones sobre la calidad física, química y biológica de los mismos. Estas normas, que venían desde la antigüedad, habían tenido su primera forma oficial en nuestro país en 1822 cuando Bernardino Rivadavia reglamentó por decreto el ejercicio de la Medicina y la Farmacia, estableciendo que “la elaboración de las medicinas en las boticas será en todo arreglada a la Farmacopea española” que ya tenía su cuarta edición. Posteriormente la influencia de la cultura francesa en la formación médica de aquella época hizo que se adoptara la Farmacopea francesa. Finalmente, en 1893, el Congreso de la Nación convirtió en ley el texto de la farmacopea propia al que se denominó Codex Medicamentarius de la República Argentina, obligatorio para todas las farmacias. Desde entonces, con sucesivas actualizaciones, será el código oficial donde se describen las drogas, medicamentos y productos médicos necesarios o útiles para ejercer la medicina y la farmacia, especificando lo que concierne al origen, preparación, identificación, pureza, valoración y demás condiciones que aseguren la uniformidad y calidad de sus propiedades. Nuestros boticarios Los primeros en instalarse en Hasenkamp, pocos años después de fundado el pueblo, no fueron farmacéuticos recibidos, sino idóneos, es decir, personas que, por lo general, habrían adquirido la práctica como aprendices o empleados durante algún tiempo que luego decidían ejercer por cuenta propia. Para ello rendían una prueba de suficiencia ante las autoridades de Salud Pública de la provincia, quién los autorizaba a ejercer la profesión. El primero de que se tenga noticias fue Juan Borré, quién llega en 1913 proveniente de la ciudad de Victoria. Luego de tener su farmacia en distintos lugares, se establece definitivamente en una propiedad que adquiere -y aún existe- en calle Sarmiento y diagonal Libertad. Allí permanece con su local hasta 1943 en que emigra a Paraná. En 1915 llega Estanislao Iñíguez y se instala con otra farmacia en la manzana 19, lote b, en la esquina de las actuales calles Francisco Ramírez y Dr. Julio Haedo. El local era una casa de material con pisos de ladrillos y techo de paja a dos aguas, propiedad de don Sixto Nieto. Al ausentarse Iñíguez, en el mismo lugar continúa con el negocio Simón Romero, otro farmacéutico idóneo que, años después, en 1927 cumpliría funciones de Alcalde. El edificio de la calle Ramírez sobreviviría durante muchos años, aunque el techo de paja había desaparecido en su frente aún se leía el cartel que decía “Farmacia”. En la década del ´80 fue demolido para construir en el lugar el barrio 30 de Octubre. Recién en 1931 llega al pueblo Ramiro Cándido Ferro, el primer profesional con título de Farmacéutico y Bioquímico, procedente de Villaguay. Para la llegada de este profesional, se construye un enorme edificio en el lote f de la manzana 8, en la esquina de las actuales calles 3 de Febrero y Diagonal Libertad, donde hoy funciona el Profesorado. Lo hacen construir los hermanos Gerbotto con el albañil don Francisco “Queco” Pasutti. Para la época era un gran edificio suntuoso de amplios ventanales que tenía los modernos laboratorios instalados que requería la profesión en ese tiempo. En 1950, Ferro, hace construir su propia farmacia en la calle Urquiza y allí ejerce hasta su muerte en 1972. Continúan con la actividad su hermana María Isabel (Yita) y su sobrino Gabriel Ferro, bajo la regencia del farmacéutico Luis Néstor Giménez. En 1964 se instala en el lote d de la manzana 9, en una casa de propiedad de la familia Sioch, el farmacéutico Rubén Bautista Castellani, quién años después adquiere el terreno de la esquina de Urquiza y 25 de Mayo en parte del lote c de la manzana 10. Allí construye su propio local junto a su casa de familia. En 1984, después de 53 años de existencia, finalmente cierra sus puertas la Farmacia Ferro. Giménez instala su propia farmacia sobre la Av. San Martín en la antigua casa que fuera la tienda de Rothman y allí funcionará por varios años. En la actualidad, son cinco las farmacias que desarrollan su actividad en Hasenkamp: Farmacia Castellani en calle Urquiza 298, Farmacia Ideal en Sarmiento 743, Farmacia Acuario en la esquina de Sarmiento y 3 de Febrero, Farmacia Farmashop en 3 de Febrero y Dr. Julio Haedo y Farmacia Hasenkamp en Diagonal Libertad. Poco tienen que ver estas modernas farmacias de medicamentos industrializados con las antiguas boticas de preparados artesanales, pero, así como varias de ellas guardan y exhiben algún artefacto o un inconfundible frasco color ámbar, de alguna manera también permanece allí el espíritu de aquel antiguo oficio de brindar medicina.

El engrasador

Engrasador era un oficio bastante importante y tenía cierta jerarquía dentro del personal al servicio de una máquina trilladora. Era la segunda autoridad. Junto con el maquinista atendía todo lo referente a la buena marcha del equipo, tanto en maquinaria como humano. Su labor específica consistía en lubricar, engrasar los movimientos vitales de la máquina y herramientas en general, de allí su denominación. En este oficio anduve, junto a mi padre, en seis campañas o cosechas. Comencé a los doce años y lo que ganaba servía para comprarme algunos elementos para estudiar. La vida en la campaña de trilla era muy dura. Comprendía desde noviembre a enero o febrero. La jornada duraba de sol a sol, sólo se suspendía una media hora y a las cuatro, media hora para tomar el mate cocido. El agua por lo general, de mala calidad, debía beberse caliente, dado que el barril que la proveía, permanecía al sol. Cuando llegaba el momento de suspender las tareas, a la entrada del sol, sudorosos, llenos de polvo y casullo nos dirigíamos al tacho, del cual se extraía agua con un jarro para higienizarnos, superficialmente. Sólo cuando había algún arroyo en las cercanías se gozaba de un chapuzón, un baño reparador. Después de tomar unos mates y comer el invariable guiso de la cena, se elegía un lugar para dormir. Esto se hacía al aire libre, tendidos en un poco de paja, o sobre el pie de una parva. Allí teniendo por único techo las estrellas nos entregábamos al sueño, el que no se hacía esperar empujado por el cansancio, hasta que el lucero anunciaba la llegada de un nuevo día. Durante la campaña de la trilla no se hacían interrupciones. No existía descansos por feriados, sábados o domingos, sólo el 25 de diciembre era de guardar o cuando llovía. Estos últimos, los días de lluvia, daban lugar a un acontecimiento desusado. Todo el personal solicitaba adelanto de sus jornales, para lo que se expendían vales, es decir órdenes de pago hacia una casa comercial. Luego sin esperar a que amenguara el agua, el grupo partía en demanda del pueblo, realizando largas y penosas caminatas. El ajetreo permanente, las siestas con su calor agobiante, el ruido monótono de máquina y tractor, hacían mella sobre mi físico, mi resistencia, llegando a poderme el cansancio. Como una válvula de escape solía sentarme sobre el tractor, desde donde contemplaba toda la actividad. Pasado algún tiempo solía quedarme dormido. Papá que había hecho un mito de su deber, permanecía atento, vigilante. Consideraba una irresponsabilidad, un desprestigio para su organización, que su engrasador y a la vez su hijo, se durmiera en plena tarea. Tomar una vara y golpear con violencia el guardabarro del tractor, era instantáneo, con lo que me hacía sobresaltar. Advertido por alguno de los obreros, a veces, saltaba ágil como un gamo y me echaba a correr. Sólo esto servía de estímulo para lo que queda de la tarde. Juan Carmelo Salamone Texto publicado en su libro “Pataludo y otros recuerdos”

La Confianza, fundada en 1914

Un cartel pronto a desaparecer y una larga historia encerrada en su estructura de ladrillos. Una historia que se inicia en el año 1911 cuando un joven de 14 años, unido a un grupo de amigos, parte en un vapor a un lento viaje lleno de esperanzas. Atrás quedaba el pequeño pueblo de Sur Gaia al sur de Siria y la negra noche de la guerra que ya se vislumbraba. Primero fue una volanta cargada de mercaderías y el correr los despoblados caminos de aquel viejo Villaguay. En 1914, y entusiasmado por un pequeño lugar que comenzaba a nacer gracias a la inquietud de dos estancieros hermanos que hacían llegar el ferrocarril por primera vez, nuestro joven comerciante, se afinca comprando un terreno y levantando en él, sobre una estructura de chapas, su primer local. Nacía “La Confianza” de Juan Roston. Al empezar la primavera de 1924 comienza la construcción de material, que se da por finalizada el 8 de enero del año siguiente y que actualmente eleva su alta fachada en la esquina de Sarmiento y Diagonal Belgrano. Su estructura, símbolo de la época y dueña de una armoniosa e inteligente arquitectura, fue realizada por albañiles italianos que vivian en la localidad, entre ellos encontramos apellidos conocidos actualmente por sus descendientes: Borda, Pistoni y Marcuzzo. Caminar por sus habitaciones de paredes pintadas con columnatas y adornos o andar por su fresco patio donde se deposita y persiste aún un aire colonial, es ver y palpar un pedazo de tiempo que ha quedado suspendido. Una amplia bañadera del año ’28 o los muebles de aquel lejano ajuar de su casamiento en el año ’30, retratos de familia, jarrones y adornos, todo, como un testimonio palpable de una edad transcurrida que construyeron los pioneros de nuestra tierra. Unas parras  que cargan 52 años, un damasco que hunde sus raíces dentro del aljibe, naranjos y olivos, y en ese paisaje calmo, don Juan, pasea, llevando sus relatos y recuerdos de aquel tiempo de hombres duros que debían hacer un pueblo cuando “sólo había cuatro ranchos y dos casas” como asevera siempre a quien se acerca a oír sus historias del tiempo viejo. Dentro de poco la antigua construcción volverá a revivir en su ir y venir de gente y mercadería pues un nuevo negocio se muda a su edificio. Después de un largo silencio abre sus añosas puertas a la calle, porque, a pesar del tiempo transcurrido, aún queda mucho por hacer. Alberto Collaud Artículo publicado en el periódico  “TIEMPO de Hasenkamp” junio de 1980, página 2.

A 70 años de una elección histórica

En las elecciones generales del 11 de noviembre de 1951 confluyeron dos hechos históricos, uno a nivel nacional y el otro en nuestra Villa: por primera vez las mujeres votaron en el país y, al mismo tiempo, fue la primera elección de autoridades municipales en Hasenkamp. En el orden nacional se dio la particularidad de que en esta elección se aplicaba la Ley N°13.010, promulgada el 23 de septiembre de 1947, también conocida como “Ley Evita”, donde las mujeres podían, por primera vez, elegir a sus representantes y ser electas en un proceso electoral, cumpliéndose definitivamente con la indicación de “universal” que dictaminaba la Ley Sáenz Peña. Numerosas habían sido las luchas y los intentos por conseguir el voto femenino. Ya en 1911 Julieta Lanteri, una médica, hija de inmigrantes italianos, había logrado, con un fallo judicial, emitir su voto e incluso años después, postularse para un cargo. También en ese año de 1911, el diputado socialista Alfredo Palacios presentó el primer proyecto de ley de voto femenino en el Parlamento Nacional, pero ni siquiera fue tratado sobre tablas. Faltaba aún un año para la Ley Sáenz Peña de voto secreto, obligatorio y universal. Aunque el universo al que se refería era el masculino. Además, las mujeres aún eran consideradas incapaces por el Código Civil y recién en 1926 alcanzarían la igualdad legal con los varones, aunque esa igualdad no incluía el derecho al voto ni la patria potestad compartida. En 1919 el diputado de la UCR, Rogelio Araya, presentó un nuevo proyecto de ley del derecho a voto de la mujer. En 1929 fue Mario Bravo y en 1935 y 1938 nuevamente Alfredo Palacios, incluso con importante apoyo en las calles. En la década del ‘20 las provincias de Santa Fe y de San Juan habían promulgado constituciones que otorgaban el voto femenino a nivel municipal. Pero el golpe de estado de 1930, que abriría la Década Infame, destruyó estos derechos. Desde el primer intento del diputado Palacios en 1911, veintidós proyectos naufragaron en el Congreso Nacional. A tres días de las elecciones que consagraron a Juan Domingo Perón como presidente el 24 de febrero de 1946, Evita, pronunció su primer discurso político donde exigió el voto femenino y la igualdad de derechos para varones y mujeres. “La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar. La mujer, resorte moral de su hogar, debe ocupar el sitio en el complejo engranaje social del pueblo.” Ya en mayo de ese año se presentó el proyecto de ley, pero los prejuicios conservadores, incluso de los mismos miembros de la alianza gobernante, no fueron fáciles de vencer. El Senado le dio media sanción recién en agosto y luego hubo que esperar más de un año para que la Cámara de Diputados la sancionara. Evita presionó constantemente a los parlamentarios hasta que, finalmente, el 9 de septiembre de 1947, con una multitud de mujeres agolpada frente al Congreso de la Nación, se aprobó la Ley 13.010 que estableció la igualdad de derechos políticos entre hombres y mujeres y el sufragio universal en la Argentina. Las elecciones generales del 11 de noviembre de 1951 fueron la oportunidad para que este derecho fuera plenamente ejercido. Evita, defensora del sufragio femenino y creadora del Partido Peronista Femenino, votó desde la cama del Policlínico donde estaba internada, operada de un cáncer de útero. Fue la única vez que votó. Este demorado derecho a la participación de las mujeres en la vida política del país se expresó en una enorme participación en esa primera elección superando la de los hombres. Acudieron a las urnas 3.816.654 mujeres y 3.777.494 varones, es decir, un 90 % de mujeres frente al 86 % de los varones. Además, el Partido Peronista postuló a veintitrés candidatas a diputadas y seis a senadoras nacionales que ingresaron al Congreso. Por su parte, el radicalismo, principal partido de oposición, no incluyó a ninguna mujer como candidata. Estas fueron las primeras mujeres electas como legisladoras por una decisión política y no por imposición de leyes como lo sería después la “Ley de Cupo” de 1991 o la “Ley de Paridad” de 2017. En esa elección del 11 de noviembre de 1951 se eligieron presidente y vicepresidente, gobernadores, legisladores nacionales y provinciales para el período 1952-1958, bajo la Constitución reformada de 1949 que había establecido una elección de una sola vuelta, voto directo y mandato presidencial con reelección, además de una gran cantidad de derechos sociales y laborales inexistentes hasta ese momento. A su vez, en Entre Ríos se votó para elegir gobernador y vice, 31 diputados y 14 senadores, junto a 17 intendencias municipales. En consonancia con la aplastante victoria a nivel nacional, el candidato del Partido Peronista en la provincia, Felipe Alfredo Texier, un profesor de Historia nacido en Nogoyá, consiguió un resonante triunfo con el 63 % de los votos contra el 33 % de Fermín Garay de la UCR. En la elección legislativa obtuvo todas las bancas a senadores, suceso único, que solo se repetiría en 2021. En diputados obtuvo la mayoría de dos tercios con veintiún diputados, siendo seis de ellos mujeres. Mientras tanto en Hasenkamp se produciría un hecho histórico para la Villa: la primera elección a Intendente municipal. Creado el pueblo en 1906 a partir de la llegada del ferrocarril, recién en 1925, por la gestión de un grupo de vecinos, tuvo su primera Comisión Vecinal. Ya en 1946, el crecimiento de la Villa permite el inicio de las gestiones para lograr una nueva categoría para el municipio. Estas gestiones concluyen el 27 de junio de 1951, cuando el gobernador Ramón Albariño, mediante el decreto N°2438 MG, crea el Municipio de Segunda Categoría de Villa Hasenkamp. Por esta razón y, según la Ley N°3.001 de municipios, se debía convocar a elecciones dentro de los noventa días para formar una Junta de Fomento compuesta por siete miembros titulares y suplentes. Pero se decide realizarlas junto con las elecciones nacionales y provinciales de noviembre de ese año. Era la primera elección de autoridades en la Villa, con la significativa particularidad de que en esa primera elección municipal también votaban por primera vez las mujeres mayores de edad. Las listas presentadas fueron encabezadas en el Partido Peronista por Isidoro Méndez y por Naún Celio Rothman por la Unión Cívica Radical. El peronismo triunfó con un porcentaje cercano al 80% de los votos, lo que le permitió obtener seis de los siete vocales de la Junta de Fomento. Estos fueron: Florentino Arredondo, Salvador Salomone, Francisco Invenenatto y Domingo Dellizzotti. El séptimo vocal fue Naún Celio Rothman que ingresó por el radicalismo. (1) Las flamantes autoridades electas del nuevo municipio se reunieron el 3 de junio de 1952 para redactar el Acta N°1 del Municipio en el local alquilado para sede del Municipio en calle Sarmiento, donde actualmente se encuentra el Sanatorio Hasenkamp. Allí se establecía la designación de don Isidoro Méndez como presidente de la Junta de Fomento y de don Florentino Arredondo como vicepresidente. Al día siguiente ambos prestaron juramento, según lo establecido por la ley, como el nuevo intendente y vice de Villa Hasenkamp. Referencia: (1) SALAMONE, Juan Carmelo – “Historia de Hasenkamp”, Imprenta Italia, Paraná, pp.178-179.

Adiós Robin Wood

Abro el celular y leo el mensaje de Rubén Boladeras que me deja pensativo: “Se murió Robin Wood”. Para cualquier joven millennial poco le diría escuchar semejante noticia o, tal vez, le causaría gracia si lo confundiera con el Hood del siglo XVII. Pero este Robín no era de Nottingham ni le robaba a los ricos para dárselo a los pobres, este era un Robín paraguayo. Robín Wood, autor de historietas y tal vez el responsable de muchos de los mejores momentos de quienes crecieron en la Argentina en la segunda mitad del siglo XX. El que publicaba con seudónimos porque no le creían que se llamaba así, Wood, nacido en Caazapá el 24 de enero de 1944, de ascendencia irlandesa, hijo de inmigrantes australianos radicados en Paraguay. Paraguayo de nacimiento, argentino por adopción y ciudadano del mundo por elección, fue más leído que muchos de los grandes autores, pero ninguneado por su condición de autor de historietas, tal vez, demasiado popular para ser tomado en serio. Cuando me encuentro con el Dr. Luis Yelin, gran lector de historietas, le pregunto si se había enterado de la noticia de la muerte de Robín Wood el 17 de octubre. “Sí, me dijo, mi hijo me llamó de Rosario para darme la noticia”. Cada semana los quioscos de diarios despachaban centenares de miles de ejemplares de revistas como El Tony, D’Artagnan, Fantasía e Intervalo de la Editorial Columba donde toda una generación de talentosos autores daba vida a fantasías gráficas que competían mano a mano con las mejores producciones del género a nivel mundial. Las tres primeras eran historietas de acción, en cambio en el Intervalo había adaptaciones de películas, de telenovelas y tenía un perfil más familiero orientado a un público femenino, era más romántica, como se decía entonces, más de “minitas”. Pero qué varón no le echaba un vistazo a “Cuentos de Almejas” o a “Mi novia y yo” cuyo autor era Robín Wood con dibujos de Carlos Vogt. Trasladado a Buenos Aires a comienzos de los ‘60 se cruzó con otro genio, el dibujante Lucho Olivera, con el que compartió una extravagante afición por las culturas antiguas de la Mesopotamia y de esa sintonía nació “Nippur de Lagash”, el guerrero de la antigua Sumeria. Comenzó a publicarse en 1967 hasta 1998 con más de 470 episodios, con personajes como el gigante Ur-El de Elam, la princesa Nofretamón y la bellísima reina amazona Karien, la Roja, el amor de su vida y madre de su hijo.  Es altamente probable que Nippur haya sido la obra de ficción más leída de su tiempo. El magistral Dago, cuyas historietas tuvieron un enorme éxito en Europa, particularmente en Italia considerado un ícono del cómic italiano, narra el devenir de un noble veneciano en los tiempos del Renacimiento que, tras caer en desgracia, es vendido como esclavo y se convierte en espadachín justiciero, con el trasfondo de las disputas entre musulmanes y cristianos a ambos lados del mediterráneo, llegando a ser el preferido de Umberto Eco. “Dago me apasiona mucho”, llegó a decir el semiólogo de fama mundial. Había que juntar las monedas de los mandados, hacer alguna changa, tal vez, la venta de huesos o vidrios en la barraca de Don Cesario para comprar algún ejemplar de estas revistas. Y cuando no se podían comprar, existía el intercambio con otros fanáticos lectores. Por eso. le pregunto a Luis Yelín con quién intercambiaba revistas y me nombra a Cacho Crispens, a Briki Cortés y a mi hermano Alberto, a quien yo se las sacaba para leerlas. Aunque más recuerdo su impresionante colección de revistas “El Gráfico”, las que le pedía prestadas para saber sobre el Estudiantes de Zubeldía con la bruja Verón, Bilardo, el Bocha Flores, la defensa con Aguirre Suarez y Madero, el Racing de José, con Perfumo, Basile, Conigliaro, los 18 años sin título de River, el glorioso Boca de Marzolini, Rojitas, Madurga, Potente y los siempre campeones de América, el Independiente de Pastoriza y Pepe Santoro. Cuando lograba reunir el dinero para comprar una revista buscaba la que tuviese publicada alguna de mis historietas preferidas. Uno de ellas era la del inefable “Pepe Sánchez”,  primer espía del Río de la Plata, el agente 00 Sánchez, típico muchacho de barrio, familiero, gran amigo, amante del tango, las mujeres y el mate, hincha fanático de Chacharita, reclutado por el “CES” (Centro de Espías Sofisticados), dedicado a salvar a la humanidad enfrentándose a “Spectrum” y a “Kosmos”, organizaciones mundiales del delito o a “CAOS” (Circulo de Asesinos Oportunistas y Saboteadores), a la “Asociated Chumbo´s o a la Asesiné -con-una-sonrisa-Incorporated”. Cada misión le deparaba un nuevo amigo y dos o tres mujeres, sus jefes le gritaban por su irresponsabilidad y negligencia, pero a su vez, lo felicitaban por su incomprensible efectividad. Quién lo sacaba de quicio era su ayudante John Philips Gutiérrez, el agente 0017, miope, daltónico, eterno estudiante de inglés que nunca domina y tan torpe como el agente 00 Sánchez. El 00 era la nota que había sacado en el examen de ingreso a la organización de espías. Se ha ido Robin Wood a los 77 años y, a lo largo de innumerables historietas, con sus personajes nos ha llevado a distintos lugares del mundo y a distintos tiempos. Estuvimos en el lejano oeste de los “pistoleros” -como los llamábamos aquí-  con “Jackaroe”, a la Nueva York de Al Capone con el pequeño policía “Savarese”, al desierto africano con “Aquí La Legión”, a la Rusia zarista con “El Cosaco” y a tantos otros lugares y tiempos. Nos quedan “Dennis Martín”, “Dax”, “Or-Grund”, “Mojado”, “Los Amigos”, “Wolf”, “Morgan” y una muy larga lista de espías, guerreros, vikingos, piratas, aventureros con la galería de personajes más extensa y magnifica de la historieta argentina que acompañaron nuestra juventud.

A la barra

Cuántos años, se me ocurren de repente. ¿Cuántos años van, muchachos, que no nos vemos en lo de Vicente? Seguro son más de veinte, sino cerca se les arriman, que nos vemos en esa esquina del viejo bar de Vicente. No quiero ponerlos tristes, no es mi forma de pensar, pero, a veces, al recordar tantos amigos queridos, recuerdos que creía dormidos hoy me hacen lagrimear. Allí se sienta Dante, más allá Juan Salamone, detrás del Doctor Picconi Chispa, el Chueco, Guille Iriondo, allá el compadre Arredondo con Carolo festejando. Tibussi y el Pato están entrando, Bocha, el Negro Maidana, que no puede con su genio y siempre dice alguna macana. Mucho tiempo sin vernos nunca pasa, ¡si nos sabremos las mañas! ¿Y cuándo entra el dueño de casa diciendo: ¡Vengo de España!? Falta Muga, Cacho Alvelda, Mario y Amancio no están, Carpeta y Mencho Khalert ¿quién sabe dónde andarán? Capeletti y Marinossi, ¿Dónde fue Cuki Albano? Por eso, cuando pasen muchos años y me falte esta alegría, al ver las sillas vacías de amigos que ya no están, entonces ya no vendré a tu esquina, viejo bar, ¿Para qué querés que venga? ¡si ellos nunca… volverán! . . Vicente “Tito” Cángeri Nació en Hasenkamp, pero pasó su niñez y juventud en el campo. Desde joven militó en el Partido Justicialista llegando a ser electo Senador por el Departamento Paraná durante el período 1987-1991. El Bar de Vicente Guarascio estaba ubicado en la esquina de Av. San Martín y calle San Lorenzo y durante muchos años fue la Terminal de ómnibus de la Villa. En un costado tenía una cancha de frontón o pelota paleta que fuera escenario de importantes campeonatos y en las noches de verano se transformaba en sala de cine al aire libre. Del otro lado del bar, sobre la Av. San Martín, había un salón alargado que funcionaba como cine en el invierno y también para la presentación en vivo de los radioteatros de la compañía de Alfonso Amigo o Bernardo de Bustinza, incluso hasta programas trasmitidos por LT 14 Radio General Urquiza de Paraná.

El cementerio y el 115° aniversario

Desde que en 1966 se estableciera al 24 de Agosto como fecha de la fundación de Hasenkamp y se realizara el primer festejo de aniversario, en muchas ocasiones ha sido el cementerio un lugar para rendir estos homenajes. El hecho simple de que allí estén los restos de los fundadores y de los muchos responsables de su crecimiento lo hace un lugar histórico fundamental. La oportuna gestión del maestro Juan Carmelo Salamone y del Intendente de ese momento, don Hugo Ruiz Moreno, había sido decisiva para establecer la fecha en que Eduardo Hasenkamp presentó los planos con la demarcación de la planta urbana ante el Superior Gobierno de la provincia para su aprobación. Junto a los planos presentados ese 24 de agosto de 1906, los Hasenkamp ofrecían al gobierno provincial los terrenos necesarios para el trazado de calles y bulevares, una manzana para plaza pública, otra para edificios fiscales y una hectárea para cementerio en un lugar a determinar. Precisamente, el 5 de septiembre del año siguiente se estableció que el cementerio estaría ubicado a 1.500 metros de la Villa sobre el camino a Brugo. Pasaron varios años hasta que el 6 de septiembre de 1912, durante el gobierno del Dr. Prócoro Crespo, se firmó por fin la escritura de los terrenos ante el escribano público Cleofé Cardoso, donde se dejaba constancia que el 24 de agosto de 1906 se habían presentado los planos de la Villa que realizara el perito Carlos Wybert, junto a la donación de los hermanos Hasenkamp de los terrenos necesarios para el trazado de las calles, la plaza, los edificios públicos y el cementerio. Allí se indicaba que este último tendría una hectárea en forma triangular ubicada entre el campo de Parera al Norte y el Camino Real a pueblo Brugo por el Sur. Dicho triángulo ya se encontraba demarcado mucho antes de la creación de la Villa cuando los Hasenkamp habían realizado la apertura de caminos luego de adquirir los campos de su estancia «Los Naranjos”. Establecidos en sus tierras, los Hasenkamp tuvieron que diseñar nuevos caminos y eliminar aquellos que pudieran entorpecer sus tareas privadas. En esa época, las nuevas trazas debían ser realizadas de común acuerdo con el alcalde del distrito y dos vecinos como referentes y luego presentarse ante las autoridades provinciales para su aprobación. Para aprovechar al máximo el espacio, el camino propuesto que pasaría a dominio y uso público, corría en un lindero de sus tierras limitando con los campos de Parera (desde la actual Ruta Nacional 12 hasta la Ermita) donde dejaba de seguir el lindero y, luego de una suave curva, seguía hacia el Este hasta donde los Hasenkamp tenían una posta de la estancia. Dicha posta, ubicada frente a la actual plaza Malvinas, era una casa de material con techo de zinc que perteneció a don Ángel Tricarique y fuera demolida a comienzos de 2020. La nueva traza, que incluía el triángulo para el nuevo cementerio, sería aprobada por el gobernador Parera en 1907, año en que también ya se registran fallecimientos en el libro de Alcaldía a cargo de Federico Hasenkamp. Por lo cual se puede ver que el uso del cementerio se da prácticamente desde la creación misma de la Villa. Desde 1925, hasta su ascenso como municipio el 27 de junio de 1951, el mantenimiento y cuidado del cementerio estuvo a cargo de una Comisión Vecinal, conformada por destacados vecinos de la Villa. Uno de los miembros de esa Comisión fue el primer boticario de la Villa, don Juan Borré, oriundo de Victoria que había llegado a Hasenkamp en 1913. Si bien no era un farmacéutico con título sino idóneo, es decir autorizado para ejercer luego de un examen ante las autoridades de salud, tuvo su farmacia en distintos locales hasta que adquiere la propiedad de calle Sarmiento y Diagonal Libertad. Borré estaba casado con Juana Salva y era padre de tres hijas. Su esposa fallece en la década del ’30 y su sepultura se encuentra en el ingreso principal a un lado de la capilla. Es una tumba característica de la época que aún conserva su esplendor a pesar del paso del tiempo y de no quedar descendientes que la conserven. Don Juan Borré, como miembro de la Comisión Vecinal, fue un gran impulsor del mejoramiento del cementerio. Se construyó la verja del frente que aún se conserva en partes y en la entrada a las sepulturas de la familia Hasenkamp. Para el ingreso al cementerio se levantó un arco en semicírculo que fuera reemplazado en la década del ’80 por un techo de tejas. También fue el impulsor del arbolado, destacándose los plátanos de la parte central. Don Juan Borré abandonó la Villa en 1943 y falleció pocos años después. Habiendo expresado su deseo de ser sepultado en Hasenkamp, su tumba sencilla se encuentra junto a la de su esposa. Un lugar muy especial del cementerio es el que guarda las tumbas de los hermanos fundadores y de parte de su familia. Se destacan por su simple diseño con una sencilla placa de bronce que las identifica. Al fallecer en 1957 el Dr. Germán Hasenkamp, hijo de Federico, fue sepultado en el lugar construyéndose un sepulcro igual al de sus padres, pero su esposa, Lidia Colomer, la hizo recubrir en mármol. También fueron sepultados en el lugar familiares suyos que no habían vivido en Hasenkamp lo que produjo malestar en don Eduardo Ziegler, nieto de Federico, por no respetar la tradición de la sencillez en la construcción de las sepulturas. Debido a que profesaban la religión luterana, las tumbas de los Hasenkamp no tienen cruces. En cambio, en el centro de la puerta de ingreso al lugar se destaca una cruz que hace referencia a la figura de la Cruz de Hierro, la famosa condecoración militar. Si bien la Cruz de Hierro fue instituida como distinción en la Prusia de 1813 durante la Guerra de Liberación contra Napoleón Bonaparte, fue retomada por los alemanes en la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un símbolo de orgullo militar y en una de las condecoraciones más famosas a nivel mundial. La elección de este diseño tenía un significado especial para los Hasenkamp, pues Eduardo Pablo, el hijo menor de Federico Hasenkamp, había sido condecorado con la Cruz de Hierro y ascendido a subteniente. Cuando muere en combate el 26 de septiembre de 1918 en la Batalla de Verdún, la medalla fue enviada por el Imperio Alemán a su familia y hoy se conserva en el Museo “24 de Agosto”. Además, en 1919 los Hasenkamp habían gestionado ante el gobierno provincial el título de marca para su ganado que tenía el dibujo de la Cruz de Hierro. El lugar donde se encuentran estas tumbas fue declarado “Lugar Histórico” el 24 de agosto de 1991, colocándose una placa en el ingreso que fuera descubierta por el intendente Leiva Chaves y Eduardo Ziegler, nieto de uno de los fundadores. En el lugar no se encuentra la tumba del primer Hasenkamp fallecido en tierra argentina, Eduardo Cristian, hijo de Federico Hasenkamp y Gertrudis Hillmer. A los pocos años de su radicación en la estancia “Los Naranjos”, Federico, debe regresar a Alemania para asistir a sus padres en la ancianidad. Durante esta estadía, conoce y contrae matrimonio con Gertrudis y, al fallecer sus padres emprende el regreso a la Argentina. Su esposa da a luz en la Estancia, pero el bebé fallece al nacer el 27 de noviembre de 1890, dieciséis años antes de la creación de la Villa, por lo que es sepultado en el cementerio más cercano, el de General Paz, perteneciente a lo que se conocía como Colonia “El Cerrito”. Otra sepultura con un diseño igual al de la familia Hasenkamp y una placa en bronce semejante es la de Sixto Huinca. Ubicada a unos metros detrás de la capilla, por la entrada principal, solo se diferencia en que posee una cruz, aunque no se puede asegurar si era cristiano o profesaba la religión católica. Sixto Huinca, siendo un niño de pocos años había sido un regalo del presidente Julio A. Roca a Eduardo Hasenkamp como resultado de la llamada “Conquista del Desierto”, la feroz campaña militar realizada entre 1878 y 1885, por la que se apropiaron de grandes extensiones de territorio de los pueblos originarios. Estos pueblos, además de perder sus tierras, sufrieron un proceso de aculturación y pérdida de identidad al ser deportados por la fuerza y sus familias desmembradas. Los hombres eran enviados como mano de obra forzada a los ingenios azucareros de Tucumán, las mujeres como servicio doméstico a las estancias o para las familias de la alta sociedad porteña y los niños repartidos según pedidos. Juan C. Salomone, en su Historia de Hasenkamp, dice que era un niño araucano, pero no sabemos con certeza si era mapuche, tehuelche, ranquel o pampa. Creció en la estancia junto a los Hasenkamp donde realizaba diferentes tareas, en particular la de chofer de la volanta. Falleció el 1° de diciembre de 1930, a los 57 años de bronconeumonía y, según su acta de defunción era “hijo de padres cuyos nombres se ignoran”. Al cumplirse el 115° aniversario de Villa, una nueva placa en el cementerio recuerda a sus fundadores. Porque en el antiguo triángulo de tierra donada por los Hasenkamp se congrega gran parte de la memoria de este pueblo. Venidos de distintos puntos de la provincia y del país o desde otros continentes, atravesando océanos, dejando atrás a sus propios padres, reunidos para construir un nuevo proyecto de vida en una lomada entrerriana a la cual eligieron para levantar su hogar, ellos también son nuestros fundadores y a su memoria le rendimos nuestro homenaje.

La Colonia y la Villa

En la radio del Tano suena una polca el domingo por la mañana. Saludos, comentarios y otros temas musicales se escuchan en “De la colonia a Hasenkamp” el programa que rinde tributo a los descendientes de alemanes, especialmente a los del Volga que todavía quedan en la Colonia Oficial N°4 y a los muchos que ya se encuentran radicados en Hasenkamp. Siempre me pregunté si el nombre del programa tiene que ver con la Colonia Oficial N°4 o es solo un nombre genérico. Porque si hace referencia a la Colonia Oficial, no solo deberían escucharse polcas, sino también tarantelas, zarzuelas e incluso folclore porque esos campos fueron poblados por muchos inmigrantes alemanes, pero también por italianos, españoles, algún que otro eslavo e, incluso, por muchos colonos criollos. En el caso de los llamados eslavos, en la actualidad eslovenos, fueron inmigrantes que ingresaron con pasaporte austríaco pues sus lugares de origen estaban bajo el dominio del Imperio austrohúngaro, y solo conociendo su aldea de origen se podría saber si son eslovenos, croatas, montenegrinos, serbios, bosnios, etc. Es cierto que fue la colectividad alemana la de mayor presencia en la Colonia Oficial y la que ha mantenido sus tradiciones y su música a diferencia de las de otro origen. Pero, ¿cuál es la relación entre la Colonia y la Villa? Es de una integración fundamental, tanto que se la puede considerar como parte de Hasenkamp. Cuando el 27 de junio de 1951 se crea el municipio, gran parte de la colonia quedará dentro de su éjido. Pero hay otros datos que dan cuenta de la relación entre la creación de la Colonia y la Estación del Ferrocarril de Villa Hasenkamp. Una es la Ley N°2985 de Transformación Agraria, sancionada el 30 de junio de 1934 durante el gobierno de Luis Etchevehere, la que establecía en su primer artículo que las tierras a comprar o expropiar para el establecimiento de colonias deberían estar ubicadas dentro de los 25 kilómetros de las estaciones ferroviarias y a 60 kilómetros de los puertos. Esta Ley también creaba un Consejo Agrario integrado por siete miembros, con la función de asesorar al Poder Ejecutivo sobre las tierras a adquirirse, las condiciones que debían reunir los aspirantes a adquirir un lote, llevar el control técnico y administrativo de las nuevas colonias entre otras funciones. El Consejo estaba conformado por el director del Departamento Agrícola-Ganadero, Ing. Juan R. Báez, el Dr. Ramón Ferreyra en representación del Banco de Entre Ríos, el senador Antonio Aquistapace en representación del Honorable Senado, los diputados Dr. Roberto Vilar, el señor Emilio Ricciardi en representación de la Honorable Cámara de Diputados y el señor Marcos Resnisky en representación de la Federación Entrerriana de Cooperativas. Al representante de los colonos se lo elegiría cuando las colonias estuvieran conformadas. Para 1934 el Poder Ejecutivo ya había comprado, de acuerdo a lo aconsejado por el Consejo Agrario, un campo de 4.605 hectáreas en el Departamento Federación, a dos leguas de Estación Chajarí, donde se organizó la Colonia Oficial N°1 y otro de 4.600 hectáreas en el Departamento Villaguay donde se estableció la Colonia Oficial N°2. El Consejo Agrario también había aconsejado la compra de otros dos campos, uno situado en La Paz para la Colonia Oficial N°3 y otro de 12.000 hectáreas sobre Estación Hasenkamp, Departamento Paraná, para establecer la Colonia oficial N°4. (1) El 28 de mayo de 1935, en el despacho del Gobernador, con el Ministro de Hacienda, Dr. Horne, y del Dr. José Carlos Predolini Parera, en representación de sus hermanos, herederos de doña Delia Parera de Predolini, el escribano mayor de gobierno señor Antola, autoriza la escritura de transferencia al gobierno de la provincia por la compra del campo ubicado en los distritos María Grande Segunda y Antonio Tomás con una superficie de 12.663 hectáreas, 83 áreas y 29 centiáreas, con destino a la ley de colonización oficial, de acuerdo con la Ley 2.985 de “Transformación Agraria”. Esta operación fue por la suma de $ 1.393.021,60 pagaderos en títulos cotizados a la par y denominados de “transformación agraria, estando comprendido en este precio todas las mejoras existentes, edificación, molinos, potreros y demás adheridos al suelo”. (2) Estos datos dan cuenta de que la Colonia Oficial N°4 se constituyó en la Estación Hasenkamp. Otro aporte de la ley de Transformación Agraria es el requisito de establecer una cooperativa que nucleara a los futuros colonos. Dicha cooperativa, hoy desaparecida, se estableció en Hasenkamp, se llamó Ramírez y tuvo domicilio en calle San Lorenzo en una propiedad de la familia Rotman y realizaba acopio de cereales en galpones que se encontraban en Av. San Martín y 3 de Febrero. Don Rosendo Cian, antiguo colono, me comentaba que ellos entregaban el cereal a la cooperativa en el antiguo galpón del otro lado del ferrocarril, hoy propiedad de la Ganadera Gral. Ramírez, desde donde se trasladaba por ferrocarril. Aunque según don Carlos Schneider, ese galpón, en realidad, era del acopio de cereales de Sebastián Ger Villacampa. La creación de la Colonia Oficial N°4 dio un gran impulso económico a la Villa, no solo a los grandes acopiadores de cereales como Capurro, Villacampa y la Cooperativa Ramírez, también a los comerciantes que proveían de mercaderías a los colonos y a los diferentes oficios que les brindaban sus servicios. Con el tiempo, muchos colonos, ya mayores, se establecieron en la Villa dejando a sus hijos a cargo de la explotación agropecuaria y otros descendientes de familias numerosas, sin posibilidad de trabajar sus campos, buscaron en el pueblo una ocupación donde desarrollarse. Ejemplo de ello fueron Yanz, con carpintería, Kloss y Raminger, con almacén y acopio de huevos provistos por los mismos colonos, Gomar, Gareis, con taller mecánico, Kisser, taller metalúrgico o Goltz, transporte. Otras numerosas familias de variados oficios y orígenes llegaron y se formaron en la creciente Villa como los Ernst, Schepens, Audicio, Amend, Cian, Maurice, Seimandi, Utz, Ladner, Graciani, Invenenatto, Grosso, Hemerling, Schneider, Passutti, Muller, Zárate, Homar, Salamone, Tricarique, Espinosa, Piris, Leiss, Kapobel, Emeri, Strack y tantos otros. A ellos también recordaremos como los que aportaron al desarrollo de la Villa escuchando una polca en “De la colonia a Hasenkamp”. (1)  “Memoria del Ministerio de Hacienda, Justicia e Instrucción Pública – Año 1934”, Imprenta de la provincia, Paraná, 1934, pp. 23 – 25. (2) “El gobierno ha realizado la operación más importante en materia de adquisición de tierras para colonizar”, El Diario de Paraná, publicación del 29 de mayo de 1935.

27 de junio de 1951

Eduardo Hasenkamp llegó en 1866 desde Alemania en busca de su futuro y en su recorrida por el país comenzó a tejer el sueño de ser hacendado. Junto a su hermano Federico, compraron un campo de dos leguas cuadradas de monte en el espinal y, sobre una lomada entrerriana, levantaron su hogar al que llamaron “Los Naranjos”. Cuando el ferrocarril estiró sus caminos de hierro, los hermanos Hasenkamp ofrecieron su campo para el cruce de las vías y el 24 de agosto de 1906 presentaron los planos de la futura villa que guardaría su nombre. Ese primer diseño contaba con un terreno para la estación y veinticinco manzanas. Mientras las vías se prolongaban y el tren resonaba en ellas, el plano de la villa comenzó a hacerse real. Los primeros en llegar fueron los ingenieros, topógrafos y peones del ferrocarril y, junto a ellos, los proveedores de mercancías y el primer almacén frente a la estación. Durante varios años fue punta de riel, allí donde terminaban las vías, y centro de concentración de los productos de la zona con vagones que regresaban rebosantes a la ciudad capital. Con el arribo de los colonos el monte cambió por campos de trigo y se inició el acopio de cereales con flota de carros y el silbato de los motores a vapor que cada diciembre anunciaba el inicio de la campaña. Apellidos criollos como Balcaza, Iglesias, Godoy, Nieto y tantos otros, comerciantes, peones en la cosecha, la estiba, el desmonte, la hacienda o carreros, se mezclaron con los de inmigrantes venidos de todos los puntos y comenzaron a poblar la nueva villa tejiendo nombres y orígenes en una trama inseparable. El español Agüera Porro abrió la escuela y Juan Borré la primera botica, después llegarían los doctores Brage Villar y Haedo. Las noches fueron iluminadas por la usina del alemán Kochendoerfer y en la herrería de los hermanos Bergna y de Mayer se forjó el hierro de los primeros galpones y tinglados. Los albañiles constructores, Pasutti y Marcuzzo rompieron el horizonte con sus edificios desparramados por la geométrica planicie y cambiaron por ladrillos las iniciales paredes de chapa. Los Bertignono abrieron el Hotel Italiano y Cotti, iluminó las noches de los domingos con su cine, mientras el zaino con pechera de plata del comisario Mendoza recorría las calles rumbo a su destino. Los “turcos” y judíos aquietaron sus carromatos de mercadería ambulante y desplegaron sus comercios de novedades que llegaban hasta la vereda. Los jóvenes deportistas pintaron de rojo o de verde sus camisetas para jugarse la pasión en potreros que se institucionalizaron con los colores de Atlético y Sarmiento. La estafeta se hizo correo, el destacamento, comisaría, hubo registro civil y juez, banco, sociedad rural, iglesias con sacerdotes y pastores, la escuelita se duplicó en jardín, en secundaria y en terciario. El tanque de chapa remachada construido en el taller de Mayer y la vieja bomba se agigantaron en un nuevo tanque y la red de agua potable y cloacas extendió su red por las crecientes viviendas y en cada una también se encendió la luz eléctrica. Tuvo festival propio con la democracia y las pequeñas murgas se hicieron comparsas para llevar el carnaval por el país. Creció, como la caminata de los jóvenes que lleva en andas la fe de miles en la “Peregrinación de los Pueblos”. Y crece. El viejo plano de los sueños iniciales de la Villa estira incesante su desarrollo porque un 27 de junio de 1951 se recibió de Municipio con formal decreto provincial.

Marumbá y El Caribe (1997)

En las últimas horas del día sábado 1° de febrero, la ciudad de Hasenkamp tuvo un importante motivo para concentrar a casi toda su población y a muchísimos visitantes –sobre todo de localidades vecinas– en su avenida principal: se iniciaban los “Corsos 1997”. Alrededor de las 22.00 hs, miles de corazones comenzaban a agitarse inquietos a lo largo de la Avenida San Martín. Una hora más tarde, plateas y tribunas estaban totalmente ocupadas, daba la sensación de que ya no cabía ni un alfiler. Los gurises -y algunos no tan gurises- daban rienda suelta a la emocionante aventura de arrojar espuma, mientras que alguna señora protestaba porque también se la habían arrojado a ella. De pronto, la voz inconfundible de Omar “Tano” Geminiani cruzó como una centella por la ancha avenida, ensanchándola aún más, dejando en el aire una estela fosforescente y el eco de sus palabras: “¡Buenas Noches!… ¡Bienvenidos!… ¡Bienvenidos nuevamente a la fiesta máxima, la más popular de Hasenkamp! ¡Aquí estamos para iniciar la primera noche de carnaval!… ¡Aquí está; ya se está encolumnando; ya va a salir, en instantes nada más; y el sólo hecho de decir que ya está en movimiento, provoca el delirio de estos “locos lindos” que están en la tribuna, que la quieren y la llevan en el corazón…! ¡Aquí…  la alegría…! ¡Aquí… la fiesta! ¡Aquí… el brillo! ¡Aquí… el baile! ¡Aquí está… MA…RUM…BÁ…! … ¡Qué baila, baila y baila…!” Instantes después, desde uno de los extremos de esa colmada arteria principal, la parafernalia musical hacia resonar los primeros acordes interpretados por “Los Fabulosos Disel”. De esta manera, se levantaba el telón de un espectáculo fascinante; y, como no podía ser de otra forma, el público comenzó a manifestar su algarabía con un aplauso interminable… Este era el prólogo que anunciaba una verdadera fiesta de carnaval. Los aplausos y la ensordecedora gritería se detuvieron por unos instantes; y entonces, la luminosidad y el estruendo de los fuegos artificiales, cubrieron el cielo hasenkampense. El impresionante despliegue pirotécnico surgía en el horizonte de la avenida más emocionada del mundo. Una abuela dejó derramar algunas lágrimas; un pequeñito en brazos de su mamá dejó de lloriquear, ya no tenía hambre ni sueño, no lo asustaban las bombas, sólo quería ver a MARUMBÁ… La euforia de los simpatizantes de la comparsa más antigua de Hasenkamp llegó a su máxima expresión cuando el ulular de una aguda sirena (todo un símbolo de la misma) fue extinguiéndose, para dar lugar a la melodía:                                                 “Miralá, que lida viene,                                                   miralá, que linda va,                                                   la comparsa de mi pueblo                                                   que se llama Marumbá…” En el firmamento relumbraban nuevas bengalas, estallaban cohetes –de tres en tres– y explotaban poderosas bombas de estruendo. Desde ese momento, y por más de dos horas, brillaría otra luz -esta vez mucho más resplandeciente –la que encandilaría al público con su magia. Marumbá –la comparsa que surgió allá por el año 1973, como la “pequeña-gran ilusión” de un grupo de jovencitos; la que vive el carnaval con pasión, con alegría, con la música en la sangre, la que baila con el corazón- maravilló a propios y extraños… Marumbá avanzó lentamente con un formidable despliegue, lleno de simpatía y encanto, representando en forma impecable el tema “Caribe”. Brindando un espectáculo general de excelente nivel, combinando el diseño y colorido de sus trajes -un lujoso y delicado trabajo artesanal- con diferentes cuadros coreográficos que incluyeron diversos ritmos, propios de la región caribeña.   A su paso transmitió muchísima alegría, particularidad que repitió durante los cinco días de presentación. Sus pasistas exteriorizaron una impresionante algarabía, y sus movimientos estuvieron impregnados de ritmo y creatividad. Los más pequeños deleitaron al público con una exquisita demostración de frescura. El éxito obtenido por Marumbá, no ha sido más que el fruto del esfuerzo y del talento; sumados al trabajo organizado de sus directivos, colaboradores e integrantes. Antes y después de cada presentación, tuvimos la oportunidad y el privilegio de dialogar con muchos de sus integrantes. Ellos se expresaron espontáneamente, comentándonos detalles, transmitiéndonos sus emociones… Quisiéramos documentar esos instantes de felicidad de sus vidas, para reflejarlos en las páginas de esta publicación. MARÍA DE LOS ÁNGELES ARDILES, Reina de Marumbá ’97 Tiene 17 años, baila en la comparsa desde que tenía apenas 4 añitos, su mamá siempre estuvo relacionada con el grupo de trabajo y la organización de la comparsa. Ambas circunstancias hicieron que esta simpatiquísima señorita creciera junto a Marumbá y que por ello tenga arraigado un sentimiento tan profundo por esta comparsa. Al respecto manifestó: “Siento una emoción muy grande, muy fuerte, algo que tengo incorporado muy dentro de mi corazón… ¡Marumbá es una pasión! Ver a mi comparsa con tanto brillo y color, me da muchísima alegría, nunca la vi como este año. Lo estupendo de Marumbá, creo que no se encuentra en ningún lado”. Este año, María de los Ángeles tuvo el honor, pero también la gran responsabilidad, de ocupar el “sitial de soberana” de su querida Marumbá. Sobre su elección nos comentó: “La elección de reina se realizó en una cena, para la cual la Comisión de la comparsa invitó a un grupo de chicas que eran candidatas. No creí que fuera a ser elegida, era quien menos esperanzas tenía. Pero esa noche creo que tuve ese ángel que nace de adentro, porque bailé, sonreí, y así nació la Reina ’97. Lloré de emoción y corrí hasta la mesa donde se encontraban mis hermanos, no sabía que hacer, estaba muy emocionada, fue lo más lindo que me puedo haber sucedido”.  Con relación a su atuendo, nos explicó: “El traje, que consta de una bikini, hombreras y muñequeras, lo realizaron verdaderas manos expertas. Las bordadoras fueron las señoras: Sabina Cuello, Betty Picotti y Betty Ruiz Moreno; y colaboró en el armado el señor Manuel Ruiz Moreno. Todos ellos integraron parte del staff del taller de la comparsa. La tela del mismo es una gasa francesa; bordada con lentejuelas, canutillos, piedras y perlas doradas; y el motivo es un conjunto de florcitas; a ambos lados de la bikini se le aplicaron cadenas francesas doradas. Las hombreras y muñequeras fueron confeccionadas con el mismo tipo de tela, con un borde de cadenas francesas y flecos realizados en perlas, canutillos y mostacillas. El color predominante del traje es el café -tono adecuado al tema Caribe– y está combinado con detalles en color ocre. La gargantilla, en la que prevalece el dorado, está repleta de piedras importadas. Las sandalias son doradas. La corona lleva cuatro metros de strass, piedras y perlas, y fue confeccionada en un taller exclusivo de la ciudad de Monte Caseros, Corrientes. El espaldar mide 4,80 metros de altura, lleva una gran cantidad de plumas amazonas blancas y una buena cantidad de plumas de faisán, que le dan realce y un toque de distinción; además tiene un importante trabajo de bordado en lentejuelas nacaradas, con detalles y aplicaciones realizados con perlas, piedras, canutillos y cadenas de color dorado. Si tuviera que sintetizar en una sola palabra todo lo relacionado con el atuendo que luzco, simplemente diría que es: ¡estupendo!   Finalmente le preguntamos a María de los Ángeles Ardiles sobre cómo podría definir a Marumbá. Ella respondió enfáticamente: “Marumbá es realmente una familia, somos un grupo que trabaja en forma muy unida. Los integrantes de la comparsa ensayamos muchísimo; hay chicos que llegan sin siquiera tener una noción de cómo hay que bailar en una comparsa y salen excelentes bailarines; todos ponemos mucho empeño en lo que hacemos. Marumbá es “una casa” en la que todos nos alojamos y estamos bien con todos, se trabaja lo mejor posible y para ello es importante el respeto por los demás.   Ante estaba calificada como la comparsa que tenía baile, pero que siempre le faltaba brillo, trajes suntuosos; este año hubo personas que propusieron cambiar el rumbo de la historia y dijeron “Además de buen baile, Marumbá puede tener brillo y esplendor”.   “Esas personas, hoy están en silencio, sencillamente conformes de haber hecho las cosas bien, pero es a ellos a quienes tenemos que agradecerles este gran éxito, ellos trabajaron desde la mañana a la noche sin cesar y a ellos le debemos nuestro reconocimiento”.    “Marumbá’97es un esplendor total; para nosotros es un orgullo haber levantado de esta forma a nuestra querida comparsa; creo que quien vio a Marumbá antes, no lo puede creer”.  LA CARROZA… Una elocuente playa del Caribe   La carroza que transportó a la Reina 1997 de Marumbá representaba una playa tropical del Caribe, en la que se destacaban palmeras, una gran ostra de mar y dos nativos morenos tocando las tumbadoras. El trabajo realizado en la misma fue de excelente nivel. Para lograrlo se necesitó del camión de Luis Estebenet y fundamentalmente se necesitaron muchas horas de trabajo, manos habilidosas y mucha creatividad. Claudio Tortul y Neio Picotti se ocuparon de la mecánica e idearon el sistema de engranajes para dar movimientos a la base donde iba ubicada la Reina; José Rivas, Joselo David, José Estebenet, Osvaldo Picotti y Julio Mauro realizaron las tareas de herrería, carpintería, decoración, etc. Cada uno aportó su granito de arena y de este modo, como resultado final, se obtuvo una hermosísima playa caribeña. MÓNICA G. PASUTTI.  Embajadora de Marumbá Tiene 19 años, integró la comparsa por primera vez en 1996, año en el que fue Reina. La entrevistamos, preguntándole primeramente cómo fue su inicio en la comparsa, a lo que respondió: “Siempre fui simpatizante de Marumbá, pero recién el año pasado me integré, tuve la suerte de haber sido elegida Reina y me gustó muchísimo. Este año es distinto, bailo con más ganas porque la comparsa está más linda, cambió totalmente. Además, hay mucha alegría en el público y vino mucha gente de afuera. Estoy muy contenta, un poco nerviosa hasta que comienzo a bailar. El momento de mayor entusiasmo es cuando llegamos a la tribuna de Marumbá, allí es donde se siente más la alegría, la euforia de la gente y eso realmente emociona. Tengo la espalda lastimada, por el roce del espaldar y porque además es pesado; sin embargo, cuando comienzo a bailar, no siento nada”. Con respecto a su representación y vestuario, dijo: “Represento a la Tempestad y mi traje incluye: el tocado, que lleva plumas de gallo color lila y está íntegramente bordado con lentejuelas lilas, mostacillas y piedras doradas; la malla, que está bordada con lentejuelas lilas, 60 piedras y perlas doradas y blancas; y el espaldar, que lleva amazonas lilas y fucsias, apliques en piedras, lentejuelas y mostacillas del mismo tono”. Al ver el bellísimo trabajo de bordado de su traje, le preguntamos cuanto tiempo le demandó realizarlo y con toda sinceridad nos comentó: “Con el bordado me ocurrió algo bastante especial: tenía idea de cómo se hacía, pero nunca lo había hecho, ya que el año pasado me bordaron todo el traje de Reina. Este año aprendí, bordé el espaldar y las botas; pero, de todos modos, como es un trabajo que lleva tiempo, me ayudaron muchas personas y también me bordaron la malla. A todos ellos les agradezco muchísimo”. TANIA RUIZ MORENO. Pasista de Marumbá ’97 Tiene 19 años, participó en la comparsa desde que tenía apenas 6 meses de edad, hasta los 10 Años. La entrevistamos instantes previos a la actuación de la comparsa en el último día de carnaval, y le preguntamos sobre su participación en la misma. Sorprendida por nuestra requisitoria, pero muy segura en sus apreciaciones, nos dijo: “Toda la vida he sido de Marumbá, pertenecer a Marumbá, es una alegría tremenda, una emoción inexplicable, es una pasión… Desde que volvieron a realizarse los Corsos en Hasenkamp, este es el primer año en el que nuevamente integro la comparsa. En 1995 estaba con mi familia viviendo en Misiones y en 1996 tenía que hacer el cursillo de ingreso a la Facultad, por eso no puede estar presente; pero este año, aunque estoy viviendo en Córdoba, porque curso la carrera de abogacía en la Universidad Nacional y…

Mercería Vita

En la esquina de las actuales calles Urquiza y Sarmiento vivía el matrimonio de Alberto Isaac Eskenazi y Clara Vita, quienes tenían una tienda, llamada “El baratillo Alberto”. Con ellos vino a trabajar, proveniente de Santa Fe, un hermano de Clara llamado Salvador. Salvador Vita era soltero y mantenía una amistad con un joven farmacéutico de apellido Villaraza que asistía al Dr. Ferro en su farmacia. Con el tiempo, Salvador contrajo matrimonio con una novia que tenía en Santa Fe, llamada Rebecca Roitman. Los Vita eran judíos sefaradíes, originarios de Tudela en la región vasca de España. Alberto Eskenazi había abierto una sucursal de su tienda en María Grande la que era atendida por sus otros cuñados, Jacobo y Alfredo Vita. Alrededor del año 1940 abandonó Hasenkamp para radicarse en María Grande. Se creía que Alberto Eskenazi podría tener algún parentesco con Enrique Eskenazi, quien era la cabeza del grupo Peterson, principales accionistas de los Bancos de Santa Fe, Entre Ríos, San Juan y Santa Cruz, con empresas en ingeniería y construcciones, energía, agroindustrias y servicios urbanos, cuya fortuna se considerada entre las treinta más grandes del país. En realidad, no fueron parientes y ni siquiera se conocieron. Sin embargo, sí existía un parentesco entre los Vita y Enrique Eskenazi, pues Jacobo Vita se había casado con una hermana del empresario santafesino. Un de los hijos de este matrimonio, llamado Ovidio Vita, es presidente de la fundación Banco Entre Ríos. Salvador y Rebeca instalaron un negocio, la Mercería Vita, en el antiguo local de la Farmacia Borré en Sarmiento y Diagonal Libertad. También ocuparon la vivienda que estaba junto al local, donde actualmente se encuentra la tienda Acuario. El matrimonio Vita-Roitman durante más de diez años mantuvo su negocio y tuvieron en Hasenkamp tres hijos: Ovidio Elías, Clara Miriam y Mirna Elda. Pero, cuando los hijos necesitaron continuar con sus estudios secundarios y universitarios, abandonaron la Villa para radicarse en Córdoba donde nació su hija Griselda. Su hijo mayor, Ovidio Elías, se recibió de médico, emigró a EEUU y se radicó en Orlando. Con el tiempo llevó a toda su familia con él. Sus padres, Salvador y Rebecca, fallecieron en ese país.

Mi padre, el herrero

La mesa abierta en aromas extiende su abrazo de platos con un sol de panes tibios anunciando el mediodía. Sobre las cinco cabezas se multiplican las manos en maternal movimiento. Crecen los platos en sahumerios calientes perfumándolo todo y las cucharas comienzan el viejo rito familiar. Por entre los sorbos se escapan y cruzan furtivas miradas con casi infantiles sonrisas, misteriosas de secreto en común. A una señal de la entrecana cabeza, corre el más pequeño y vuelve jadeante y serio y… “Para vos papá”, murmura nervioso y con miedo de no recordar el discurso tantas veces ensayado y entrega un diminuto paquete con un beso prolongado. Un silencio breve se trepa a la mesa y sobre ella queda el regalo, casi perdido entre dos manos enormes, como un pequeño gorrión herido… Es un pequeño paquete de un domingo distinto de todos, entre unas manos que hablan de la vida de un hombre. Manos grandes, demasiado grandes para la caricia, surcadas de cicatrices antiguas. En ellas hay recuerdos de siembra en un lejano tiempo de trigo y reja abriendo tierra y un sueño de guitarra atardecida cuando los dedos eran jóvenes y gustaban de acariciar las cuerdas. Pero la guitarra se quedó hace mucho tiempo, allá, junto al arado y las espigas, cuando dejó el campo abierto para construirse junto a su compañera, con una ilusión de hijos y porvenir distinto, nuevo. Conocieron sus manos las mañanas de gorriones por el pueblo y cambiaron la siembra y el rumor del ganado por el martillo y el calor de la fragua. El yunque elevó cada día la eterna canción del hombre y el metal. Aprendieron el oficio del herrero. De su tiempo lleno de esperanzas le nacieron cuatro retoños, hijos de sus ojos y de los de aquella que acompañó sus noches con embrujo de luna amanecida. Pocas veces cuando correteaban en su taller, acarició esas cabecitas morenas. Eran demasiado duras esas manos para conocer delicadeza y caricia. Y un día, sin saber muy bien cómo, comenzaron a crecer sus pichones… y a volar. Uno quiso ser cura, otro técnico, el otro se perdió entre marchas militares y el mayor siempre habla de poesía. A todos dejó ir y volver, probar de nuevo y quemar ilusiones. A todos esperó a su lado con su saludo alegre, su mirada calma, acariciándose el bigote entrecano y algún consejo deshojado al paso. Siempre hablando más con silencios que con palabras. Demostrando, más que diciendo, con su volver siempre al taller, al hierro y al trabajo duro. A ese trabajo que le había endurecido la piel, las manos y la caricia, que iba doblando su espalda como una barra al rojo en la bigornia, pero que era su pan y sus hijos, su vida. Y así fue juntando heridas en sus enormes manos. Cada una de esas cicatrices, cada surco de tiempo por la piel, es el itinerario de una larga vida de dar amor. Manos callosas. Manos grandes, demasiado grandes para la caricia. Manos que ahora tiemblan, manos que levantan firmes el martillo cada día. Manos que conocen su oficio duro y que ahora, apretando un paquete, son infinitamente torpes para desatar los hilos. Quisiera decir algo, pero no atina a nada, sólo mirar fijamente el pequeño regalo. Hay algo que arde en sus ojos, algo que reseca su boca, algo por dentro que le desata los nudos de la emoción. Al levantar las copas en el brindis sus manos parecen más pequeñas, más suaves, más hermosas…

El Flaco, La Colmena y Artigas

El 18 de junio la Escuela de Educación Agrotécnica N°40 “Hipólito Yrigoyen” celebra un año más de su creación y el 19 es el día de la Bandera de Entre Ríos, fecha establecida por la ley N° 10.220 y sancionada el 18 de junio de 2013 en recuerdo del nacimiento de su creador don José Gervasio Artigas. En la foto del acto de apertura en 1985 aparecen el Gobernador Sergio Montiel, el Intendente Carlos Acedo y el profesor Farneda, Director Organizador de la escuela recién creada. Juan José Farneda, el Flaco, como le decían sus amigos y colegas, había conducido a la Escuela Agrotécnica “Manuel P. Antequeda” y fue designado como Director Organizador de la nueva escuela agrotécnica a crearse en un lugar denominado “La Colmena” a la altura del km 88 de la Ruta 127. Eran 120 hectáreas de la antigua estancia de la familia Predolini donde había funcionado la administración de la Colonia Oficial N°4 y durante unos años una Escuela Monotécnica Nacional (Escuela de oficios). El Flaco se instaló en el chalet reacondicionado que había en el lugar y puso manos a la obra. Reparó una antigua cantina y con camas cuchetas pedidas al ejército organizó la residencia estudiantil que en esa época le decían “internado”. Pidiendo y recolectando ollas y mobiliario habilitó la cocina y con bancos del Consejo de Educación armó un aula para el Primer Año, en un edificio que había quedado de la Escuela Monotécnica. Con la invalorable ayuda del Municipio de Hasenkamp, que proveyó personal, maquinarias, vehículos y el aporte solidario de vecinos que prestaron elementos e incluso animales para iniciar el tambo y otros sectores productivos, estuvo todo listo para la apertura. Solo faltaba colocarle un nombre a la nueva escuela que llevaría el número 40. El Flaco, al cual conocía de Antequeda donde mi hermano Alberto daba clases y con el cual lo unía una amistad, me había manifestado que su intención era que la escuela llevara el nombre de José Gervasio Artigas, pero que había encontrado la negativa del radicalismo que gobernaba a nivel local y provincial. Tal vez la figura de Artigas en esa época no era tan reconocida como parte de la historia de Entre Ríos como lo es hoy y además el radicalismo tenía la costumbre de colocar nombres relacionados con su historia en todo lo que inauguraba. Pero seguramente el gobernador Montiel no se hubiera opuesto al nombre de Artigas ya que en su gobierno a través del decreto 879/1987 MGJE del 5 de mayo de 1987 declararía como bandera oficial de la provincia de Entre Ríos a la bandera artiguista.

Maestro Guito Estéfani

De repente, en las calles del recuerdo hay una inesperada quietud. En lo del Gringo Sosa, en La Cambicha, en los galpones de Stagnaro y en las viejas pistas, un largo silencio se ha aquietado en el polvo. Un acordeón enmudecido llora lentas notas de despedida.   Era viernes el 10 de septiembre de 1937 cuando nació como Santiago Nicolás, pero pronto el diminutivo de su nombre conservaría el Guito final que lo acompañaría por siempre.  Era el primero de diez hijos en la familia de los Estéfani, avicultores que habían recalado en la, por entonces, prometedora estación Las Garzas. Con sus abuelos genoveses había venido la música en forma de acordeón y estaba presente en todas las reuniones familiares y en improvisados encuentros con los vecinos. Algo su padre, pero especialmente el tío Tino fue su gran maestro apenas vio que ese gurisito de cinco años que se esforzaba por sostener un acordeón casi tan grande como él, sabía tejer acordes de apenas oírlos. Fue el mismo Tino quien le regaló un instrumento más apropiado a su tamaño y le enseñó todo su saber. Y el pequeño acordeonista estuvo en cada acto escolar y en toda reunión bailable, en su casa o en el pueblo. Allí lo vio Lanzi, un violinista que tenía su conjunto en la ciudad de Bóvril y lo contrató para sumarlo a su orquesta. Cada sábado, solo con su valija, su acordeón y sus diez años se subía al Ciudad de Colonia atravesando los caminos polvorientos hasta la terminal de Bóvril donde lo esperaba Lanzi. Se hospedaba en su casa donde repasaba el repertorio y era tratado como un hijo más de esa familia. Unos siete años duró su empleo como músico, hasta que el grupo se disolvió a mediados de los años 50. Entonces su tío Tino le propuso crear su propio conjunto a dos acordeones, más la guitarra de Pacho Sánchez y un joven de María Grande que tocaba la batería. Comenzaron a surgir los contratos y las actuaciones en bailes donde reinaban el tango, el foxtrot, el paso doble, el baión y el vals. En Hasenkamp, el pueblo vecino que crecía cada día, iban a inaugurar el Banco de Entre Ríos y, gracias a la intervención del Dr. Ferro y de Bartolo Battisti, obtuvo un puesto en 1960. Desde entonces, y por treinta y tres años en que le llegaría su jubilación, sería bancario de lunes a viernes y músico los fines de semana. Cuando en 1964, ya cansado de tanto trajín, el tío Tino abandona la banda, solo le queda armar y dirigir su propio grupo. De allí se van a suceder los viajes constantes, los incontables escenarios y las formaciones. En distintas agrupaciones pasaron por el conjunto Moncho Aguiar, el Negro Riquelme, Cacho Schneider, Jorge Jofré, Lito Hernández, Bubi y Carlos Salamone, los tres hermanos Battisti de Seguí, Jorge “Morsi” Batistti,  Mateoda, Bochita Luna, el Tuqui Aquino, Nicolás Muller, José Luis Andreotti, Cuchu Leiva y tantos otros. Entre ellos sus hijos que, tan niños como había empezado él mismo, se sumaron a la banda. Con los músicos también se sucedieron los nombres del grupo: Estéfani y su banda, y sus electrónicos, y su conjunto, hasta la última Super banda de Estéfani. Fueron interminables los kilómetros andados cada fin de semana en la celeste camioneta Chevrolet de Manfredi o en el Rambler cross country que podía acumular cinco músicos, equipo de sonido, acordeón, piano, guitarra y bajo para recorrer cualquier camino de la provincia y aún más lejos. Desde el tiempo en que las pistas tenían cercos de lona o arpillera a los costados, faroles para la escasa iluminación y equipos de sonido a batería. Los bailes eran los sábados y el domingo se hacía el llamado “pic-nic” que terminaba a la medianoche. Hasta tres horas de actuación continua, en las noches veraniegas o con temibles heladas invernales. Tantos lunes llegó sin dormir a su empleo bancario que se extendía hasta el sábado siguiente. Interrumpido por un ensayo semanal donde no había partitura, solo oídos y los arreglos se acordaban entre todos. Tiempos en que el contrato era de palabra y se respetaba solo con un llamado telefónico donde se arreglaba la fecha y el pago. Su fama se fue afianzando y su presencia en cualquier baile era garantía de éxito, en Piedras Blancas en lo del Gringo Sosa, en La Cambicha, en Alcaraz Norte en la pista del Rojo Collaud, en lo de Luquita Manfredi o en los galpones de Stagnaro. Actuó en la pista de Mitre, luego el bar de Vallejo, el cine de Coti, en la Posta del Nogal, en la pista de Gallo camino a Las Garzas, en el club Atlético o en los grandes bailes de carnaval del club Sarmiento junto a Géminis de Crespo que reunía a miles de personas después del corso. Los contratos lo llevaron por Mojones Norte, Villaguay, Concordia hasta San Jaime de la Frontera o a la pista grande en la curva antes de llegar a Cerrito que desde las siete de la tarde llegaba a reunir a más de dos mil entusiastas bailarines. Muchos años de acumular historias que se seguirán contando en las reuniones y habrá que escribirlas para que no se pierdan en el olvido. Como la ocasión en que alguien armó el palco junto al corral de los chanchos y en medio de la actuación, el Negro Riquelme, les abrió la puerta y los cerdos invadieron la pista creando un desbande general. O en la pista de doña Micaela Sotelo, pasando el Guayquiraró, donde solía armarse lío con la policía y tuvieron que salir huyendo cuando relucieron los cuchillos y sonaron los disparos. Los bailes de La Paz eran sus preferidos, una o dos veces al mes se hacían en el club Unión y en el Comercio. Tocaba Gasparín en un club y ellos en el otro, aunque competían, se llenaban los dos clubes. También llegaron las satisfacciones de las primeras grabaciones, los casetes y luego los discos junto con la distinción en la peña oficial del festival de Cosquín con Ñanderetá. En un baile en lo Pezoa conoció a la Negu Salamone, que sería su compañera desde entonces y luego vendrían José Carlos, Javier y Santiago para prolongar su nombre y, a su manera, estirar su camino. Una vida puede parecer tan breve cuando ya ha transcurrido y, sin embargo, acumular tantos recuerdos, tantos relatos de interminables caminos recorridos con el acorde de un festivo acordeón. Porque a esa vida se le unen las innumerables historias de los que construyeron o desarmaron sus vidas al ritmo de su música en una pista de baile. El acordeón del maestro Guito se ha cerrado en una breve quietud, pero sin condena de silencio, porque hay demasiados corazones que le deben buena parte de los mejores momentos de su porción de felicidad.

Héctor Naún Schmucler

Fue un intelectual argentino de proyección internacional cuyas reflexiones fueron relevantes en numerosas áreas de las ciencias sociales y las humanidades. Como semiólogo se destacó como un teórico destacado del campo de la comunicación. “Historia y memoria, en su significación más espontánea, tienen en común el convocar al pasado. Traen un pasado al presente y anuncian que, a su vez, este presente se hará necesariamente pasado”. Héctor Schmucler (1931-2018) Nació en Hasenkamp, el 18 de junio de 1931, probablemente en una vivienda como la que se construían en aquella época de techo y paredes de chapa, en la esquina de Avenida del Ferrocarril y calle uno, actualmente Avenida San Martín y Presidente Perón, allí figura como primer propietario de la manzana 2, lote “a”, Ana Dupys de Schmucler, probablemente la abuela, quién adquirió el lote de 2.500 Mts.2 por un monto de 1.000 pesos y escriturado en junio de 1926, aunque estos terrenos eran escriturados al finalizar el pago del mismo por lo que su ocupación debe datar de 1912 en adelante, año en que los terrenos de la planta original de 24 manzanas se habían vendido y se proyecta la ampliación de 20 manzanas más a cargo del Agrimensor Antonio Tost el 1° de enero de 1913. Su familia provenía de los pueblos que hoy forman parte de Ucrania, Bielorrusia y Polonia, estos judíos asquenazíes, víctimas de las intolerancias raciales y religiosas, perseguidos y expulsados de la Rusia Zarista, huyendo de los pogroms recibieron con beneplácito el proyecto del barón Mauricio de Hirsch para convertirlos en colonos agricultores en las pampas argentinas. En Entre Ríos el barón de Hirsch, a través de su fundación “Jewish Colonizatión Associatión” compró tierras en el centro de la provincia, estableciendo colonias en el Departamento Villaguay incluso algunas cercanas a Hasenkamp, como la “Luis Oungre”, creada en 1925 y la “Leonardo Cohen”, creada en 1931, en la línea que divide los departamentos de Villaguay y La Paz, con administración en Alcaraz (comúnmente denominadas “La Gama”). Muchos de estos colonos judíos abandonaron voluntariamente las colonias trasladándose a los centros urbanos, los jóvenes, hijos de colonos, que no lograron tierras cercanas a las de sus padres ni los recursos económicos para asentarse en las colonias fueron los primeros que se trasladaron a los pequeños centros urbanos cercanos, luego fue el llamado de las grandes ciudades, que no solo ofrecía mayores oportunidades laborales y mejoras sustantivas en el estándar de vida, sino también las posibilidades del acceso a la educación secundaria y superior. Héctor era hijo de Carlos Schmucler y de Hipólita Kreiman, quien falleció joven por causa de la tuberculosis.  Según su nieta Abril Schmucler Iñíguez: “Todos le decían “Toto” porque su padre, Carlos, lo nombraba en Yiddish ‘Totele’: querido mío, hijito. Además de hablar en yiddish, Carlos era el almacenero que todos los barrios del mundo deberían haber tenido. Era cariñoso, honesto y daba galletitas con salame a sus nietos que llegaban hambrientos al almacén”. “La única foto que miro de mi bisabuelo es un río, con un asado en camino. Es alto como su hijo, aunque más robusto. Al parecer sus manos eran igual de grandes. Se habían mudado desde Hasenkamp, de la provincia de Entre Ríos, a la ciudad de Córdoba; entre otras cosas, supongo que para tratar la tuberculosis de Hipólita”. Héctor Schmucler vivó en Hasenkamp unos pocos años, su madre enfermó de tuberculosis y por consejo médico debía buscar condiciones climáticas más apropiadas para su padecimiento, por lo cual su familia decidió trasladarse a la ciudad de Córdoba. En Hasenkamp residía y ejercía la medicina, desde 1926 el médico de origen cordobés Julio Haedo, recibido en la universidad de Córdoba quién probablemente aconsejó esa alternativa. Sus padres se instalaron en el barrio Pueyrredón de la capital cordobesa donde abrieron un almacén, su madre murió cuando él tenía seis años. Estudió en el Colegio Nacional de Montserrat, rindió libre un año completo del bachillerato para acelerar e inscribirse en medicina, carrera que cursó hasta cuarto año donde decidió abandonar la carrera. Héctor, al igual que su madre sufrió de tuberculosis, el único tratamiento de la época era el encierro en el hospital de Santa María de Punilla, enfermedad de la que pudo sobreponerse gracias a la aparición de los primeros antibióticos, la dieta, el sol y el aire puro. Restablecido estudió Letras y se recibió de licenciado, en la literatura descubrió el valor de Rayuela de Julio Cortázar. Su estudio, “Rayuela: juicio a la literatura”, publicado en 1963 desencadenó un contacto frecuente y constante con Cortázar, al cual lo unió una amistad, contribuyendo la radicación de Schmucler en Francia. Fundó y dirigió en Córdoba, la revista “Pasado y Presente”, de 1963 a 1964, junto a José María Aricó, Oscar del Barco y Samuel Kiczkowski, desde muy joven militó en el Partido comunista del cual fue expulsado, a causa de las publicaciones de esa revista donde difundió el pensamiento de Antonio Gramsci. Esta revista fue la primera en abordar el campo de estudios de la comunicación en el país. Se instaló en París para estudiar Semiología en la École Pratique des Hautes Études bajo la dirección de Roland Barthes, entre 1965 y 1969, a su regreso al país tradujo y puso en circulación muchas de las ideas del estructuralismo francés, tradujo “Mitologías” de Roland Barthes. Su vocación de enriquecer el debate intelectual encontró espléndida concreción en la labor editorial como editor de Siglo XXI y como fundador y director de Revistas. Se había casado con Miriam Rosemberg, con la cual tuvo dos hijos, Pablo y Sergio, de la cual se separa estando en París donde conoció a la lingüista Ana María Nethol. También se desempeñó como crítico literario destacándose en la crítica política de la cultura al calor de los convulsionados años sesenta y setenta.  A su regreso de París, creó la revista “Los Libros” entre 1969 y 1972, junto a Juan Gelman, José Aricó, Oscar Steimberg, Eliseo Verón, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Ricardo Piglia y German García. Junto a Horacio González fue parte de las Cátedras nacionales en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En la década de 1970 fundó en Santiago de Chile la revista “Comunicación y cultura” junto a Armand Matterlart y Ariel Dorfman, ese mismo año creó la cátedra Semiología del Periodismo Escrito, primera cátedra en ese estilo en América Latina, en la Escuela Superior de Periodismo de la Universidad de la Plata y dirigió una colección en la Editorial Signos. En 1971 escribió el prólogo para el famoso libro “Para leer al Pato Donald” de Ariel Dorfman. Uno de los principales aportes a las ciencias de la Comunicación fue la creación de la cátedra Introducción a los medios masivos de Comunicación, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, interrumpida por la dictadura militar. Se exilió en México en 1976. Junto con otros argentinos, entre ellos, Juan Carlos Portantiero, Nicolás Casullo y José Aricó, participó en la edición de la revista “Controversia”, que alimentó el debate sobre la acción armada en Argentina, la dictadura y el exilio. Tempranamente planteó los temas que formaron parte, varios años después, de la agenda de discusión de la memoria reciente. De la literatura y la semiología a la comunicación había un paso, comenzando la discusión cientificista y profesionalizante en el campo universitario, donde se pronunció a favor de un espacio comunicacional emancipatorio y fue parte de una generación que intentó construir un orden regional latinoamericano más justo, la pretensión de la unidad latinoamericana era difícil. La teoría crítica latinoamericana, que informó parcialmente las posiciones del bloque de países no alineados, lo tuvo como uno de sus referentes más importantes. Se nutría del pensamiento de Adorno, Benjamín y Gramsci, el estructuralismo y el marxismo. En 1997, con ayuda de Carlos Magone publica “Memoria de la Comunicación” y en colaboración con Armand Mattelart publicó “América Latina en la encrucijada telemática” sobre las nacientes tecnología informacional que se desplegarían triunfante los años siguientes, los medios y su alianza con el imperialismo lo mantenían ocupado. La articulación entre comunicación, filosofía de la técnica y ética sería el origen de la cátedra que compartió con Patricia Terrero en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. En su actividad de crítico literario en 2011 se publicó una edición de “Los Libros” (1969-1976), en cuatro tomos con prólogo de Horacio González. Otro gran campo temático que abordó fue el de la memoria, al calor de un compromiso político que no eludía un examen autorreflexivo riguroso, meditó profundamente sobre la condición humana, trabando una amistad fecunda con el pensamiento de Hannah Arendt. Su pensamiento sobre la violencia armada en Argentina estaba atravesado por sus propias experiencias, la desaparición de su hijo Pablo durante la dictadura y su propio exilio junto a su hijo menor en México, lo movieron a revisar doliente y crudamente las responsabilidades políticas, construyendo una idea de justicia sin revancha y de verdad. El artículo “Actualidad de los Derechos Humanos”, publicado en Controversia en 1979, da testimonio valiente de esa posición, que fuera objeto de polémicas. Como Sociólogo y Semiólogo fue profesor de grado y posgrado además de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), en la Universidad de Entre Ríos (UNER) y en Universidades extranjeras, Universidad Autónoma de México, Universidad de Mérida (México), Universidad del Valle (Colombia), Universidad de la República (Uruguay) y Universidad Autónoma de Barcelona (España). Fue fundador del Seminario de Informática y Sociedad en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, hoy a cargo de Christian Ferrer. Dirigió en los últimos diez años de su vida, más de 30 proyectos de investigación. Ha dictado más de cuarenta cursos y seminarios en diversos países: Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Brasil, México, Ecuador, Estados Unidos, Canadá y España. Participó como asesor en la elaboración y reformulación de planes de estudio en las carreras de comunicación en las siguientes universidades: Universidad Nacional de Mendoza, Universidad Nacional de San Luis, Universidad Nacional de Quilmes, Universidad de la República (Uruguay), Universidad Nacional de Buenos Aires, Universidad Autónoma Metropolitana (México), Universidad Nacional de la Plata, y en la elaboración de planes de estudio de posgrado en la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de Buenos Aires. Fue Investigador Principal y miembro de la carrera del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) entre 1987 y 2001, Investigador del Instituto de Latinoamérica de Estudios Trasnacionales (ILET), en México entre 1978 y 1984, donde trabajo junto a Alcira Argumedo, Investigador del Centro de Estudios Sociales de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires de 1986 a 1989, Investigador en el Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana de México entre 1976 y 1985, Investigador del Centro de Estudios Sociales de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires en 1974 y Coordinador de investigaciones en el Centro de Investigaciones María Saleme Burnichón de la Facultad de Filosofía y Humanidades CIFFyH (UNC) entre 1989 y 1993. Regresó a Córdoba definitivamente en 1990, radicándose en los Altos de San Ambrosio, a 35 km de la capital provincial, una especie de retiro entre ir a la ciudad por trabajo y retirarse a la sierra a leer en una casa hecha a su gusto y medida. Su actividad dejó de lado la enseñanza de grado y se dedicó al posgrado y la investigación. En la Universidad Nacional de Córdoba, fundó el CEA (Centro de Estudios Avanzados) y fue director del Área de Estudios sociales de la Comunicación y de la revista “Estudios” al mismo tiempo que se jubilaba del CONICET. En 2006 integró la primera Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba, desde allí fomentó el compromiso ético y crítico con la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Vivió sus últimos años sencillamente de su jubilación, renunciando a cargos y privilegios, no aceptó indemnización alguna por su exilio, porque consideraba que la…

Más perdido que turco en la neblina

Está claro que esta frase se refiere a una persona que está totalmente desorientada, en una situación que no sabe para donde ir, perdida, sin encontrar alternativas, ni soluciones a algo o simplemente por no ver el camino a seguir. Desorientado, perdido, como alguien que se pierde en el monte, en la ciudad o a causa de una intensa niebla que reduce la visibilidad. Pero sobre la frase en sí, se le adjudican distintos orígenes, algunos aseguran que tiene origen europeo, más precisamente en la Germania del Imperio Romano, donde la palabra “turco” tendría el significado de borrachera o embriaguez. Para los españoles, tendría un significado parecido, llamaban al vino puro, sin estar rebajado con agua, como “vino moro” o “vino turco” porque no había sido bautizado y ante esta denominación a una borrachera se la designó como “turca”, “agarrarse una turca” era emborracharse. Hay que recordar que los españoles llamaban moros a los árabes que habían invadido la península y donde se mantuvieron por ocho siglos. Entonces, ¿qué significado tendría el refrán?, un turco, es decir un borracho, andará en la neblina más desorientado que si estuviera a pleno sol. Pero resulta que el agregado de la neblina se debería a la picardía criolla, es decir, que fue agregada al refrán cuando este llegó al Río de la Plata, ¿quién podría andar más desorientado que un borracho que se pierde en la niebla? Otros en cambio hacen referencia a que el refrán es nuestro. Daniel Balmaceda, en su libro “Historias de letras, palabras y frases”, de Editorial Sudamericana, hace referencia que la frase “Perdido como turco en la neblina”, era en realidad, “perdido como ‘tuco’ en la neblina”. El “tuco” o “tucu” (voz quechua), es una luciérnaga que habita en el norte argentino. Cuando el vocabulario fue bajando y llegó a Córdoba no se le encontró sentido y fue virando hasta que se llegó a cambiar la palabra tuco por turco y se inventaron historias de turcos que se perdían por los caminos si había niebla. Tal vez, esta luciérnaga es la que nosotros denominamos “tuca” y que al ingresar en la niebla pierde su luminosidad y con ella su orientación, aunque la asocio más con el verano y las noches de calor que con la niebla más propia del otoño e invierno. Para mí la mejor interpretación es la que hace don Arturo Jauretche, en su libro “Pantalones Cortos” de Editorial Corregidor, “Los turcos salían al campo en sulky o carritos con su mercado persa ambulante y otros que recorrían a pie la campaña con un enorme atado sobre la espalda: éstos eran los que se perdían en los días brumosos y por lo que quedó el dicho: “perdido como turco en la neblina”. Turcos se les decía a sirios y libaneses y aún a los griegos, todos entonces bajo el dominio de la Media Luna, el Imperio Otomano (turco), herederos del nomadismo árabe y del comercio de los fenicios, buscando refugio y paz ante las luchas por la independencia y los conflictos religiosos, habían llegado a la Argentina, diseminándose por todo el territorio. El comercio era la actividad por excelencia de ellos, a quiénes ni lo más rigurosos contratiempos los detenían en su obstinado afán de “vender y vender”. Nada los detenía, ni siquiera la niebla, mientras otros se resguardaban hasta que pase, los vendedores ambulantes turcos seguían adelante, aunque la actividad comercial la debían realizar en zonas rurales, cuando esto ocurría, abandonaban sus carros o vehículos al costado del camino, y a pie, cruzando tranqueras y alambrados, guiados por los ladridos de los perros se dirigían a los caseríos y cascos de Estancia. Su problema no era perderse en la niebla, su problema era no llegar a vender sus mercaderías. La Villa recibió una importante llegada de inmigrantes de origen sirio libanés, la mayoría de ellos se dedicaron al comercio y algunos se dedicaron a la venta ambulante. Un caso para mencionar fueron dos hermanos: Amado y Antonio Miser. Establecido en la actual calle Dr. Elberg, Antonio, y en la esquina de Elberg y 25 de mayo, Amado. Este se movilizaba en un charré con tres animales, dos caballos en los laterales y una mula al medio, luego cambiaría este transporte por un sulky tirado por un caballo zaino. Su rubro era la mercería: telas, hilos, agujas, botones, elásticos. Su hermano Antonio se movilizaba en un charré y comercializaba frutas y verduras, golosinas y algunas telas, también adquiría o trasportaba a su regreso cueros de las carnicerías de campo a la barraca de Cesáreo Rodríguez. Según comentarios de Doña Pascuala Leonarduzzi que hasta su casa, ubicada en Colonia Carrasco, Departamento La Paz a 40 km de Hasenkamp, llegaban los hermanos Miser. Eran muy apreciados por las familias de los lugares que recorrían, las que les brindaban, además de la calidez de un hogar de campo, el alojamiento durante las noches. (1) (1) Hilda Ester Montórfano – “Memorias de pueblo Bellocq, estación Las Garzas” – Diversa Editorial, Paraná, 2015, pp.85

El monte

El monte era el paisaje perenne que nos ofrecía cada día la vistosa y natural combinación de yuyos, árboles y palmas. Estaba frene a la casa, camino por medio. Lo recuerdo en sus detalles; junto al alambrado que lo cercaba, corría una zanja ancha y despareja. Cruzar la zanja y el alambrado para adentrarse en su territorio era ya el comienzo de una aventura. Al otro lado estaba el monte, silencioso a veces, rumoroso otras, hablando con voces desconocidas casi siempre, ya fuera un silbo, un chasquido, un arrullo, un aleteo, un piar, un choque contra el suelo de algo indefinible. El monte señorial y umbrío, cobijo de mil bichos, sede de mil yuyos, reino de árboles y palma, de enredaderas y hongos, de frutitas y raíces dulces, estaba ahí, ofreciendo su realidad total en vegetales y animales, regidos solamente por las leyes del Creador, sabio y providente en un justo equilibrio de especies. Encerraba un misterio en cada árbol con nido en las ramas, o en huecos de los troncos, y una curiosidad en las palmas caranday agresivas y desalineadas que florecían como los nardos con varas altas, de blanca floración y de tiernos cogollos, que comíamos, ahí nomás, junto a la palma, cuando alguien blandiendo hacha y pala le extraía el corazón de los retoños. Las gallinas de la casa solían anidar entre las palmas. Quién escuchaba el cacareo de una ponedora en el monte, corría para detectar el nido y retirar el huevo recién puesto; había que ganárselo a iguanas y comadrejas. De las copas de los árboles colgaban los nidos de loros, camuatíes, camachuises -decíamos nosotros- lechiguanas de dulcísima y suave miel, panales de camatás en forma de torta, ¿recuerdan? El camatá es esa avispa del camajú que, en rápido vuelo, se introducían en el orificio que sólo ellas conocían a ras del suelo. El olor del monte no se olvida; en las primaveras, cuando amarilleaban los espinillos, el perfume del aromito saturaba el aire y por las noches, el olor del zorrino nos inundaba. El romerillo y el chañar sumaban su aroma a ese ambiente campesino, húmedo de roció. Los árboles eran los reyes de ese predio generoso: los algarrobos altos y un tanto desgarbados sobresalían entre sus vecinos; eran la sede o el mirador que chimangos y caranchos usaban para avistar sus presas, que más de una vez fueron los pollos que criaba mi madre. El ñandubay duro y resinoso, el tala y el chañar se defendían con espinas y no nos eran simpáticos. ¡Cómo nos maravillaba la flor del mburucuyá, con su místico simbolismo! Y nos tentaba el pisingallo con su frutita dulzona o el tas, con su fruta-flor guardada en verde cofre de dos tapas. Conocíamos los niditos por el formato y el material con que los hacían sus dueños, algunos construidos con leyes de ingeniería ancestrales, otros, apenas sostenían los huevitos; la diferencia era evidente entre la casita del hornero y el nido de la paloma. Sabíamos que el tordo y el morajú usaban nidos ajenos y que las víboras se refugiaban en los nidos vacíos y viejos. En los amaneceres, cuando el sol coloreaba las nubes en el horizonte, el monte despertaba exultante, con un verdadero concierto; los pájaros se daban a la diaria tarea de saludar a la naturaleza, los benteveos o pitanguás, chorlitos, cardenales y calandrias, tacuaritas, zorzales y palomas, churrinches, pirinchos y chiviros, loros, crispines y caranchos, cada uno aportaba su canto, su arrullo o su gorjeo, su trino, su graznido; a ellos se sumaban las monótonas chicharras y el mangangá zumbón, el silbo de la perdiz y el grito alerta de los teros. En los días de amasijo era una rutina ir al monte en busca de leña para el horno. Cuando alguien de la casa se sentía mal, también recurríamos al monte, buscando paliativo, y allí estaban, providenciales, la carqueja, la lucera, la zarzaparrilla, el sauco, salvia y malvas. A cambio de todo, el monte exigía respeto: para entrar a él había que cubrirse la cabeza, brazos y piernas, él se encargaba de que así fuera con tábanos y mosquitos. En los viernes santos, cumplíamos la tradición: salíamos todos, como en procesión, hablando bajo, palo en mano, luego de las tres de la tarde, hora de la muerte de Cristo, rumbo al monte, a matar víboras. Caminando por ese terreno siempre desconocido, podía sorprendernos la culebra, la venenosa yarará, o la víbora del coral, tan vistosa como temible, siempre con los perros llevándonos la delantera, explorando cuevas y avisando con ladridos cortos, lo que consideraban peligroso. Ese reino que era nuestro vecino, y que no nos pertenecía, se transformaba a la noche. En las sombras, el monte era otra cosa, las ranas y los grillos se adueñaban del ambiente, los árboles y las palmas se desdibujaban. Teníamos la sensación de que nos observa con ojos de animal y que palpitaba al ritmo que marcaban las luces de las tucas. Imponía sobremanera su misterio cuando asomaba la luna por entre las ramas y el chistido de la lechuza nos estremecía y llamaba nuestra mirada, sigilosa, hacía el ámbito montaraz en penumbra, ahí nomás, al otro lado del camino. En mis noches de insomnio, que, gracias a Dios, son pocas, suelo volver con la imaginación junto a aquel alambrado, al borde de la zanja profunda y veo el monte ubérrimo: allí está la palma del tierno cogollo, el algarrobo de triple horqueta, allá el ñandubay señor de la madera, y aquí, junto a mi mano, un espinillo florecido que amigablemente me ofrece sus ramas cubiertas de aromitos, que recojo en mi mano, como una ofrenda que la naturaleza le hace al hombre, a cambio de amor y respeto, y un perfume de romerillo en flor inunda mi alma. Este recuerdo me hace bien y me da paz. ¡Esto es bueno! El monte ha fijado en mí profundamente el significado de querencia y esto también es bueno ¡muy bueno! Amalia Celia Troncoso de Scatena, “Evocaciones de una maestra entrerriana”, Ediciones del Clé, Paraná, 2008, pp.35 – 38.

Día de Ánimas

A fines de octubre las tareas de la casa adquirían un ritmo distinto. Había que hacerse el tiempo necesario para las costuras: alguna prenda nueva para los mayores, reformar otras para darles apariencia renovada o adaptar a talles menores las ropas de los gurises más grandes para que, remozadas, las lucieran los más pequeños. La tarea propia de esta época del año era hacer flores, ramos y coronas de papel. Sobre la mesa, se veían rollos de papel crepé de colores llamativos y fuertes, alambres, recortes, engrudo. Con esos elementos, las manos de la madre, múltiples y habilidosas producían verdaderas preciosuras: enroscaban el papel, lo plegaban, lo estiraban, lo redondeaban dándoles así forma a los pétalos de claveles, rosas, nardos, crisantemos, margaritas, todos apoyados en los cálices verdes. Las coronas se armaban sobre aros de alambre, mezclando flores y colores y debían estar listas para que los “dolientes” pudieran disponer de ellas el 2 de noviembre, día de ánimas, en el cementerio de Hasenkamp. Llegada la fecha, tempranito se hacían los quehaceres impostergables y luego, toda la familia emprendía la marcha hacia el cementerio en sulky o en carro de cuatro ruedas. En estos últimos solían trasladarse hasta dos familias con todos los gurises a cuestas, los que, con gran algarabía, lucían la “ropa nueva” preparada especialmente para la fecha. Se agregaban asientos-tablones y el carro se convertía en transporte colectivo. Casi nadie tenía auto, de modo que, llegando al pueblo, la caravana de carros aportaba a la quietud y a la paz pueblerina, el ruido de balancines, el repiquetear de los cascos, la polvareda… En el carruaje, además de la gente, se cargaban los paquetes de velas, las coronas y ramos, una damajuana con agua, una sobrecama para hacer sombra, sombrillas y los implementos para el mate, empanadas, alguna carne asada, pastelitos o fritos y alfalfa para los pingos. Había que llegar temprano para “ganar sombra”. Era sabido que, al costado del camino, frente al cementerio, había pocos árboles, de modo que la sombra era escasa. Ya en el lugar, arrimado el carruaje al alambrado, la familia en procesión se dirigía a las tumbas de los familiares directos. La congoja se apoderaba especialmente de las mujeres que prorrumpían en llanto, más sonoro cuanto más cercano era el fallecimiento. Esto se hacía evidente, primero, por la ubicación de la sepultura -los últimos eran los primeros- y segundo, por el luto riguroso de los mayores. Las señoras vestían de negro absoluto: medias, mangas largas y cabeza cubierta con un pañuelo. Los hombres llevaban sombrero con cinta, brazalete, esquinero en el bolsillo del saco y borde en el pañuelo de mano. Todos estos detalles, por supuesto, en color negro. El rito de la visita se cumplía ceremoniosamente: la oración familiar, el beso a la fotografía, la limpieza del pequeño monumento, el encendido de velas, el silencio respetuoso, espontáneo, la colocación de las coronas y ramos en la cruz de hierro forjado. Luego se “oía” la misa celebrada en la Cruz Mayor y de ahí se partía a visitar las sepulturas de parientes, amigos, conocidos y vecinos. Para cada uno se disponía de un ramito de flor de papel. Llamaba la atención las tumbas olvidadas y viejas, siempre parecían inclinadas. Al mediodía todo el mundo volvía a los carros. El sol abrasador de un verano que aún no había llegado al almanaque, pero que, en realidad, quemaba los pastos, la tierra, la piel, agobiaba a la gente que se cubría la cabeza con pañuelos, toallas o sombrillas. Junto a los carros los hombres y los caballos reponían fuerzas, espantando las moscas con trapos y a los manotones la gente y a los coletazos los pingos. El carro había facilitado elevar una precaria e improvisada carpa. Era el momento de los saludos a los conocidos que estaban cerca. En cada apostadero se agrupaban los amigos… el clima iba distendiéndose, la conversación se hacía cada vez con voces más altas y despreocupadas… Desde un grupo, un grito opaco, casi susurrante auguraba una bailanta improvisada. El acordeón rompía con su música y un chamamé cadencioso, tímido al principio, se iba apropiando del aire, del lugar, del espíritu de la gente sencilla que no le ponía fronteras a las lágrimas, a las sonrisas, a la pena, a la alegría. Porque era eso ¡gente simple! No faltaban, sin embargo, las miradas azoradas de quienes, meneando la cabeza, susurraban una crítica y con gesto de incomprensión trataban de ver quiénes eran los osados que no respetaban ni a los muertos, ni al lugar sagrado, ni al dolor ajeno. Y así expresaban su sorpresa diciendo: _Qué cosa, che, a lo que hemos llegado. En ese lugar la bailanta no prosperó y al igual que un pájaro inocente, el fuelle del acordeón se fue apagando hasta quedar en silencio… A la tarde se visitaban otra vez las tumbas, se limpiaba la cera de las velas, se ponía agua nueva a las flores naturales que eran las menos, se lustraba las fotografía, se balbuceaba un pequeño discurso de despedida, en ronda, se rendía un último homenaje y un llanto sentido sellaba la promesa del recuerdo eterno. Ya junto a los carros el mate era la excusa, el punto de equilibrio del reencuentro entre vivos y muertos. Lentamente se emprendía el regreso, otra vez la caravana, levantando polvareda… Analía Celia Troncoso de Scatena de su libro “Evocaciones de una maestra entrerriana” Editorial de Entre Ríos – 2003

1925. Comisión Vecinal

Es el año 1925 y en Suiza las potencias aliadas europeas de la Primera Guerra Mundial buscan un acuerdo territorial tras la guerra y asegurarse de que Alemania nunca vuelva a atacar a los demás países. Alemania accede a reconocer sus fronteras con Francia y Bélgica y a solicitar su adhesión a la Liga de Naciones. Pero, a comienzos de ese año, el entonces primer ministro italiano, Benito Mussolini, il Duce, había declarado fuera de la ley a los partidos de la oposición y creado un estado de partido único, el Partido Nacional Fascista. Mientras tanto, Adolf Hitler, que había salido hacía poco de la cárcel después de su fallido intento golpista, publica su libro “Mi lucha” donde expone los principios de la ideología nazi y refunda en Munich el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores En EEUU el cine mudo estrena “La quimera del oro” con Charles Chaplin y en Rusia, el nuevo cine soviético presenta “El acorazado Potemkin” de Serguei Eisenstein. Buenos Aires se viste de gala porque a bordo del crucero de guerra “Curlew” desembarca su alteza real el Príncipe de Gales, Eduardo de Windsor, heredero de la Corona de Inglaterra y futuro Eduardo VIII. Ese mismo año también visita la Argentina el profesor Albert Einstein, pero sin tanta promoción ni tanta histeria de las clases altas porteñas, aunque sí con gran conmoción en la comunidad de físicos y matemáticos La Argentina gana el Sudamericano de Fútbol que se juega en Buenos Aires y dos mecánicos de Rafaela, Ángel y José Marelli, ganan el Gran Premio automovilístico. Aimé Félix Tschiffely con dos caballos criollos, Mancha y Gato, inicia un viaje a través de toda América hasta Nueva York. Una multitud se congrega en el Puerto de Buenos Aires para recibir a los jugadores de Boca Juniors, que regresan de la primera gira exitosa de un equipo argentino por España, Francia y Alemania. Mientras Gardel viaja a Europa para actuar como solista y Canaro con su orquesta triunfa en París, en estas tierras, a pesar de ser mal visto por los tangueros tradicionales, Agustín Magaldi tiene un éxito arrollador. En 1925 a la presidencia del país la ejercía Marcelo T. de Alvear, el candidato elegido por Hipólito Yrigoyen, pero al que ahora se opone y llegará a desprenderse de la UCR creando la Unión Cívica Radical Antipersonalista. La provincia de Entre Ríos está gobernada por Ramón Mihura, quien había sido electo con el apoyo de Yrigoyen, pero ya en el cargo se había unido a los Antipersonalistas de Alvear. En la Villa, con casi veinte años de vida, ya había una comunidad consolidada con una población creciente llegada de todos los puntos y las culturas. Las veinticuatro manzanas del diseño inicial de los hermanos Hasenkamp ya había sido ampliado en repetidas ocasiones. El poblado cuenta con una comisaría, una estafeta postal, cabina telefónica provincial y una escuela con cuatro grados y maestras para cada uno. En ese año, como Alcalde se desempeña José Eduardo Iglesias, función que por aquella época se encarga exclusivamente del registro de nacimientos y muertes. Pero el crecimiento urbano, empujado por el masivo proceso inmigratorio y el desarrollo de la producción agropecuaria, requiere la construcción de una infraestructura de transporte y servicios públicos, el mantenimiento de las calles y el mayor desarrollo del sistema educativo y de salud. Aún falta mucho camino y mucha población para llegar a constituir un municipio, pero es necesario afrontar estas necesidades y para ello una opción es la creación de una Comisión Vecinal que reúna a algunos vecinos interesados. La primer Comisión Vecinal surge el 25 de octubre de 1925 y estaba formada por: Presidente: Ciro ALONSO (comerciante de origen español). Vicepresidente: Juan BORRÉ (Farmacéutico idóneo). Secretario: José JAJAM (comerciante de origen judío). Prosecretario: José JACOB (comerciante de origen alemán). Tesorero: Dr. José BRAGE VILLAR (Médico de origen español). Vocales: Enrique CAPURRO (comerciante de origen italiano).                 Jorge GERBOTTO (comerciante de origen italiano)                 Sebastián GER VILLACAMPA (comerciante, Contador nacido en Santiago del Estero.)                 Juan ROSTÓN (comerciante de origen sirio libanés) (Ciro Alonso era de una familia española que, primeramente, se asoció con Sebastián Ger Villacampa estableciendo un almacén de ramos generales y acopio de cereales en la esquina de Av. San martín y Boulevard Andrade. Con el tiempo, la sociedad se disolvió y los Alonso trasladaron su almacén a la esquina de Sarmiento y San Lorenzo donde hoy se encuentra la Terminal de Ómnibus. Juan Borré fue el primer farmacéutico de la villa, luego de tener su negocio en distintos lugares, compró la propiedad de calle Sarmiento y Diagonal Libertad donde estableció su farmacia. En ese edificio actualmente funciona la Tienda Acuario. José Jajam era un comerciante de origen judío que tenía una tienda y venta de comestibles, librería, bazar y golosinas en Diagonal Libertad. En la actualidad el edificio pertenece al matrimonio Roston Olivera. José Brage Villar, nacido en Compostela, España, fue el primer médico del pueblo con gran predicamento en la población de bajos recursos. A tal punto que, al producirse su fallecimiento, su féretro fue trasladado a hombros por los habitantes de la villa hasta el cementerio. Su casa y consultorio sobre Diagonal Libertad fueron demolidos en 1987 para construir el Centro Cívico. Enrique Capurro, poseía un almacén de ramos generales con acopio de cereales en Boulevard Ramírez, entre Dr. Julio Haedo y 25 de Mayo. Aún se conserva su casa que hoy pertenece a la familia Batau. Jorge Gerbotto, estableció junto a su hermano un comercio de leña y carbón en la manzana del actual Banco de Entre Ríos para luego construir su casa en la esquina de Sarmiento y 3 de Febrero, que luego fuera propiedad de la familia Pesoa. También construyeron el edificio donde hoy se encuentra el profesorado y adquirieron el caserón de Sarmiento y Dr. Elberg, actual propiedad de Varela, y campos en la zona de la Colonia Oficial N°4. Sebastián Ger Villacampa desarrolló sobre la Av. San Martín, entre Boulevard Andrade y Pte. Perón, una importante firma dedicada al acopio de cereales, venta de maquinaría y alquiler de maquinaria para la trilla. Sobre el Boulevard Andrade construyó su vivienda la que, actualmente pertenece a Galetto y Vanni, familiares de antiguos empleados de la firma Villacampa. Juan Roston, comerciante de origen sirio libanés cuya propiedad se encontraba en la esquina de Sarmiento y diagonal Belgrano donde tenía un importante almacén de ramos generales llamado “La Confianza”. Durante muchos años tuvo sobre la puerta de ingreso un cartel pintado que decía: “Fundada en 1914”. El edificio actualmente pertenece a la familia Esmedi) Esta primera organización formal se puso como objetivo el cuidado, limpieza y nivelado de las calles, la colocación de alcantarillas, el ornamento de las calles, el mejoramiento de los servicios públicos y la atención del cementerio. Como testimonio de su actuación en aquellos años nos queda la construcción de la verja del cementerio y la arborización con los enormes plátanos y cipreses que aún perduran. Con su lógica renovación de autoridades, el accionar de la Comisión Vecinal estuvo vigente hasta que los vecinos iniciaron los trámites para la creación del municipio. El largo camino burocrático tuvo su éxito cuando un decreto del 27 de junio de 1951 formó la primera Junta de Fomento. En noviembre de ese año se realizaron las elecciones entre los candidatos Isidoro Méndez por el Partido Peronista, y Naún Celio Rothman por la Unión Cívica Radical, en las que triunfa el primero y se convierte en el primer presidente de la Junta de Fomento de la pequeña villa que asciende de categoría.

Mis días en Villa Hasenkamp

Hace aproximadamente 43 años, mi padre trabajaba en un banco del interior y, por motivos laborales, tuvimos que irnos de la ciudad de Rosario del Tala, provincia de Entre Ríos, Argentina, hacia un destino en un pueblo desconocido, llamado Villa Hasenkamp, al norte del Departamento Paraná, en el límite con el Departamento La Paz. Hacia allí salimos con mi madre y dos hermanos en colectivo, a la madrugada, por caminos polvorientos de zonas rurales, rodeados de montes bajos de espinillo. Finalmente, llegamos a esa villa de destino, que se constituiría en el hermoso escenario de mi primera infancia. Villa Hasenkamp era una colonia de laboriosos alemanes dedicados a la agricultura. Una villa de pocas casas bajas. La que habitábamos daba a una amplia avenida y a las vías del ferrocarril. En ese entonces se usaban las locomotoras a carbón y era una delicia ver sus maniobras para cambiar de vías, cargar agua y el sonido de su pitar, transportando cereales y pasajeros que iban de un pueblo a otro. Más allá de la estación sólo había campos y estancias. La leche la íbamos a buscar los niños a una estancia en frente de casa. Allí esperábamos que la sacaran al pie de la vaca y luego la transportábamos cruzando las vías y el campo por un sendero en una lecherita enlozada. Al ponerla en el café decíamos que la leche tenía “ojos”. Así se llamaba a la gordura de la misma. En el fondo de mi casa había un horno de ladrillos unidos por barro donde se hacía el pan casero, que era delicioso. Debajo del mismo se colocaban las gallinas que se criaban a campo abierto. También criábamos chivos y chanchos. Y allí también mi padre cultivaba una huerta.  Personajes locales, los sapucais y la temible “Solapa” Era hermoso ver cuando los arrieros, vestidos con ropas típicas y al grito de sapucais (grito típico de los gauchos del nordeste argentino), transportaban ganado de un pueblo a otro. Pero lo más lindo era el llamado de la siesta, sagrada en esos lugares. Según la leyenda, la solapa era una mujer que aparecía en los árboles, sin cabeza, y que se llevaba a los niños que no dormían la siesta. Aparecía cuando cantaban los palomos. Un poco más allá vivía la “matrona” en un rancho. Se ocupaba de curar el empacho y de juntar hierbas sanadoras, como la escoba dura y otras especies para distintas afecciones. Su esposo, “Don Chencho”, se dedicaba a las tareas rurales y, cuando llegaba la Navidad o el Año Nuevo, era el baqueano que mataba los corderos o chanchos que habíamos criado allí. Cooperativa Agrícola, los colonos y su trabajo Al lado de mi casa estaba la Cooperativa Agrícola de Villa Hasenkamp, un lugar donde veía llegar a los colonos con sus mujeres vestidas generalmente de negro y en carros a los que llamábamos carros rusos, de color rojo y verde generalmente. Los caballos eran percherones y tenían las anteojeras para el sol. Eran dos o cuatro que tiraban del carro con freno en un lateral que accionaba con el pie. Allí traían huevos, crema de campo, manteca, quesos, y dulces que ellos mismos elaboraban y luego vendían. También traían bolsas con cereales desde sus parcelas. Yo, allí sentado, miraba con detenimiento y escuchaba. Las mujeres no participaban del negocio. Ellas esperaban a su patrón en el carro, hasta que este cambiaba o compraba elementos para llevar a su hogar. El idioma que hablaban se percibía como dificilísimo de comprender. Era el alemán, al que luego mi oído se fue acostumbrando. Cuando llegaba el día de los muertos, estas colonias hacían sus viajes hacia los lugares en que se encontraban sus deudos. A veces había tumbas al costado del camino. Venían vestidos con el luto que se respetaba y a lo lejos se sentía el ruido de sus carros en el silencio de la siesta. Una infancia en el campo Debo recordar además que el pan, la leche y la carne eran traídos a caballo. Aún me parece estar viendo cuando el carnicero, una persona joven, venía en su caballo chapaleando en el barro y le pedíamos que hiciera que el equino se levantara en dos patas, para ver lo que hacían los ídolos de ese entonces, como Red Rider, Roy Roger y otros de las revistas que leíamos a la siesta o en verano, y las que coleccionábamos en una habitación en forma ordenada y luego cambiábamos por otras con los vecinos. No me puedo olvidar tampoco de cuando íbamos a jugar al fútbol. Dejábamos los pulóveres formando el arco y jugábamos. Algunos niños andaban descalzos. Cuando discutíamos, el que había traído la pelota decía: “¡Ah, entonces si no fue foul, me llevo la pelota y ya está”! Los otros no tenían más remedio que decir que sí había sido foul para poder seguir. A veces, en el bar de la esquina, llegaba alguna película en blanco y negro, generalmente cortada, entonces, se armaba en la cancha de paletilla vasca un improvisado cine con las sillas de madera del bar y allí iba la gente a distraerse. Era un encanto ver y escuchar el molino que nos daba agua, cómo chirriaba en los días de tormenta, en los que había que ponerle el freno porque sino era peligroso que se rompieran las aspas.   En las vacaciones íbamos a lo del tío José, que tenía un campo en Mojones Norte, Departamento Villaguay. Se dedicaba al almacén de ramos generales, tenía muchas habitaciones y no era de faltar el fogón, donde se reunían de mañana frente a la cocina a leña a tomar mate antes de empezar la faena. Allí se vendía de todo: alpargatas, galletas, golosinas, fideos, yerba, azúcar (esa que venía en terrones), pastillas de menta y eucalipto. A la noche, los paisanos se reunían a jugar un truco y beber algunos tragos. En el medio del patio había un molinillo a viento. ¿Se acuerdan de éstos? Daban energía a las baterías, para poder escuchar la radio. Más allá estaba la bomba sapo, con su manija que había que subir y bajar para lograr sacar agua. Pero lo más lindo, era internarse en el monte cuando había llovido y pescar ranas o ver cómo los caseritos, tijeretas, calandrias, cardenales rojos y amarillos, picapalos y palomitas de la virgen, las distintas especies de pájaros salían de las ramas de los árboles para empezar a volar luego de la lluvia. Especialmente debo recordar cómo los días de llovizna tupida, se hacían gotas en los alambrados y quedaban allí hasta caer. A lo lejos se veía a los caballos que pastaban con las crines al viento. por Jorge Hugo Manfuert Publicado en Deutsche Welle (DW) – 2008

Casa Jaján

Este comercio estaba ubicado en la manzana N° 8, en Diagonal Libertad, frente a la actual casa del Correo, donde antiguamente se levantaba la residencia del Dr. José Brage Villar, imponente edificio demolido en la década del ’80 para construir el Centro Cívico. El edificio donde se encontraba el comercio existe en la actualidad con algunas refacciones y pertenece al matrimonio Olivera Roston. Jacobo Jaján era de origen judío. En la puerta de su tienda, a ambos lados, se apilaban telas como percalina, lienzos, cortinas bombasí, nanzuck, linos, alemanescos, organdíes y las lindas mediecitas de colores para niños que tanto me gustaban. En su comercio también se podían comprar comestibles, artículos de librería, bazar y golosinas. Jacobo y Rosa tenían cuatro hijos que asistían a la Escuela 71. Texto de Lilí (Juana Evangelista Ruiz Moreno de Ziegler)

Liliana Francisconi, maestra rural

El cementerio de Hasenkamp está desbordado de flores. Cada una de sus bóvedas, cruces y lápidas tiene un ramo de colores que alegra un lugar esencialmente triste. Detrás del cementerio está la ermita a la Virgen de Schoenstatt. A pocos metros, un camino de tierra que pareciera conducir a ningún lado: sólo se ve el cielo infinito. Un sol radiante que aprieta con furia. Un monte bajo de espinillos. Álamos desperdigados como edificios flacos. Y mucha tierra. El polvo que se levanta al andar es insoportable y espeso. Hace tiempo que no llueve. Y eso, acá, no termina de ser un problema. Porque si llueve, este trecho se vuelve intransitable. El camino se transforma en barro y no hay camioneta capaz de atravesarlo. Pero con la seca, como sucede ahora, los animales y las cosechas pueden llegar a desaparecer. Un camino, entonces, de una tierra imposible. Y después de andar cinco kilómetros, cuando el silencio sólo es quebrado por el grito de los teros, indiferente a todo, blanca, inmaculada, con un jardín de crisantemos perfecto en su simpleza, allá está la Escuela Rural N°81 “Francisco Paula de Santander”. Esto es Paraje Parera, Departamento La Paz, Entre Ríos. La bandera argentina flamea alta sobre el mástil. Y nueve niños de entre 6 y 10 años, con guardapolvo blanco, forman fila y cantan. La escuela es grande. Mejor dicho: el terreno es grande. La escuela en sí es una casita con un aula amplia donde conviven y aprenden los alumnos sin distinción de grado. Tiene, además, un pequeño comedor donde cada mañana se desayuna y almuerza, y un baño del que cuelgan nueve toallas con sus nombres y nueve cepillos de dientes. Hay, también, una cocina y un depósito. Y al fondo del terreno, ocupando más de media hectárea, la naturaleza hecha obra: una huerta con zapallos calabaza, lechuga, tomate, ajo, cebolla, zanahoria y muchas otras verduras. En el corazón de este paisaje está Liliana Francisconi de Picotti: 51 años, guardapolvo blanco. Un rostro ajado y las manos curtidas. “Uno nunca sabe si el día de mañana estos chicos van a tener que plantar su propia comida. Acá al menos aprenden lo que es trabajar la tierra –explica, mientras remueve la tierra y riega una fila de zapallos–, Acá, al menos, aprenden del agua, de los ciclos. Trabajan la paciencia. Además, si los gurises vienen con algún problemita de la casa, yo les digo “tome mijito, agarre la pala y vaya a cavar”, ¿Sabés cómo se te va la agresión cuando tenés que cavar? Te olvidas de todo”. Liliana es baja y lleva el pelo muy corto. En el pecho, tiene una escarapela, pese a que hoy no es fecha patria. Pero es que Liliana Francisconi de Picotti hace patria todos los días. La hacen ella y todas las maestras rurales de la Argentina. Lo de Liliana escapa a cualquier tipo de lógica. Ella no hizo de su trabajo un empleo, sino una vocación auténtica. ¿Cómo se explica, si no, que todas las mañanas, a las siete en punto, en su Renault 12 modelo 71, esta mujer pase a buscar a sus propios alumnos, los lleve hasta la escuela, les dé clase, les cocine, les enseñe a trabajar la tierra, los escuche y contenga? Y si están enfermos, los cure. Y si están enojados, los calme. Y si no tienen para comer, les de verduras. Y si llueve, bueno, si llueve la historia no cambia demasiado. Porque estos chicos saben que Liliana los recogerá una hora antes. El Renault 12 quedará estacionado en la puerta de la ermita y todos juntos caminarán durante más de una hora hundiendo las botas de goma, si las hay, en un barro espeso. ¿Cómo se explica que existan hombres y mujeres capaces de concebir la vocación docente con un ánimo, en cierta forma, religioso? Parte de la respuesta está en la Historia. Hace más de cien años, Domingo Faustino Sarmiento emprendió la labor surrealista de importar maestras a la Argentina. Fueron cerca de sesenta mujeres que, provenientes de Estados Unidos, arribaron a la parte más remota del mundo, con un objetivo tan noble como insólito: enseñar. Su tarea fue heroica y, también, un modelo para las miles de mujeres que eligieron el magisterio como vocación. Liliana, acaso sin saberlo, es una de esas herederas. Es maestra rural desde hace treinta y un años. De ellos, dieciséis los ejerció en esta escuela. Hace tanto días, miles, que se levanta a las seis de la mañana en su casa de Hasenkamp, pone la pava para el mate y –casi como un acto reflejo– enciende el televisor “para llegar un poco informada a la escuela, para saber que pasó”. Su marido, el Pocho, la acompaña en esta cebada matutina. Pocho y Liliana llevan juntos más de treinta años. Al principio, eran tan sólo vecinos en el pueblo Las Garzas. Luego fueron novios (y él sería su único novio). Finalmente se casaron cuando ella tenía 22 y él 35. Liliana cuenta la historia –y mira a su hombre– con una pasión casi adolescente. Tienen tres hijos: Fabricio, ingeniero agrónomo que vive con ellos. María Belén, casada y con dos hijos, que también vive en Hasenkamp. Y la menor Angie, que estudia Sistemas en Paraná. Su casa es muy sencilla: tres habitaciones y un baño. Afuera, un patio con un chispero y un horno de barro en el que hacen pan. El corazón del hogar está en la cocina: un televisor siempre encendido. Las noticias de Buenos Aires parecen provenir de un mundo tan lejano (casi irreal) que no alteran el humor de esta mañana soleada. Y mientras las imágenes retumban en la sala, Liliana toma mate, ordena un poco su casa y deja todo listo para la escuela. —Buen día, señora. La mañana acaba de empezar y el saludo de los alumnos se repite al unísono. Ya dentro del aula, sentados en pupitres de madera, con sus cuadernos y lápices, siguen las indicaciones de Liliana como si fueran ley. Las paredes están decoradas por la historia de esta escuela. Hay fotos de los chicos en la huerta, dos bibliotecas con libros y manuales, útiles escolares, mapas y un gran pizarrón negro que cruza de punta a punta la pared. En el fondo y de espalda a los alumnos, un televisor encendido con el sonido bajo: si lo apagan, la conexión de cable se corta y tienen que pedir que vuelvan a conectarla. —A ver, los de tercer grado. Vamos a hacer divisiones –anuncia Liliana y simultáneamente anota una cuenta en el pizarrón. Cinco alumnos abren sus cuadernos y comienzan a hacer la operación aritmética.  —Ahora, quinto, números romanos –avisa. Quinto, en realidad, es un solo niño, Brian. Liliana se acerca y le dicta diez números de seis cifras para que los convierta a números romanos. —A ver, Yasimel, vamos a hacer cuentas –sigue y se acerca a la primera fila: un chico de 6 años, de ojos pícaros, comparte el pupitre con Daiana, la única niña del aula–. Quiero que hagas antes y después. Liliana anota números en el pizarrón y Yasimel, tiza en mano, empieza por el once. Coloca a la izquierda el 10 y a la derecha el 12. Y sigue, victorioso, con los números restantes. El orden dentro del aula es estricto. El respeto a la maestra, sobresaliente. “Yo siempre trato de incentivarlos –cuenta Liliana, mientras los chicos hacen la tarea–. Hay algunos más lentos que otros. De todos modos, yo siempre les digo “que bueno, lo que hacés está muy bien”. Muchos de estos chicos en la casa se sienten patitos feos. A todo le dicen que no. Pero de pronto, si uno les da una palabra de aliento, si uno los enaltece, se pueden sentir como cisnes. Conmigo no se portan mal. Tal vez sea el trato que les doy. En realidad, yo los quiero mucho, qué querés que te diga. Los quiero un montón y eso creo que se nota”. —¿Cómo se hace para trabajar con las carencias propias de una escuela rural? —La verdad, recibo mucha ayuda. Me mandan calzado, comida, ropa, útiles. Cuando llegan las cajas, los chicos las abren y ellos solitos anotan todo lo que ingresa. Sé que son pequeñas cosas que los forman. Quiero que se acostumbren acostumbren a cuidar, a no tirar, a valorar. Porque si a ellos no les cuesta ese par de zapatillas, a la gente que lo compró sí. Si a ellos no les cuesta ese guardapolvo, a otro sí. Les doy un par de zapatillas en marzo, y lo usan sólo para la escuela. Y después en la fiesta del 9 de julio, les doy un parcito nuevo, para que estén bien presentables. —Muchas veces se culpa a la escuela de los problemas de aprendizaje de los chicos… —Creo que el problema está en que los padres no ponen límites. Es muy cómodo decir “no tengo tiempo, no puedo, trabajo todo el día” y echarle la culpa a la sociedad, a la escuela… Les cuesta a los padres de ahora mirarse un poquito y decirse: “¿Qué hago con mi hijo?”. Si llego a casa y en vez de estar con ellos les digo andá a la computadora o a la tele… eso es no hacerse cargo. Hubo un tiempo en que Liliana Francisconi lloraba. Todos los días. Lloraba sola. Lloraba mirando el pasto. Lloraba al cielo. Tenía 13 años y lloraba como si fuera la última vez. Fue cuando sus padres decidieron que dejara su casa en el paraje Las Garzas, una casita alejada de todo. Ahí estaba su vecino Pocho. Pero también estaba todo los demás. Sus padres decidieron que dejara, entonces, su mundo para ir a una escuela rural a terminar el secundario. Y como quedaba lejos de su casa, iba a tener que vivir en la escuela. Hasta allí llegó Liliana. Sola. Tímida y sola. Sin haber salido nunca del hogar paterno más que para ir a la escuela. Dice que lloró tanto, día y noche, que se quedó seca. Puras lágrimas que rebotaban sobre la tierra. Y que a veces, en los recreos, le daba por apartarse de ese nuevo grupo que tenía y sentarse a pensar qué estarían haciendo en su casa en ese momento. Y ahí, sola, Liliana estudiaba y trabajaba la tierra. Y lloraba. —Fue un encontronazo fuerte con la realidad –recuerda–. Ahí comprendí muchas cosas, porque yo no tenía roce con la gente. Y en la nueva escuela, veía que las chicas eran diferentes a mí. Sabían más, habían tenido materias que yo ni conocía. Me quedé como retraída, y eso mi hizo extrañar mucho a los míos. Pero no me quitó las ganas de estudiar. Al contrario, me lo propuse con tanta fuerza que siempre fui uno de los mejores promedios. Su historia refresca esta calurosa mañana entrerriana. “Mis padres no lo hicieron de malos –justifica con voz suave–. Al contrario, ellos me querían educar”. Cuando Liliana todavía vivía con ellos, llegaba de la escuela y se sentaba con sus padres sobre un tacho a desgranar maíz con un marlo pequeño. Luego se lo daba a las gallinas. Con ese ritual doméstico ella aprendió que hay tareas que moldean el carácter. “Cuando te formaste así, tenés una cierta estructura que es difícil poder cambiarla. Los quiero formar a mis alumnos de la misma manera: en el respeto, en los valores. Por eso sé del esfuerzo de estos chicos. Por eso los entiendo. Los quiero mucho y quiero que sean buenos, que sean los mejores, que sean brillantes. Sé lo que es el sacrificio de ir a la escuela, de caminar en el barro, porque yo también lo hice cuando era chica. Sé lo que es agarrar el caballo, ensillarlo, volver a tu casa y trabajar, ordeñar las vacas. Son esas cosas las que te hacen fuerte. Y estoy agradecida por mi infancia. Porque fui feliz”. Habla lento ahora. Su vocabulario es escueto pero su sabiduría es infinita. “Yo hablo con el corazón”, se atreverá a…

70 Años

En el plano de la villa presentado por Eduardo Hasenkamp ya figuraba la donación de una manzana, entre la 20 y la 21, que sería destinada a la construcción de una Plaza Pública. Pero la demora en concretarse esta designación posibilitó de hecho que el espacio fuera ocupado como cancha de fútbol por el recientemente creado Club Atlético Hasenkamp. En 1944, un grupo de vecinos tomó la iniciativa de recuperar el espacio para la plaza y, con apoyo de las autoridades, iniciaron la construcción de un mástil en el centro de la manzana.   La construcción del mástil obligó al Club Atlético Hasenkamp a abandonar el lugar, pero de todas maneras la manzana siguió alambrada durante otros cuatro años sin completarse el diseño de la plaza.   En el verano de 1948, un grupo de jóvenes decidió llevar a cabo el proyecto. Finalmente el 28 de marzo, llamaron a una reunión en la Biblioteca Popular “Domingo F. Sarmiento” para conformar una “Comisión Pro-Plaza”. En ese mismo encuentro también se formó una subcomisión de damas. Participaron de la reunión alrededor de 52 vecinos, todos ellos jóvenes de entre 20 y 25 años.   Se realizó un diseño de la plaza con canteros y caminos y se inició la plantación de árboles.  La comisión Pro-Plaza hizo circular una encuesta entre el vecindario, proponiendo una serie de nombres para darle uno a la Plaza Pública. Por amplísima mayoría triunfó el de “General San Martín”. En 1950, al recordarse los cien años de su fallecimiento, se conmemoró el “Año del Libertador General San Martín”. Al efecto se formó una comisión encargada de recaudar fondos para erigir un pedestal donde emplazar un busto del General en la Plaza.    Durante ese año se realizaron en el país numerosos actos de recordación del Padre de la Patria y en la villa culminaron con los trabajos para la inauguración del busto el mismo día de su aniversario. El acto de ese 17 de agosto tuvo la asistencia de la banda de la Policía de Paraná.   La propuesta de nombrarla como Plaza Pública “General San Martín” fue elevada al Ministerio de Gobierno de la Provincia y se inició el Expediente N° 17.472 caratulado “Comisión Pro-Plaza – Hasenkamp – S/Aut. Denominar a Plaza esa General San Martín” que finalmente culminó con el decreto de aprobación:   Decreto N° 264 M.G. Exp. N° 17.472 – ind 106/1-F2.   Paraná, 31 de enero de 1951.   Vista la solicitud formulada por la Comisión Pro-Plaza de Estación Hasenkamp. Para que se denomine “General San Martín” a la plaza que se construirá en el terreno reservado para ese fin, en dicha localidad, y considerando que la iniciativa está animada por el mismo sentimiento de profunda gratitud con el que el pueblo de la República ha recordado al Libertador con el centenario de su muerte, atento a lo informado por el Departamento de Geodesía y Topografía y lo dictaminado por el Fiscal de Estado.   El Gobernador de la Provincia   Decreta:      Art. 1°, – Dese el nombre de “Libertador General San Martín” al lugar destinado a la Plaza Pública del pueblo de Estación Hasenkamp del Departamento Paraná.   Art. 2°, – Comuníquese, etc.                                                                     Ramón ALBARIÑO – Gobernador.                                                                     Ruberto G. Morán – Ministro de Gobierno.  Precisamente el 17 de agosto de 2020 se cumplieron 70 años del emplazamiento del busto del General San Martín y también el 31 de enero de 2021 se cumplen 70 años de la designación del nombre “Libertador General San Martín” a la querida Plaza pública. Son dos hechos sencillos, pero de gran carga simbólica en la construcción de la memoria de nuestro pueblo.

Con B de bueno

A monseñor Herminio Bidal lo conocí en el año 1967 cuando nuestro párroco importado de Francia, el padre Juan Baqué, lo invitó a dirigir un retiro de tres días para los miembros de la Legión de María. Desde un primer momento me impresionó la sencillez, el fervor y la autoridad con que exponía cada tema. Su enorme figura de casi dos metros imponía respeto, pero bastaba escucharlo para sentir su bondad y su experiencia de vida. En sus relatos se destacaba su sabiduría y su santidad. Durante tres años, mientras estuvo el padre Baqué, vino a dar las charlas en esos encuentros. Luego, por un tiempo, perdí el contacto con él, hasta que por pedido del arzobispo Adolfo Tortolo aceptó ser el párroco de nuestra comunidad. Hacía más de un año que la parroquia no tenía sacerdote por lo que su llegada en 1975, para nosotros, fue un regalo del cielo. Había sido rector del viejo Seminario de Paraná y párroco de la iglesia Sagrado Corazón, pero ya se había retirado y vivía en una habitación del piso superior del arzobispado. Un día se sintió enfermo y estuvo tres días sin que nadie fuera a verlo por lo que decidió que mejor sería irse a alguna capilla de pueblo chico o de campo donde, según él contaba, alguna vieja diría: “El cura no ha salido hoy, vamos a ver qué le pasa”. Quería ir a Alcaraz, que en ese tiempo era solo una capilla, pero el arzobispo le insistía una y otra vez con la necesidad de cubrir la parroquia de Hasenkamp que ya hacía tiempo estaba sin sacerdote. Aunque creía que era una parroquia muy grande para su proyecto de retiro tranquilo, finalmente accedió y así llegó a nuestro pueblo, poco convencido, pero del cual ya no querría irse. Durante su tiempo como nuestro párroco fui su ayudante, en los trabajos que hacía me controlaba con gestos y palabras y me llamaba cariñosamente “la Teniente”. Su carácter era firme, pero sin herir a nadie, convencía con sus palabras y la expresión de sus ojos celestes. Aparecía como duro por fuera, pero era muy tierno y comprensivo por dentro. Impactaba su aspecto de hombre grande y fornido y, tal vez por eso, costaba arrimarse un poco a él, pero qué difícil era alejarse luego. Uno podía estar horas escuchando sus palabras, chistes y consejos con la sabiduría de los sabios santos. Todo pasaba por su control y conocía cada detalle de lo que ocurría en la parroquia.  Sus homilías eran sabias y sencillas y hasta la persona más simple las podía comprender. Al poco tiempo de llegar fundó la Acción Católica y logró reunir una gran cantidad de jóvenes que lo querían mucho. Su fuerte más destacado era la catequesis. Preparaba a las catequistas en una reunión semanal para el desarrollo de cada lección, pero en los últimos dos meses se hacía personalmente cargo de las clases. Muchas veces las daba sentado a la sombra de unos árboles. Después de una hora de catequesis, los chicos tenían un recreo de quince minutos para jugar. Al terminar entraban con gusto a la clase y atendían con interés las enseñanzas salpicadas con algunas experiencias o anécdotas de su vida. Nosotras, las catequistas, por nada del mundo nos perdíamos esas clases. No sé cómo ocurría, pero los chicos parecían estatuas escuchando, preguntando y la clase se hacía muy llevadera. Por la noche daba clases de religión (así las llamaba) para personas mayores. Durante una hora exponía sobre el manejo del Antiguo y Nuevo Testamento, catequesis o cualquier otro tema religioso y luego teníamos media hora para hacer preguntas de aquello que no tuviéramos claro del tema. En un viejo mimeógrafo hacía los apuntes que entregaba cada noche después de la lección a las más de cuarenta personas que asistían los lunes, martes, jueves y viernes ya sea en verano o en pleno invierno. Prefería no salir por lo que no visitaba a las familias, salvo que fuera un caso de enfermedad, pero todos sabían que se lo encontraba en la casa parroquial o en el confesionario donde pasaba horas y horas. La comunidad se acostumbró a esto y venían a confesarse o a consultar sus problemas. Le gustaban mucho las plantas y los animales. Había logrado una enorme parra que se extendía en una gran enramada. Seguramente lo había aprendido de su familia de San José que cultivaba viñedos sobre la costa del río Uruguay. También tenía su propia huerta donde cultivaba las verduras que utilizaba en su alimentación. Le dedicaba tiempo y mucho trabajo y a veces lo veía muy cansado, hasta que lo convencí de contratar a alguien para que le moviera la tierra de los almácigos que era el trabajo más pesado. El hombre que consiguió tenía unas herramientas muy precarias, pesadas y rústicas, mientras que las de Monseñor eran muy buenas y apropiadas. Yo siempre luchaba, y hasta ahora, con mi amor propio que no me dejaba crecer y él me decía: “Ese amor propio va a morir quince minutos después que vos”. Una mañana me esperaba muy sonriente y me dijo: “Yo también tengo mi amor propio. Le ofrecí al hombre de la huerta mis herramientas que son más livianas y el viejo ¿sabes lo que hizo?, me las tiró y siguió con sus armatostes de porquería. Me dio una rabia… ¿y esto no es amor propio?” Y se reía. Tocaba el órgano muy bien y nos enseñaba los cánticos para la misa. Con mucha paciencia solía decir: “La Chola a veces entona bien, pero otras parece que garrotea una cacerola y ustedes la siguen a ella en vez de a mí”. Todos nos reíamos y disfrutábamos de esas reuniones porque formábamos una familia donde él era nuestro padre, amigo y párroco. Una de sus frases repetidas era: “Yo soy Bidal, con B de bueno”. Tenía el hábito del mate amargo, se sentaba en un sillón de la galería junto a una gran pajarera donde tenía canarios, cardenales, jilgueros y toda clase de pájaros. Hablaba con ellos y parecía que le entendían, metía su mano grandota a poner el alimento y los animalitos se le acercaban con confianza. Un día decidió ir a Colón a visitar a su familia, allí vivían sus hermanas y muchos sobrinos. Mi esposo lo acompañó y yo quedé al cuidado de los pájaros que no me aceptaron. En esa semana de ausencia se murieron tres pájaros. Cuando volvió le dije que no sabía lo que había pasado. Pero me contestó: “No te aflijas, todos vamos por ese camino, claro que a nosotros nos espera el Señor y a ellos la nada”. Tenía un rosario de cuentas grandes que le había traído a su mamá cuando estuvo en Roma, juntando moneditas lo había podido comprar. A veces lo encontraba dormitando en su sillón y el rosario en el piso. Yo lo levantaba y él me decía: “Cuando el Señor me llame, con este rosario me lo rezás sin llorar y luego te lo llevas de herencia”. Cuando ya las fuerzas lo fueron abandonando comenzó a pedir al Arzobispo un ayudante. Le enviaron al padre Juan Kemmerer que había sido alumno suyo en el Seminario y que se encontraba un poco enfermo. Renunció como párroco para que lo nombraran al padre Juan y él quedó como auxiliar. Como ya sus piernas le empezaban a flaquear y le costaba estar de pie mucho tiempo, comenzó a celebrar la misa muy temprano en la mañana. Me dijo: “Yo voy a celebrar la misa sentado y vos vas a repartir la comunión por si viene alguna vieja”. Yo temblaba y le dije que cómo iba a tocar al Señor con mis manos indignas, además era mujer. Eran otros tiempos y las mujeres no teníamos tanta participación como ahora. Él me respondió: “No te asustes que lo que más nos hace pecar es la lengua y no las manos”. Y se sonreía paternalmente. Por esos días me hizo hablar con el intendente para reservar el lugar donde quería ser sepultado y también redactó el epitafio para su tumba. Ante un escribano hizo un documento donde expresaba que quería ser sepultado en Hasenkamp, pues los Bidal tenían un panteón muy importante en Colón y él sabía que sus familiares querrían llevarlo. Y así fue, pero dado lo que él había dispuesto no pudieron. Siempre me decía que quería una muerte rápida, porque temía no dar buen ejemplo quejándose. Creo que el padre Juan no se daba cuenta, pero en los últimos días lo noté muy triste. Hablaba seguido de su muerte próxima y decía que ya estaba sentada en el umbral de la puerta. Me indicó todo lo que debía hacer cuando llegara el momento, quién debía vestirlo, qué ropa ponerle, cómo debía ser el velatorio, las tres carpetas que llevaba de la parroquia, su cuenta corriente en el banco, el rosario que debía rezarle, etc. La última imagen que guardo de él es verlo sentado en su cama. Le había llevado una compota de manzana de la que apenas probó dos bocados y me insistió para que volviera a atender mi casa. Me pidió un espiral, lo rompió y se quedó con un pedacito diciendo que con eso le alcanzaba. Tomó una cruz de su mesa de luz, la besó y me volvió a decir: “Andate y que Dios te bendiga”. Le obedecí y me fui a mi casa que está junto a la iglesia. A los diez minutos, mi esposo fue a verlo y ya había fallecido, acostado en la cama y con la cruz entre sus manos.  Era el jueves 29 de marzo de 1979. Sus restos se velaron durante dos días y asistieron muchos sacerdotes y varios obispos. El ataúd fue llevado caminando por todo el pueblo que acompañaba a su padre y amigo. Iba rodeado por más de cuarenta chicos de la Asociación Católica. Nunca vi llorar a tantos niños juntos. Una abierta y sencilla capilla que bien representa su espíritu, lo guardan a la entrada del cementerio en el lugar mismo que él había elegido y donde nunca faltan flores. También está el epitafio que escribió y le habla al visitante: “Aquí descansan los restos del P. Herminio Bidal esperando la resurrección final. Rece un Ave María por mí”. Teresa Collaud de Rojas (Chola)

Familia Kisser

No fue fácil para Adán con sus 22 años de vida, tomar la determinación de desertar del ejército del Zar, algo que, de salir mal podría llevarlo a Siberia en el mejor de los casos o frente a un pelotón de fusilamiento si sus captores estaban de mal humor. Insiste, convence a un hermano y a una hermana en subir al barco carbonero que ya zarpaba de Kiev y se despide para siempre de sus progenitores y de la tierra que lo había visto nacer. Desembarcaron en Brasil para enfrentarse a un clima tropical al cual no estaban acostumbrados y con especies vegetales y plagas desconocidas que dificultaban su supervivencia como agricultores. A Gramado, Río Grande do Sul, donde vivían, llegaron noticias de las colonias de rusos alemanes en Argentina con mejores condiciones de vida. Los hermanos, haciendo uso de su resiliencia deciden dirigirse hacia el sur donde esperaban prosperar. Hoy no podemos imaginar cómo habrán conseguido los medios para pagar su pasaje en barco ya que eran peones. Seguramente lo hicieron con grandes sacrificios ahorrando en todo y trabajando duro. Era gente capaz de fijarse un objetivo y empeñarse en lograrlo. Había fibra en estos alemanes del Volga. Después de un largo viaje por mar y luego remontando el río Paraná llegan finalmente al puerto de Diamante. Se dirigen a General Ramírez donde trabajan de peones y más adelante (siempre trabajando y ahorrando) consiguen arrendar un campo que pertenecía a los Nanni en la zona de Viale. En esta tierra del paraje Quebracho conoce Adán a la que sería su esposa, Olga Liebich, con quién engendra nada menos que siete hijos: Ema, Samuel, Eduardo, Armando, Clara, Alberto y Carlos. Era gente muy productiva: una cosecha de trigo y una de maíz al año y si se descuidaban ¡también un hijo por año! Con tanta producción, el gobierno provincial se preocupa de asignar más tierras a la agricultura. En 1930 a Adán y familia les otorgan un lote de unas 80 hectáreas entre los 154 adjudicatarios posibles para la Colonia Oficial N°4 “La Colmena”, próxima a Hasenkamp en el noroeste de la provincia de Entre Ríos. Tiene como vecinos a los Kloss, cuñados de Federico Ramínger y Amalia Kloss. Son conocidos de Quebracho y miembros de la misma Iglesia Luterana del Río de la Plata a la que asistían en Viale. Pero los Ramínger, adjudicatarios de terrenos en Colonia “La Paz”, cerca de Los Charrúas, en el departamento de Federación, deben mudarse al noreste de la provincia. Los lazos familiares sin embargo no se rompen y se visitan mutuamente. Alma Raminger, sobrina de los Kloss encuentra muy atractivo visitar a sus tíos, los vecinos de los muchachos Kisser. El gobierno expropiaba tierras o disponía de tierras fiscales para asentar las colonias. Colonizar significaba acceder a tierras baratas y cómodas de pagar, pero nada más que eso. Lo que se les ofrecía a los colonos era solamente una porción de bosque nativo y a arreglarse como se podía… Pero, por más desfavorable que pareciera la oferta, para esta gente sedienta de tierras era la posibilidad de poseerlas y dejar de arrendar. En Europa, ser propietario de tierra era privilegio de nobles y ellos ahora podían acceder a ella. No importaban entonces los sacrificios, no importaba el trabajo. Tenían ahora su tierra, pero a un precio que no pagaríamos nosotros hoy. No creo que nuestra generación tendría ni la histamina ni la resiliencia necesarias para enfrentar los desafíos que les tocó superar. Por una picada a través del monte llegaban con sus carretas y sus bueyes a la parcela asignada de unas 80 hectáreas. Una vaca con ternero para la leche, unos chivos y ovejas, unas gallinas, unos cerdos, un barril de harina, grasa, yerba, sal y azúcar aseguraban la alimentación por un tiempo, sin embargo, la provisión de agua y un refugio para habitación no podían transportarse en la carreta. Era necesario entonces, al llegar, confeccionar un pozo ¡A PALA! De entre 30 a 50 metros de profundidad. Era una tarea agotadora y peligrosa y quienes lo han hecho relatan que allí en la profundidad de la tierra, trabajando en semioscuridad, es posible mirar hacia arriba, a la boca del pozo y ver las estrellas en pleno día. Mientras buscaban esas napas subterráneas se guarnecían bajo lonas tendidas entre los árboles. Y logrado ese objetivo recién entonces llegaba el momento de levantar un rancho de barro con techo de paja. Una vez completado ese refugio la emprendían con el monte. Era un duro trabajo sacar los árboles con pico, pala y hacha para hacer los alambrados y limpiar los claros donde se alimentaban los vacunos y que eventualmente podrían arar para sembrar. Eduardo Kisser Eduardo tenía 12 años cuando la familia pudo afincarse en tierra propia. Siendo uno de los mayores había abandonado la educación escolar porque era necesario ayudar a su padre en las tareas de campo. Era común en esa época. Adán era un visionario que no se conformó con cultivar trigo solamente. Alguien debía cosechar y embolsar esa riqueza para transportarla hacia los mercados. Compró entonces una máquina trilladora, de las primeras, no autopropulsadas. Los 18 años sorprenden a Eduardo con grandes responsabilidades. Está encargado de manejar una cuadrilla de cerca de veinte peones que trabajan en la trilla. Las espigas que se cortaban y recogían en el campo debían transportarse hacia la máquina que en una esquina del terreno separaba la paja del trigo y llenaba las bolsas del producto. Eduardo debía además controlar la cantidad de bolsas obtenidas y el correcto cerrado de las mismas. Terminan la década de 1930 ocupados y prosperando, pero la familia necesita más tierra porque los muchachos estaban en edad de formar también sus familias. Así en los primeros años de la década de 1940, Adán toma otra sabía decisión. Enterado de la existencia de un lote abandonado por su adjudicatario emprende viaje a Paraná y gestiona ante el gobierno los permisos para que sus dos hijos mayores pudiesen acceder a esa tierra vacante. ¿Cómo hizo este ruso inmigrante para conseguirlo, cómo enfrentó la burocracia y logró sus fines? Será un misterio siempre, pero de lo que no podemos dudar es que cuando Adán se proponía algo lo lograba. Había sin embargo una condición para ser adjudicatario, el solicitante: debía estar casado. Esta condición para acceder a la tierra precipitó algo que ya se venía gestando entre Eduardo y la sobrina de los Kloss que los visitaba a menudo. Él la “festejaba” tímidamente, con el recato y la discreción propia de la época. Sin duda ahora tenía la excusa perfecta para pedirle casamiento. Ella era la llave para conseguir la tierra. Así, en 1947, Eduardo Kisser une su vida con Alma Ernestina Raminger y van a ocupar su tierra. Tierra fértil es, porque el 23 de junio de 1948 llega al mundo Raymundo Arturo. Esas casi 80 hectáreas se dividieron quedando cada hermano con un lote de 38. Afectos al trabajo, el flamante matrimonio organiza el campo rápidamente y como Eduardo no era de sentarse bajo el alero a tomar mate y mirar quien pasaba por el camino, sale a buscarse una changa para el tiempo libre. La consigue como peón de los judíos alemanes que machacaron en él la idea de que el progreso social llega por la vía del estudio de los hijos. Los patrones de Eduardo, judíos escapados de la persecución nazi eran personas de ciudad, por lo que deciden mudarse al gran Buenos Aires confiando a su peón la administración de su propiedad. Unos años después el acopiador de cereales Sebastián Ger Villacampa, interesado en el “adelanto” de los colonos y en que eduquen a sus hijos aconseja a Eduardo comprar la propiedad a sus patrones y el negocio se concreta en 1958. Se agregan así 150 hectáreas más a las 38 originales obtenidas por Adán para sus hijos. Las cosas iban bien para los Kisser. Después de cancelar la compra de las 150 hectáreas aparece otro negocio. Un campo lindero de 76 hectáreas, hipotecado, que, ante la amenaza de un remate inminente, se vende. Eduardo se anima y lo compra. Lleva la escritura y la hipoteca a su casa. Su hijo Raymundo, siempre curioso y aficionado a practicar la nueva habilidad de leer toma los documentos y descubre con asombro que la hipoteca tiene un vencimiento próximo. Lo comenta con su madre que interpreta lo mismo al leer los documentos… la hipoteca vence antes de lo previsto. Eduardo queda confundido, según él la hipoteca vencería después de la cosecha, no antes. Por la mañana toma su caballo y se dirige a consultar con el Juez de Paz que ratifica lo leído por Raymundo. Otra vez el acopiador Sebastián Ger Villacampa auxilia a la familia. El atiende el pago y espera la cosecha para recuperar su dinero. Un verdadero amigo. Este incidente planta la semilla de la vocación en Raymundo. Si es tan fácil engañar a gente honesta y trabajadora con documentos para quitarles todo de un plumazo, alguien debe estar para ayudarlas. Comienza a pensar que será un abogado en el futuro y pregunta acerca de la profesión a unos abogados que visitan a su padre en relación a propiedades que tienen en la zona. En esas charlas encuentra su vocación y se propone como meta la abogacía. Fragmento de: “Del monte al Senado. Una historia de superación familiar” – escrito por SCHNEIDER, Raúl y los compañeros de la clase de 1967, pp. 9 – 12. NOTAS: Adán Kisser y Olga Liebich tuvieron siete hijos: Ema, Samuel, Eduardo, Armando, Clara, Alberto y Carlos. Ema se casó y radicó en Tabossi antes de que su familia llegara a la Colonia Oficial. Samuel se radicó con su familia en Libertador General San Martín. Eduardo se casó con Ama Raminger y tuvieron tres hijos: Raymundo, Ofelia e Inés. Todos radicados en Hasenkamp. – Raymundo se casó con Lidia Feliú y tuvieron cuatro hijos: Virginia, Álvaro, Hernán y Dante.                            – Ofelia se casó con Mario Orsich y tuvieron cinco hijos: Gabriel, Miguel, Néstor Mario, Fabricio Mariano, Heraldo Neri y Demir Leonel.  – Inés se casó con Héctor Raúl Goltz y tuvieron dos hijos: Iván y Paolo Duval. 4. Armando vivió en el campo paterno. Su hija Estela fue profesora de pintura en la Escuela de Artes y oficios y se casó con Osvaldo Ladner. 5. Clara se radicó en Rosario con su familia. 6. Alberto se casó con Frida Krig, tuvieron tres hijos: Sergio, radicado en Chaco, Olga Catalina y Horacio que viven en un campo de su propiedad en cercanías de Hasenkamp, camino a la Colonia Oficial. 7. Carlos se casó con Nidia Solia, tuvieron cuatro hijos: Wilfredo, Norberto, Humberto y Mariela. Había estudiado en una escuela técnica de Rosario y se instaló con un pequeño taller en calle Sarmiento, donde hoy se encuentra “Goltz Distribuciones” Luego se trasladó al actual lugar donde su taller se transformó en la empresa familiar “Metalúrgica Kisser” que hoy continúan sus hijos.

«Nacimos bajo un ombú»

  Carlos Rodríguez nació el 21 de abril de 1926 en Hasenkamp. Tiene 87 años y es uno de los miembros fundadores de la Liga de Fútbol de Paraná Campaña. La vida intensa de quien fue docente y diputado provincial. Hombre de palabras, se dedica a la poesía.    Una sonrisa amplia y una memoria prodigiosa. A sus 87 años Carlos Rodríguez vive con intensidad cada momento, propio de quien dejará huella. En fútbol presidió por primera vez los destinos de Atlético Hasenkamp desde 1952 hasta 1966 en forma alternada. En la Liga de Paraná Campaña, fue uno de sus fundadores. Hay una historia que contar. Y en primera persona.   PRIMEROS PASOS. “Las primeras reuniones fueron en enero o febrero de 1953 y fue en un campeonato relámpago que realizó nuestra institución, Atlético Hasenkamp, donde fueron invitados todos los otros clubes que en ese momento tenían fútbol en Paraná Campaña, por ejemplo, Atlético y Litoral de María Grande, Independiente y Atlético de Hernandarias, Deportivo Tuyango de Piedras Blancas y Unión de Las Garzas.   Teníamos la cancha en Brown y Dr. Haedo y ahí había un gran ombú. Y en los entretiempos, eran partidos de once jugadores con dos tiempos de veinte minutos, charlábamos. Ahí se realizó la primera reunión. Se habló de formar una Liga. Y como el campeonato a su vez no terminó ese domingo, quedaron las semifinales y final para el siguiente, cada delegado se llevó la propuesta de la fundación de la liga a su club y que durante la semana hicieran las reuniones como traer algo más o menos conformado para el domingo siguiente. Ahí se hizo la segunda reunión y justamente los delegados de Atlético María Grande y Litoral ya vinieron con la propuesta formal del nombre del presidente, proponiendo a Manuel Rotman, una muy buena persona. Se llegó a un acuerdo que las tres personas principales iban a ser de María Grande y los demás serían integrantes de los clubes de Paraná Campaña.   Esas fueron las dos primeras reuniones. Bien se podría decir que nacimos bajo un ombú, que todavía existe”.   DE TODO UN POCO: “Yo era presidente del Club Atlético Hasenkamp, pero además jugué hasta los 40 años, era dirigente y jugador. La mayoría lo éramos. Actué en Atlético Hasenkamp, y cuando estudié en Paraná jugué para Unión Agrarios Cerrito que competía allá. Era wing izquierdo, no era tan goleador, pero si tiraba buenos centros”.    INTENCIONES: “A pesar de ser jugadores, la premisa al fundarse la liga era que había que anteponer los deseos y vehemencia a favor de su formación y no del club al cual uno pertenecía, porque ya habían existido otras ligas, pero por peleas internas desaparecieron. Acá había que anteponer los intereses en favor de la liga. Así fue toda la vida, desde el momento en como se encuentra la Liga de Fútbol hoy, siendo una más de las reconocidas del interior. Primeramente, formamos el Consejo Directivo y Tribunal de Penas. En la personería jurídica trabajo mucho Enrique Martínez. El Tribunal de Penas tomó todo en serio y fueron ecuánimes en todo momento, esa credibilidad fue la que mantuvo siempre la Liga en forma y dándole vida permanente. Había grandes discusiones obvio, pero terminaban siempre con unos asados a la madrugada.   En la Liga no estuve mucho tiempo, pero en Atlético Hasenkamp cada dos años era presidente hasta el año 1966, pero luego me convocaron con 80 años y tuve un cargo de secretaría en la gestión de Rubén Ceballos, donde logramos conseguir todo el papelerío de Personería Jurídica”.   1953: “El primero fue un torneo duro, muy parejo, con siete equipos participantes. En ese entonces no había cambios así que si se lesionaba alguno tenías que seguir con diez jugadores. Nosotros lo teníamos a Hugo Ruíz Moreno, él era el capitán y la base de todo el equipo, también había una serie de jugadores muy buenos en otros elencos, como Pino Bártoli, en Atlético María Grande”.   EL CLUB: “La cancha de Atlético Hasenkamp estaba ubicada en calle Brown y Dr. Haedo, después vinimos donde actualmente está el club. Conseguimos los estatutos y organizamos la parte institucional. Entonces el doctor Germán Hasenkamp había hecho la promesa que si hacia todo eso, donaba 12 hectáreas. Nos dio las dos primeras para la sede y la cancha y luego una más. En otras presidencias como la del doctor Raimundo Kisser compraron 15 hectáreas, totalizando 18”.   RECUERDOS: “Ninguna de las instituciones fundadoras ocupó la presidencia, todos trabajamos por los clubes hacia la Liga. Manuel Rotman fue muy buen presidente, muy sensato, muy conciliador, buen administrador. En aquellos tiempos la Liga no originaba tantos gastos como hoy. También pudo ser Hernandarias la sede, pudimos ser nosotros, pero el gran problema era las comunicaciones y los caminos de tierra”.   AMIGO ÁRBOL: “Al ver el ombú se me viene un gratísimo recuerdo por ejemplo del Negro Galperín a quien le decíamos Carbonilla. Tenía un entusiasmo terrible, no era un gran jugador, era como yo de patadura, pero era un tipo que le encantaba enormemente el fútbol, tenía un gran entusiasmo para fundar la Liga. En el ombú nos juntábamos dos personas por club, éramos 14 o 15 personas y nos sentábamos alrededor de él, según nos diera la sombra, charlábamos y discutíamos sobre la conformación de la Liga siempre con el interés de organizar el fútbol, porque si no jugábamos torneos cada 15 días, por eso la idea de formar una Liga y jugar en forma más organizada. En el ombú fue la primera conversación. He fundado varias instituciones y ver que una de las hijas (por la liga) haya progresado tanto y con buen comportamiento, me llena de alegría. Me gustaría que los dirigentes comprendan eso, lo entiendan y sigan conservando a la Liga de la forma en que hoy está trabajando”. RE EZEQUIEL, 1953 – 13 DE MAYO – 2013. TIERRA DE PASIONES, LIGA DE FÚTBOL DE PARANÁ CAMPAÑA, UNA HISTORIA DE 60 AÑOS, pp.10-12.

El Paive Kloss

Una fría mañana de sábado en el estudio de la radio Municipal transcurría el programa “Ritmo alemán” que conducía Carlos Tisler. Cuando finalizó la polca que se escuchaba, el locutor esperó a que la luz roja se encendiera y dio paso a la presentación de su invitada: doña Irmagart Wittig de Kloss. La mujer acomodó sus lentes y unos papeles en la mesa y comenzó con su exposición: “Esto lo hago con cariño, en memoria de nuestros antepasados, pues hacer historia, recordar a una familia, a un pueblo, es cosa sagrada y vivir en ese pueblo es hermoso. Quiero agradecer a Dios por ser parte de esta familia y de este pueblo, que es el pueblo de Hasenkamp y poder vivir en él con la alegría y tranquilidad. En el pueblo como en la Colonia Oficial N°4. “Vamos a hablar de una familia numerosa de la cual sus antepasados fueron de los primeros inmigrantes, así como los hubo muchos en la Colonia Oficial N°4, que trabajaron muy duro de sol a sol para hacer porvenir para hacer su patria aquí. “En la familia Kloss, el primer inmigrante fue Johann Heinrich Kloss que vino en 1891 con su esposa y cuatro hijos. Con el tiempo le dirían “el América Kloss” porque atravesaría cinco veces los mares entre Rusia y América. Pero, en realidad, era más conocido como “Paive Kloss” porque era difícil verlo sin su “paive”, su pipa, humeante o apagada en la boca.” De esa forma doña Irmagart comenzó a narrar la historia del iniciador de la familia Kloss en estas tierras. Contó que Johann Kloss había nacido en 1864 en Rusia en la aldea de Neu Galka, apenas cuatro años después de que se fundara a unos cien kilómetros al este del río Volga, hoy absorbida por la ciudad de Pallasovka. Para esos años, más de 500 aldeas cubrían las dos márgenes del Volga. Muchas de ellas eran colonias hijas porque a estas aldeas del Bajo Volga se les dio una cantidad fija de tierra que se dividió y se volvió a dividir a medida que crecían las familias iniciales. Cuando la cantidad de tierra para cada familia era tan pequeña que no podían cultivar suficiente para su alimento y venta se buscó la solución de fundar nuevas aldeas, llamadas colonias hijas. La mayoría de estos pueblos se ubicaron en el lado este del río Volga. Neu Galka (Nueva Galka) fue fundada en 1860 por colonos luteranos provenientes del otro lado del Volga, en la curva donde se une al río Galka que le da nombre a la aldea. Pero ¿qué hacían estos alemanes en la estepa de la cuenca baja del río Volga asolada desde años por las tribus nómades? Casi un siglo antes, reinaba Catalina, la Grande, una princesa alemana que accedió al trono ruso por la muerte de su esposo Pedro III. Solo veintiún días después de su coronación en 1762, Catalina autorizó a recibir a todas las personas que quisieran establecerse en Rusia y publicó un manifiesto para que colonos permanentes poblaran la frontera del Bajo Volga y trajeran estabilidad a esta región. Como este primer llamado no tuvo éxito, en julio de 1763 se publicó el segundo Manifiesto de la Emperatriz Catalina II mejorando la oferta hecha el año anterior para poblar el territorio a lo largo del río Volga. Allí se invitaba a los extranjeros (excepto judíos) para que se establecieran prometiendo tierras libres sin impuestos durante 30 años, la exención del servicio militar para ellos y sus descendientes, libertad religiosa, autogobierno, control local de sus escuelas y los gastos de viaje pagados por el gobierno ruso.  Se distribuyeron copias del Manifiesto en periódicos y folletos por toda Europa, pero especialmente en las tierras de habla alemana asolada por dos siglos de luchas religiosas. Al final de la Guerra de los Treinta Años, el Sacro Imperio Romano Germánico se había disuelto en más de 300 territorios y ciudades independientes sin un gobierno nacional. En 1763 recién finalizaba la Guerra de los Siete Años, y los habitantes eran sometidos a duros impuestos, a la constante amenaza de los ejércitos de ocupación y al servicio militar compulsivo. Se sumaban las penurias económicas, malas cosechas, años de hambruna y obstáculos para la libertad de culto. Para muchos, había pocas razones para quedarse. Ayudó a la decisión el hecho de que muchos de estos pequeños principados, condados y ciudades, no tenían restricciones legales que les impidieran migrar a nuevas tierras. Un contingente inicial de 400 alemanes partió siguiendo las promesas de Catalina. Luego de una larga travesía, arribaron a las planicies del Volga en junio de 1764 y fundaron Dobrinka, la primera de las colonias. En los siguientes trece años llegarían a fundar 104 colonias madres sobre la margen oeste del río Volga en la zona montañosa llamada Bergseite, ya que la margen del este, Wiesenseite, la pradera, estaba ocupada por numerosas tribus nómades muy hostiles. Luego extenderían sus colonias también a esa margen llegando a ser 583 aldeas habitadas por los más de 30.000 alemanes que habían dejado su patria y con las nuevas familias que empezaban a crecer. Con el tiempo, al emigrar a otras tierras, ostentarían con orgullo el haber sido de la Bergseite por ser descendientes de los fundadores, mientras que los de la Wiesenseite contaban que sus abuelos habían sido los pioneros en habitar la zona más peligrosa. Las familias y las colonias crecieron y se expandieron conservando con extrema rigurosidad el idioma alemán y todas las tradiciones heredadas. Crecieron ajenos al sistema y a la cultura rusa, aislados al punto de que no se daban casamientos mixtos entre rusos y alemanes. Eran prácticamente una colonia alemana dentro del gran imperio ruso con privilegios como el de mantener sus costumbres, idioma natal, credo y eximición del servicio militar. Pero a partir de 1864, después de cien años de radicación, las cosas comenzaron a cambiar. En la primavera de 1871 el gobierno ruso les informó a los aldeanos que todos  sus privilegios habían sido revocados exceptuando la libertad religiosa. Una nueva ley militar decretó que todos los varones de Rusia, a la edad de 20 años debían servir en el ejército durante seis años. Los hombres alemanes del Volga tuvieron que unirse al ejército para luchar en la guerra ruso-turca. Esto provocó la idea de volver a emigrar y para ello parten emisarios hacia América buscando un nuevo lugar y ya en 1872 los primeros grupos de alemanes de la línea protestante comienzan a emigrar hacia EEUU y Canadá. Pedro II de Brasil invitó a los alemanes y en 1876 recibió a los primeros grupos de colonos. En Argentina ese mismo año el presidente Nicolás Avellaneda promovió por ley la inmigración de colonos de Europa Central. En diciembre de 1877 llegó a Buenos Aires el primer vapor con los colonos alemanes que irían a poblar la colonia Hinojo cerca de Olavarría y, al mes siguiente, otro con las primeras familias para Santa Fe y Entre Ríos. Irmagart Wittig de Kloss, acomodando sus recuerdos, retomó su relato sobre la historia familiar. “Cuando Johann Heinrich Kloss era un adolescente conoció a Marie Katherine Berhardt y antes de cumplir los veinte años se casó en 1883, un poco por amor y otro para escaparle al servicio militar obligatorio. Al año siguiente nació Maricatrine, la primera de sus doce hijos. Después llegarían Johann Heinrich, Georg Heinrich y Catrinlibet en 1891. Para ese año ya había decidido trasladarse a América con su familia. La situación en Rusia estaba cada vez más grave y llegaban noticias de los Glas, los Berhardt y de otras familias de Neu Galka que se habían ido a la Argentina y ya estaban instalados en Entre Ríos. “Ese año cuando llegó con su familia al puerto de Diamante ya estaban todas las aldeas de la Colonia General Alvear y se estableció en campos cercanos a Crespo. Ahí nacieron sus hijos Anabet en 1892 y Godofredo en 1894. Pero, con apenas tres años de haber llegado, ya le andaba picando el bicho de regresar a la Madre Rusia y por eso es que a este último hijo no lo dejó anotar aquí para poder anotarlo en Rusia, así figuraba como ruso. Vendió sus cosas y partió de regreso. “Aunque la vida en la vieja aldea de Neu Galka ya no era la misma, con la ayuda de sus familiares volvió a instalarse y a reconstruir su casa. En esos años nacieron sus hijos, Susanne en 1895, Marilisbeht en 1897, Santiago en 1900, Amalie en 1902, Alexander en 1903 y Emilie en 1904. “Tal vez porque en esos doce años en que estuvo tratando de recuperar su antigua vida no haya logrado acomodarse o quizás fue el ansia del viaje que lo volvía a ganar, la cuestión es que Johann Kloss en 1906 retomó otra vez el largo camino hacia América con toda su familia, que ya reunía a catorce personas. Había que hacer más de 3000 kilómetros hasta el puerto de Hamburgo, un mes de viaje en vapor al puerto de Buenos Aires, de ahí en tren a Campana y un nuevo vapor hasta Diamante. “Arrendó un campo cerca de la estación Camps y se dispuso a comenzar de nuevo. Trabajó muy duro para darle a su familia un nuevo hogar. Se sentía muy bien y muy cómodo en su nuevo lugar, pero en Rusia, en su patria natal, había dejado a sus ancianos padres y una promesa.” El conductor hizo una pausa para unos avisos y un tema musical. Irmagart aprovechó para beber un sorbo de agua y luego continuar con su relato: “La promesa hecha a sus padres era que si algún integrante de la familia lo llamaba, él tenía que regresar a Rusia. Y así fue que, al tercer año, un día llegó la noticia de que un familiar suyo estaba muy enfermo y la familia pedía su presencia. En aquellas épocas la palabra era un pacto, una promesa; un apretón de manos era una cosa sagrada y valorada, quizás más que hoy en día un documento o una escritura con muchos sellos y firmas. “Y así, de la noche a la mañana, vendió todos los bienes que había logrado hacer en esos tres años con su duro trabajo y volvió a Neu Galka con su numerosa familia en el año 1909. Solo permanecería aquí su hija Catrinlisbet, que ya se había casado con Jorge Berhardt y decidió quedarse en Crespo. “De nuevo el tremendo viaje hasta la aldea. Quiso el destino que llegaran a la casa paterna por la noche y que ese familiar enfermo que era su cuñada, falleciera a la mañana siguiente. Entonces les vuelve a prometer a sus padres que mientras viviera alguno de ellos no se iría de la casa. “Cumplió con su promesa y a la muerte de sus padres, a los tres años de haber llegado a Rusia, este nómade viajero emprendió nuevamente su camino hacia América, aunque esta vez sería para siempre. El 25 de noviembre de 1912, después de vender sus pertenencias se subió al barco “Karburk” de la Compañía Mistler. Pero acá tampoco sería toda la familia, sus dos hijos mayores Johann Heinrich y Georg Heinrich ya habían formado sus familias y decidieron quedarse en Rusia. “Fue una lamentable decisión la de estos hijos, porque la sombra de la Primera Gran Guerra cubrió toda Europa y luego la Revolución Rusa de 1917 desató años de guerras civiles que, sumados a una terrible sequía, llevaron a una gran hambruna que asoló la región del Volga produciendo innumerables muertos y ya no se tuvo más noticias de ellos. “Por quinta vez, Johann Kloss, atravesó el océano hasta sus conocidos campos de Diamante para reiniciar su vida. Pero ya la situación no era la misma, las colonias estaban en pleno desarrollo, completas las zonas de siembra de cereales y ya no quedaban campos para adquirir. Los terratenientes dueños de la tierra ahora preferían poner vacas en sus campos porque la guerra había aumentado mucho los precios y, si…

Campeonato del 1933

Es un domingo de septiembre, allá por el año 1933. 21 años hace…justito la primavera de una vida. Lleno de sol está mi pueblo, tibieza en todas partes, hay una brisa suave; los viejos álamos se estiran hacia arriba y se oye el cascabeleo alegre de sus hojas nuevecitas; hay flores en los jardines y un ambiente de fiesta. Contra lo acostumbrado, todos caminan rápido, nerviosos. Me mandaron a buscar el pan y voy de vuelta corriendo, de pronto me detengo y miro… allá lo veo, por encima de las casas, entre los árboles, al tope de su mástil, flameando, la bandera blanquirroja de Atlético Hasenkamp, serena y orgullosa porque es divisa de campeones y hoy… los campeones van a mostrar su clase. Corro de nuevo, hay un tarrito en el camino… “Arco al Rengo, el Rengo gambetea y…. gol!!!”.  El tarrito vuela y cae lejos, cantando su música de lata y… a mi alpargata derecha le ha salido un bigote. Como apurado, meto una galleta en el bolsillo y con una mano en el otro aprieto fuerte una moneda grandota de veinte centavos. No corro, vuelo “¡Tené cuidado!” me grita la voz más querida del mundo… “Talcagues queleresqueleresque”. Las muchachas se vinieron “con todo”, con su entusiasmo y su ardiente juventud y más de una después de ese partido pagará con el beso prometido la hazaña de su crack… y más de una ligará a él para siempre su vida o su recuerdo. Palmoteos de manos y expresiones de admiración, ya llegan los once: Morán, Omar y Borda, Morán Comas y Almeida, Molina, Salamone, García, Arce y Rodríguez; el “Rengo” Ferro da las últimas instrucciones (¡Bravo Rengo viejo, cuánto trabajaste!).  Entran al campo y aquella tarde de 1933 escriben los once, a fuerza de clase y corazón, una página más para la historia gloriosa de Atlético Hasenkamp. Salen de la cancha entre los aplausos y el cariño del pueblo que se vistió esta tarde con sus mejores galas para verlos triunfar. Llega la noche, hay música en el aire, los festejan su triunfo, alegría en los corazones y en el mío. Este gurí que hoy se quedó ronco y se dio una fiesta de naranjas con sus veinte centavos, se olvidará de algunas cosas tristes y dormirá contento. ¡Viejo y glorioso Atlético! ¡Qué lindo es evocarte! 21 años hace, justito la primavera de una vida y otra vez los laureles reverdecen. Ya no es el mismo gurí, ni son las mismas muchachas, ni es el mismo el campito, pero es la misma casaca y es la misma emoción. El pueblo prendió en tu divisa la flor de su juventud y tu le retribuyes con la palpitante emoción de tus triunfos. Hoy vas mirando lejos en el camino del progreso. ¡Arriba Atlético! Qué tus realizaciones sean la fiel expresión del idealismo creador de la muchacha de mi pueblo que marcha serena, con fe en sus propias fuerzas, sin claudicaciones ni renunciamientos, sin adulaciones ni servilismos, con la postura clásica de la juventud sana de corazón que sabe lo que quiere. ¡Bravo muchachos! ¡Arriba Atlético! Texto de Ramón Pío Narváez Portillo de 1954 cuando Atlético Hasenkamp sale campeón del Paraná Campaña y recuerda el campeonato de 1933 obtenido en su primera cancha, hoy plaza San Martín. CANGERI, Marcelo Damián; “Club Atlético Hasenkamp, en el corazón del pueblo, 90 años de pasión, 1927 – 25 de Mayo – 2017» Imprenta de la Provincia de Entre Ríos, Paraná, 2017. pp. 312.

Médicos de pueblo

Allá por los años 40, ir a Hasenkamp era encantador, ¡era ir al pueblo! Para mí tenía una connotación especial: era mi pueblo natal. Se llama así, Hasenkamp como los primeros dueños de la estancia “Los Naranjos”. Ellos donaron los terrenos en los que se enclavaron la estación ferroviaria, y el primer caserío. Fueron los hermanos Eduardo y Federico. Tuve el gusto de conocer al doctor Germán Hasenkamp y a Lidia, su esposa; “Oncle mene” y “Tante” Lidia; así los llamaba Juan Landra y Marile, mis inolvidables padrinos. Catalina Hasenkamp casose con un primo hermano de mi padre, Mauricio Ziegler, por cuanto las madres de ambos eran hermanas. A Catalina Elena Hasenkamp de Ziegler la conocí siendo yo muy jovencita. La “Estación”, decíamos cuando nos referíamos al pueblo, que era pequeño, pero grande en afectos y es en los pueblos pequeños donde resaltan y se hacen evidentes, las personas que por su tarea, gravitan en la vida de los pueblerinos, a saber: el juez de paz, el comisario, el director de la escuela, el farmacéutico o boticario, el jefe de la estación… y los médicos, únicos, irrepetibles…Haedo y Brage En Hasenkamp; Castaldo, Rico, Font y Perelstein en María Grande.   Ellos solos en sus consultorios. Los médicos polarizaban a los pacientes, naturalmente, y a causa de ese liderazgo, la gente era de Haedo o de Brage; sin motivo, sin causa… seguía a su médico fielmente, y este era totalmente responsable de la salud de esa gente sencilla y confiada. Sólo ellos conocían sus miserias y sus grandezas. Se llegaba al médico cuando se habían agotado los conocimientos y la experiencia de la abuela, de la madre y de cuanta tía se acercaba al enfermo; cuando las tisanas o quemadillos eran inocuos, cuando las cataplasmas de lino llenaban la casa con olor a cosecha o trilla y no producían mejora, cuando las ventosas sólo producían moretores, cuando las compresas, los fomentos fríos o calientes, secos o húmedos según el caso en estado febriles o congestiones no curaban. Nada había dado resultado, tampoco los untos, la bolsita con alcanfor colgada en el cuello, ni los “baños de pies”, los vapores con menta, eucalipto y ruda penetrando los pulmones, la ropa, los tuétanos, dejando al enfermo como si nada se hubiese hecho, ni la untura blanca con su olor característico y penetrante, ni las purgas, ni el horrible aceite de castor o de bacalao que solo producía arcadas capaces de dar vuelta al revés al pobre enfermo. Cuando las fricciones, los hisopos, los té de yuyos, la medida del empacho, las gárgaras ruidosas eran sólo cosas…entonces sonaba la decisión… ¡a lo del médico! Él, sólo con su intuición, su saber, con su instinto, sin sulfas, ni penicilina, sin vacunas, ayudado por la Providencia de Dios, realizaba curas sorprendentes. A los exiguos recursos con que contaban los médicos, unían su ternura paternal, su mirada profundamente humana y su mano generosa impuesta siempre, sobre la cabeza del paciente, como transmitiéndole confianza, fuerza, fe. Por lo general recetaban medicamentos que puntualmente preparaba el boticario: tomas, jarabes, comprimidos… hechos especialmente para cada uno. Los médicos se hacían entender con afecto y cordialidad. —Esto te va hacer bien, un buen caldo de gallina te mejorará, andá y hacele caso a tu madre. -Una palmada cerraba la entrevista. El doctor Brage desempeñaba, además, un cargo importante en Hasenkamp, casi místico en aquel lugar y en aquel tiempo. Recuerdo nítidamente… Era un frío y gris-rojizo atardecer de invierno… El sol ya oculto teñía de todos los tonos rojizos, las nubes que como plumas adornaban el horizonte del lado del poniente. Todo estaba en calma. Un paisano pasó frente a la casa de la abuela. Montaba un pingo negro bien empilchado y llevaba de tiro un bayo enorme, ensillado también. Me pareció el personaje de un cuento, que entraba sigiloso rumbo al centro del poblado. Me quedé mirando el desplazamiento del jinete con dos caballos. La noche caía fría, negra, húmeda… El sonar de los cascos de caballos, sobre las huellas duras y brillantes del camino, en un rítmico trote, llamó la atención de todos los de la casa. El jinete que había entrado al pueblo, venía saliendo, ahora acompañado. Un hombre encapotado montaba el bayo. —Ese es Brage, -dijo alguien. —Y, es médico de policía… —Algún parto difícil, o talvez una pelea en el monte… algún muerto. —Vaya uno a saber.  El grupo se alejó al trote. La noche se los tragó con su misterio de sombras y de incógnitas.  Los médicos de los pueblos eran sensibles, queridos y respetados, entregados por entero a aliviar a la gente que, agradecida, les solía pagar también con una gallina, alguna liebre, queso, huevos, fidelidad y amor.   A estos hombres de bien, de quienes alguna vez dependió mi vida, mi reconocimiento y mi gratitud. Yo también supe de su ciencia, de su afecto.   No los olvido doctores José Brage Villar y Julio Haedo. Texto de Amalia Celia Troncoso de Scatena “Evocaciones de una maestra entrerriana”, pag. 43 – 45, Edit. de Entre Ríos, Paraná, 2003.

Familia Cángeri

  Los Cángeri pisaron suelo argentino el 26 de enero de 1906, viajaron en el barco “Ré Humberto”, Francisco Cángeri y su esposa, Francisca Paula Ricobene, eran originarios de Asoro, Sicilia. Con ellos venía su hijo Luciano que tenía 19 años, junto con sus hermanos Carmelo y Juana.   Luciano Cángeri nació en Asoro el 6 de noviembre de 1886, había llegado a Viale en 1912 y en 1933 se instaló en Hasenkamp, donde falleció el 21 de junio de 1984 a los 97 años.   Su primera esposa se llamó Rosario Barbera, con la que tuvo cinco hijos, Francisco (Chicho), Francisca (Chicha), Concepción, José y Angela. Su esposa falleció a los 26 años.   Su segunda esposa se llamo Rosario Inveninato, con la que se casó en Viale, tuvo cinco hijos, María, Carmela, Antonio, Rosario (Susana) y Vicente (Tito). Rosario falleció a los 41 años.    Su tercera esposa se llamó Felipa Monzón, fallecida a los 53 años, tuvo dos hijos, Beatriz y Julio. Hijos: Francisco (Chicho) Cángeri se casó con Concepción Tricárique, hijos: Luciano Carmelo, Víctor Héctor e Inés. Francisca Cángeri se casó con Santos Salamone, hijos: Carmelo (fallecido a los dos años), María, Carmelo (Melo), Luciano (Lucio) y Miguel Ángel (Nene). Concepción Cángeri se casó con Antonio Zapata, hijos: Carlos, Luis, Hugo y Ana María. José Cángeri se casó con Margarita Salamone, hijos: Luciano José (Gordo), Elena e Inés. Angela Cángeri se casó con Nicolás Castro, hijos: Rosario (Susi), Salvador (Cacho), y Valentina (Titina). María Cángeri se casó con Ángel Tricárique, hijos: Víctor Julián, Luciano Armando, Luís Alberto, Juan Ángel y Alejandra Noemí. Carmela Cángeri se casó con Antonio Bergna (Tono), hijos: María del Carmen y José Antonio. Antonio Cángeri se casó con Emilce Darós, hijos Rosario, Fernando, Mariela y Carina. Rosario (Susana) Cángeri se casó con Ángel Giunta, hijos: Hugo Manuel (falleció a los tres meses), Claudio (falleció a los ocho meses) y Cristian. Vicente Cángeri (Tito) se casó con Olga Lovera, hijos: Diana (Mili), Sergio y Marlene. Beatriz Cángeri (Betti) se casó con Ricardo Salvador, hijos: Julián, Adrián, Maximiliano y Norberto. Julio Cángeri (Topo) se casó con Bebi Picotti, hijos: Diego, Damián y Dante.      Luciano Carmelo, casado con Nora Vanni, hijos Claudio, Alejandro, Néstor y Luciana.      Víctor Héctor, casado con Isolina Monzón, hijos Ademar, Hugo, María Concepción y María Florencia.      Inés y Rubén Castellani, hijos María José, Juan Ignacio y Pablo. TRICÁRIQUE, Víctor Julián; “ Mis recuerdos…Y algo más”, Imprenta Italia, Paraná, 2008 pp. 22 – 27.

El Mástil

Don Eduardo Hasenkamp se presentó el 24 de agosto de 1906 con los planos delineados de la futura villa, firmado por el Perito Carlos Wybert ante el Superior Gobierno de la Provincia solicitando la aprobación, la cual se otorga el 19 de octubre de ese mismo año. En ese mismo acto y de acuerdo a las normas legales, el Sr. Eduardo Hasenkamp ofrecía el terreno necesario para el trazado de las calles, bulevares, la manzana 21 para edificios fiscales y una manzana sin número, entre la 20 y la 21, destinada a la Plaza Pública. El 6 de setiembre de 1912, estando en el gobierno el Dr. Prócoro Crespo, se firma la escritura de los terrenos públicos ante el Escribano Público Cleofé Cardoso. (1) Los años transcurrieron y la manzana destinada a Plaza Pública se transformó en la cancha de fútbol del Club Atlético Hasenkamp, este club había surgido de la fusión del Hasenkamp Football Club y el Club Argentino. Con la llegada en 1933 de un personaje oriundo de Villaguay, Oscar María “Cacho» o «el Rengo” Ferro, apodo dado por una discapacidad de nacimiento, el club tiene un gran auge. Ferro, transformado en dirigente y entrenador, conformó el plantel que obtendría los campeonatos de 1933, 1934 y 1935. La cancha contaba con tejido perimetral, de donde fue desplazada cuando una comisión de vecinos construyó el mástil. (2) En 1944 una comisión de vecinos, cuyos nombres no han perdurado en el tiempo, gestó la recuperación de la manzana para Plaza Pública, para lo cual organizó la construcción de un mástil en el centro de la misma.  Los planos fueron diseñados por el Maestro Mayor de Obras Juan Ferreyra, de Paraná, los cuales se conservan en el Museo “24 de Agosto”. La ejecución de la obra estuvo a cargo de Don Ignacio Ruiz Moreno. (3) Ignacio era hijo de Miguel Ruiz Moreno y de Juana Moreno Crespo, Miguel, español de nacimiento, había llegado a la villa como jefe de cuadrilla de la empresa The Entre Rios Raylways C° Ltd. encargada de la construcción del ramal del ferrocarril Crespo-Hasenkamp, se había casado con Emiliana Godoy. (1) SALAMONE, Juan C. «Historia de Hasenkamp«, Imprenta Italia, Paraná, pp.55-56. (2) CÁNGERI, Marcelo D., «Club Atlético Hasenkamp, en el corazón del pueblo. 90 años de pasión. 1927-25 de Mayo-2017«, Imprenta Oficial de la Prov. de E. Ríos, Paraná, pp. 7. (3) SALAMONE, Juan C. «Historia de Hasenkamp«, op. Cit. pp. 173. # La imagen del inicio pertenece a Foto Luz El Khazen. La Guía de Hasenkamp

La Capilla

Con la llegada del ferrocarril, Eduardo Hasenkamp presenta al gobierno de la Provincia el plano con la demarcación de la futura villa, según la ley provincial del 8 de marzo de 1875, la cual establecía: “Cuando la colonización se haga en terrenos de propiedad particular, el empresario reservará una manzana para edificios fiscales, en el punto que el ejecutivo determine, al tiempo de la delineación”, siguiendo esta normativa, los fundadores destinaron la manzana N° 21, pero además agregaron una manzana sin número para plaza pública, una hectárea para cementerio a unos 1.5000 metros de la población y por decisión propia, donaron a favor del consejo de Educación de la Provincia la manzana N° 15  y para el Arzobispado el lote “d” de la manzana N° 16. Ambos terrenos para la Escuela y la Iglesia fueron escriturados en 1913 ante el Escribano Exequiel Balbarrey. (1) Los Hermanos Hasenkamp, fundadores de nuestro pueblo, eran de religión protestante, pero eran conscientes que la mayoría de la población era de religión católica, por lo cual dejan establecido un lote para la construcción de una futura capilla. Recién en 1918 se tienen noticias de la llegada de un sacerdote a la villa proveniente de Seguí. El sacerdote se llamaba Juan Weiner y venía a caballo, recorriendo los pueblos de Viale, Tabossí, María Grande y en cada lugar se quedaba alrededor de quince días, preparando a la gente para bautismos, casamientos, Primera Comunión y llegaba hasta Hasenkamp, donde se quedaba más tiempo. En nuestra localidad la Misa se celebraba en la Escuela N° 71, que en aquella época funcionaba en un caserón de pared de ladrillos sin revocar y techo de paja en las actuales calles Sarmiento y Diagonal Libertad, que pertenecía a don Ernesto Luchessi. El sacerdote se alojaba en una casona enfrente de la escuela perteneciente a la Familia Gerbotto, su esposa se llamaba Pía Francisconi, realizaba dos visitas al año. En 1902 se había creado la Capellanía de Pueblo Gobernador Racedo (actual Cerrito), dependiendo de la Parroquia San Miguel de Paraná y en 1904 se establecieron sus límites, al norte con el departamento La Paz, al este los distritos María Grande 1ro. y María Grande 2do. Hasta el departamento Villaguay y al sur el límite norte de Villa Urquiza. En 1909 se hace cargo de la Capellanía el sacerdote polaco Estanislao Typeck. En 1910 se creó la Parroquia Nuestra Señora de las Mercedes, separándose de la Parroquia San Miguel, nombrándose como cura y vicario al Pbro. Estanislao Typeck, quién había sido capellán desde el año anterior, manteniendo los mismos límites que tenía la Capellanía. El Padre Typeck comenzó a atender a los fieles de la Villa, venía desde Cerrito en sulky, una vez al mes cuando las lluvias lo permitían. El padre Typeck tuvo una larga trayectoria en Pueblo Gobernador Racedo (Cerrito), fue amigo de todos y por su ministerio a todos les tendió la mano. Fue un sacerdote muy querido. (2) En 1922, el Pbro. Typeck fue reemplazado por el Pbro. Enrique Moeller de la Congregación del Verbo Divino, quién continuó con las visitas a Hasenkamp, en 1924 es reemplazado por el Pbro. Jorge Schoenfeld, pero en el mismo decreto de nombramiento se encargó al Padre Moeller la atención espiritual de las estaciones Hasenkamp, Alcaraz y los distritos Alcaraz 2do. y María Grande 2do hasta los límites con Villaguay. Para 1926 paso a depender nuevamente de Seguí, dado que los sacerdotes que atendían la zona pertenecían al Verbo Divino, cuya sede central estaba en Esperanza, provincia de Santa Fe. En el año 1928 se construye en Hasenkamp la primera capilla en el terreno donado por los fundadores, era un pequeño salón de 10 metros de largo por 5 metros de ancho, paredes de ladrillos revocados y techo de zinc a dos aguas, al frente tenía dos columnas sostenían la campana. La capillita poseía un altar de madera y las imágenes de la Virgen María y San José a ambos lados, en el centro una hilera reducida de bancos. (3) En 1929 surge la primera vocación sacerdotal, José Salman Caviggioli, hijo de una familia que poseía una panadería en las actuales calles 25 de mayo y Diagonal Libertad. Este sacerdote falleció en Jujuy, donde descansan sus restos. Desde María Grande, el Pbro. Francisco Riedel, hombre serio y poco comunicativo, llegaba los sábados y domingos, alojándose en el Hotel Jacob, luego Froschaur. (actual Av. San Martín). Con motivo de la creación de la Parroquia de María Grande en 1.931, nuevamente se modificaron los límites parroquiales, Hasenkamp pasara a depender de la Parroquia de María Grande.  Con el tiempo se construye junto a la capilla una pequeña habitación para que el Cura se estableciera las horas que permanecía en la villa. Al Padre Riedel lo reemplaza el Padre Vicente Keiner, hombre incansable, con grandes ideas y plena confianza en Dios, proveniente de una familia religiosa con tres sacerdotes y dos monjas. Consigue de la Santa Sede permiso para construir una Iglesia más grande que reemplace a la pequeña capilla.(4) Para 1950 se formó una comisión denominada Pro-templo, solicitando al arzobispo la correspondiente autorización para la construcción de un templo de mayores dimensiones, con la idea de que en el futuro fuera declarada “Parroquia”. Cuando se comenzó con la obra, se demolió parte de la capilla, dejándose la parte del fondo, adosada a la cual se construyó una pequeñísima capilla de emergencia, usándose el edificio de la Escuela N° 71 para los días de grandes convocatorias. SALAMONE, Juan C., “Historia de Hasenkamp”, Imprenta Italia, Paraná, 1996, pp.56.  TRONCOSO de Furlán, Rosa C.; “Cerrito. Su colonia y sus pueblos”, Selplast, Paraná, 1997, pp. 80. RUIZ MORENO de Ziegler, Juana; “Memorias de Lili”. “La Iglesia”, Museo “24 de Agosto”, Hasenkamp COLLAUD de Rojas, Teresa, “Historia de la Parroquia San José”, Museo “24 de Agosto”, Hasenkamp.

La Familia Repetto

  A la salida del pueblo por la calle que lleva a la Colonia Oficial N° 4 o sea el camino que transitamos para ir a la Escuela Agrotécnica estaba la casa del señor Repetto.    La casa era un edificio muy amplio de cinc y madera rodeado de una frondosa arboleda que le daba un hermoso aspecto.   El matrimonio Repetto tenía varios hijos.    Magdalena se casó con Juan Roston, dueño de un importante negocio, junto a su hermano Pedro. Ella murió hace algunos años ya centenaria y fue cuidada en sus últimos años por su sobrina política Emma Roston de Esmedi y sus hijas.   Otra de las hijas, Margarita, formó su hogar con Juan Andretich, quién en un confuso episodio mató al comisario Domingo Mendoza. Este hecho impactó mucho a nuestro pueblo.   Otra de las hijas, María, casada con Enrique Capurro, uno de los comerciantes más antiguos de la localidad, vivía en una moderna y cómoda casa para la época con agua corriente que proveía un molino. Esta casa aún existe en calle Ramírez y 25 de mayo. Adela y Clelia, hijas de ese matrimonio residían en Paraná.   Otros hijos de la familia Repetto fueron Sixto, Ernesto, Tito, Mercedes y Luis que hace unos años falleció según información de su sobrina Inés.   La imagen de la hermosa arboleda, el erguido molino, la amplia entrada a la casa que siempre me pareció luminosa en los días de sol por ser de cinc han quedado grabadas firmemente en mi memoria como un grato recuerdo de mi infancia.   Hace unos días tuve la alegría de encontrarme en el Museo con Inés, una nieta de Sixto y con ella estaba una de sus hijas, ésta me manifestó que deseaba radicarse en Hasenkamp por ser éste un pueblo muy tranquilo y la cuna de sus ascendientes.   Gracias niña por no haberte encandilado las luces de la ciudad. Te esperamos con cariño. Texto de Lilí   (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler) Sixto Repetto casado con Irinea Pérez, falleció el 10 de septiembre de 1935.Fue uno de los primeros pobladores de Hasenkamp.

Monseñor Herminio Bidal

Estas fueron expresiones del siervo de Dios, del sacerdote que, a la madurez de su vida, unió la sabiduría, el talento, y un tremendo amor al pueblo.    Y ese hombre, que amaba tanto a niños, jóvenes y ancianos por igual, encontró en la gente de este pueblo, también amor, también afecto sincero y limpio, como él lo brindó siempre, y ese eco a su alma generosa y ese recibir de lo que el tanto sabía dar, lo ató para siempre a los de este pueblo.   Cinco años en que el árbol de su vida cobijó a todos los que a él llegaron y les entregó sus mejores frutos, pero quiso Dios que el otoño entrado quitara la tremenda fuerza que movía su gigantesco espíritu y junto con las hojas que van cayendo, muriera el árbol que tantos frutos diera.   Y el otoño y marzo, el mes de las rosas, se lo llevó, junto al llanto de esos niños que él tanto amó y al que tanto ellos amaron.   Y Monseñor Bidal se quedó para siempre en Hasenkamp, con su cuerpo y su espíritu, porque las ataduras del amor no se cortan jamás, y la presencia de los grandes, como él lo fue, estará en el templo, en el silencio de los fieles, que seguirán sus sabias palabras, entre las plantas de su parroquia, en los ojos de los niños que guardaran la imagen del Padre amado, y allí cerca en la tumba donde sus restos permanecerán para siempre, con la permanente visita de los que tanto lo quisieron y las flores frescas que nunca le faltarán.    Hasta siempre Padre Bidal… BOLETÍN MUNICIPAL – Marzo de 1979

Los Hasenkamp según Lilí

Los hermanos Hasenkamp fueron hombres visionarios, de un enorme coraje, austeros, sencillos y de una profunda fe religiosa con lectura diaria de la Biblia, pues uno de sus ascendientes había sido el traductor de la misma al idioma alemán siendo pastor de la corte de su país. Don Eduardo se ocupaba de la parte administrativa. Día por medio llegaba al pueblo recién trazado y habitado por muy pocas personas. Entre estos primeros habitantes estaban Fermín Godoy y Felipa Kramer (mis abuelos maternos), dueños de un pequeño hospedaje y carnicería. Hasta allí traía, Don Eduardo, su caballo de tiro donde los hijos de Don Fermín se ocupaban de desensillar, bañar y darle de comer. Luego de conversar con el dueño de casa y tomar unos mates que cebaba la hija del dueño, llamada Emiliana (mi madre), salía a recorrer el pueblo con la documentación para hacer los contratos que luego se convertirían en escrituras y a los pobladores en flamantes propietarios. Por su parte, Don Federico se ocupaba de la ganadería, la agricultura y las demás tareas del establecimiento, además de la fabricación de muebles, utensilios y herramientas. Muchas de estas se pueden observar en el museo 24 de Agosto. La bondad de los fundadores llegaba a todas las personas que se acercaban a las puertas de su establecimiento. Nadie se iba con las manos vacías y sin haber antes comido y bebido. Según cuentan los nietos de las personas que pasaban llevando tropas, ellos les daban albergue a los arrieros dejando que el ganado pastara en los potreros. Mientras los arrieros descansaban y reponían sus fuerzas, en los altillos del establecimiento se apostaban a dos empleados como vigías para evitar el robo de los animales de mano de los cuatreros y fugitivos que en esa época abundaban. Los días domingo, muchas personas del pueblo atravesaban el campo caminando y llegaban hasta Los Naranjos a pasar el día. Allí eran recibidas por doña Catalina Talegas, esposa de Don Eduardo, persona enérgica, pero muy amable, y por doña Gertrudis, esposa de Federico, más joven y dedicada al trabajo de la casa y a la crianza de sus hijos. Al regresar, las visitas siempre se llevaban algunas de las famosas frutas que se cosechaban en la pequeña isla del tajamar de la quinta o frascos de exquisitos dulces que se mantenían depositados en el gran sótano. A fin de año podían ser las masitas de Navidad o las de jugo de higo y miel que aún su nieta Gertrudis continúa haciendo y sus tataranietos siguen degustando. Los hermanos Hasenkamp fueron muy unidos y pasaron su vejez en paz y armonía. Al fallecer Catalina Talegas, esposa de Don Eduardo, quien no tuvo descendientes y luego Don Federico, llegó desde Alemania su sobrina Joana Hasenkamp para atender a Don Eduardo y permaneció junto a él hasta su muerte. Luego de su fallecimiento quedaron en el establecimiento Gertrudis Hillmers, viuda de Federico y sus hijos Catalina, casada con Ziegler, y el Dr. Germán. Los Hasenkamp y sus descendientes fueron muy justos con las personas que prestaron sus servicios como peones o como personal doméstico. Todos ellos, al retirarse, tenían sus terrenos y su jubilación. Los primeros empleados de campo jubilados en toda esta zona fueron los que trabajaron en Los Naranjos, pues Germán Hasenkamp y su nieto Eduardo Ziegler hicieron los aportes requeridos para que ellos obtuvieran su merecida jubilación. Entre estos primeros jubilados estaban Leónidas Ayala o Bogado (capataz Ángel Pesoa, padre adoptivo de Cholita), Andrés Monzón, Francisco Gómez y Carmelo Iglesias. Este último fue un querido peón de patio, muy trabajador y de una fidelidad a toda prueba; fidelidad y afecto que continuó después de jubilado en los descendientes, nietos y bisnietos. También merece un recuerdo especial Luisa Grandolio de Gómez, criada por los Hasenkamp y que se desempeñara durante muchos años como cocinera de los peones. Además de haber crecido en el establecimiento, crió allí a su numerosa descendencia. El afecto que sentía hacia los fundadores se prolongó también a los nietos de ellos. Eduardo, a quien Doña Luisa le guardaba un pedazo de puchero cocinado al mediodía y que él comía como si fuese un manjar, hasta ahora la recuerda con mucho cariño. Aún viven en el pueblo algunas de sus hijas, Pichona y Olga, sus nietas Tatá, Dora y Marta y numerosos bisnietos y tataranietos.   La Navidad El 24 de diciembre se cenaba a la hora habitual. Más tarde se leían pasajes de la Biblia referente a la fecha, se cantaban canciones religiosas haciendo rondas alrededor del árbol de Navidad donde estaban los obsequios, se brindaba y se comían golosinas y pan dulce. Además de los dueños de casa, participaban de la fiesta los empleados y los vecinos, como el matrimonio Landra con sus hijos Jorge, Laura, Atilio y Alicia, hoy señora de Iriondo, la más pequeña y también la regalona del Dr. Germán. La Pascua Se hacían lecturas religiosas por el jefe de familia. Se compraban huevos de Pascua, liebres y confites de chocolate en forma abundante. Estas golosinas se distribuían muy temprano para que los niños no las vieran por todo el establecimiento, entre los árboles, plantas, planteras, enredaderas, quintas y jardines. A una hora indicada por los dueños los numerosos invitados buscaban con entusiasmo incentivados por los mayores. Pero con la consigna era de no comerlos sino depositarlos en los recipientes distribuidos en las galerías. Una vez que estaban llenos y terminaba la búsqueda se repartían equitativamente entre los numerosos niños. Esa práctica era una muestra de equidad, pues las golosinas eran para todos y no se privilegiaba a los dueños de casa ni a los más hábiles para encontrarlos. Texto de Lilí   (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

Hasenkamp, los fundadores y sus generaciones

Carl Wilhem Eduard Hasenkamp nació el 23 abril de 1846 en el entonces municipio de Lehe en la Baja Sajonia, que actualmente forma parte de la ciudad alemana de Bremerhaven. Falleció en la estancia “Los Naranjos” el 2 noviembre de 1929. Johann Gerhard Friedrich Hasenkamp, nació el 30 agosto de 1854 y falleció en “Los Naranjos” el 26 de mayo de 1927. Catalina Taligas, de origen alemán nacida en Timisoara, por entonces ciudad húngara, se casó el 18 de febrero de 1880 con Eduardo Hasenkamp. No tuvieron hijos y Catalina falleció en “Los Naranjos” la Navidad de 1920. Federico Hasenkamp se casó en marzo de 1890 con Gertrudis Hilmer, originaria de la ciudad de Geestemünde, con quien tuvo cinco hijos. Su primer hijo, Eduardo Cristian murió al nacer el 27 de noviembre de 1890. En el centro, Catalina Elisa. De pie, a la derecha, Germán Juan y el menor sentado, Eduardo Pablo. Germán Juan Hasenkamp nació en la estancia “Los Naranjos” el 9 de febrero de 1896 y falleció allí el 11 de mayo de 1957. Lidia Colomer había nacido el 1 de abril de 1908 en General Sarmiento, provincia de Buenos Aires y se casó con Germán Hasenkamp el 2 de febrero de 1928. Adoptaron como hija a Beatriz Esther Hasenkamp. Eduardo Pablo Hasenkamp nació el 21 de enero de 1898 en la estancia “Los Naranjos”. Participó como voluntario en la Primera Guerra de 1914 y murió en la batalla de Verdum el 26 de septiembre de 1918. Catalina Elisa Hasenkamp nació en “Los Naranjos” el 3 de mayo de 1892. Se casó con Mauricio Ziegler con quien tuvo cuatro hijos. Falleció en la estancia el 31 de diciembre de 1982. Mauricio Ziegler, joven alemán dedicado a la perforación de pozos, la instalación de molinos y tanques de agua se casa con Catalina Elisa, la hija de Federico Hasenkamp y doña Gertrudis Hillmer en 1922. En el centro, Catalina Elisa Hasenkamp, rodeada de sus hijos con Mauricio Ziegler. Sentada a la izquierda, Gertrudis Elisa, a la derecha Ana María. De pie a la izquierda Eduardo Enrique y a la derecha, Federico Germán. Eduardo Enrique Ziegler  nació el 6 de junio de 1923 y se casó con Juana Evangelista Ruiz Moreno con quien tuvo tres hijos: Ana María, Eduardo Germán, Liliana Graciela

Familia Tricárique

Comienzo esta especie de árbol genealógico con mis bisabuelos paternos, con datos aportados por mis viejos y algunos tíos que recuerdan cosas escuchadas por los mismos protagonistas.   Ingresaron al país el 25 de noviembre de 1905 en el barco Ciudad de Génova. Datos de Alberto Salamone (el Ñato). Bisabuelos Paternos   Miguel Tricárique y María Tricárique, según fuentes familiares no tenían parentesco. Miguel no sabía leer ni escribir, pero en las fiestas familiares improvisaba versos sobre cualquier tema que le pidieran. Vino solo, su esposa había fallecido en Sciraró (Sicilia).   Ángel Giunta y Raquel Fassio, se repite la historia, Raquel murió en Leonforte.  Abuelos Paternos   Víctor Tricárique nacido en Sciraró (Sicilia) el 2 de febrero de 1879 y Josefa Giunta, nacida en Leonforte, contrajeron matrimonio en Buenos aires. Llegaron a Viale en 1912 y se radicaron en Hasenkamp en 1933. Sesenta y cuatro años de casados.   Ambos fallecieron en Hasenkamp en 1973. Él 94 y ella 83. Los hermanos de Víctor fueron José, Anunciada, Concepción, Gracia y María. De acuerdo a comentarios recogidos del abuelo las tres últimas quedaron en Sicilia. Hermanos de Josefa: Salvador y Luis. Hijos de Víctor Tricárique y Josefa Giunta José Tricárique casado con Angélica Kalher, hijos: Graciela, Oscar y Norma. Carmela Tricárique casada con Pablo Virzi, hijos Isabel y Mirta. Ángel Tricárique casado con María Cángeri, hijos: Víctor Julían, Luciano Armando, Luis Alberto, Juan Ángel (fallecido a los 25 años) y Alejandra Noemí. Miguel Tricárique y Raquel Giunta, hijos: Víctor Juan y Haydée (Nena). Carlos Tricárique (Turi) casado con Miriam Cotti, hijos: Iris, Griselda y Miriam (nació sin vida). Raquel Tricárique falleció a los siete años. Mariana Tricárique casada con Vicente Fasciano, hijos: Juana, Julio, Mirta, Rubén y Estela Maris. María Tricárique casada con Juan González, hijos: Juana, Josefa, Roberto, Víctor, Delia y José. Raquel Tricárique casada con Abilio Cantondeback, hijos: Gladis (Pelusa) y Carlos. Concepción Tricárique casada con Francisco Cángeri, hijos: Luciano Carmelo, Víctor Héctor e Inés. Permanecieron en Hasenkamp: -José Tricárique y Angélica Kalher Graciela casada con Miguel Lescano, hijos: Exequiel, Elbio y Antonella. Oscar casado con Olga Grandoli, hijos: Renata, Gilda, Luciano y Brian. Norma casada con Miguel Roble, hijos: Sofía, juan, Celeste y Julián. -Ángel Tricárique y María Cángeri Víctor Julián casado con Amelia Nélida Palacios, hijos: Judit Nélida del Carmen, Miriam María Rosa, Lorena Itatí y Juan Ángel, radicados en Paraná, salvo Judit casada con José Carlos Pérez Elena, hijos: Nicolás, Ayelén y Tomás. Luciano Armando (Lucho) casado con Elsa Dittler, hijos: Danilo (casado con Bibiana Minetti radicado en Paraná), Nelson, Aldo (casado radicado en Concordia) y Leandro. Luis Alberto (Luiye) casado con Yolanda Lovera, hijos: Sonia (casada con Elbio Pérez, radicada en Viale), Edgard casado con Soledad Landra, Evangelina casada con Sergio Muller y Natalia casada con Tito Monzón. -Miguel Tricárique y Raquel Giunta Víctor Juan (Carpeta) casado con Nelia Cantondeback, hijos: Juan José (Cachito) y Edgardo. -Haydée (Nena) casada con Luis Estebenet, hijos Bibiana y José Luis. -Carlos Tricárique y Miriam Cotti Iris casada con José Luis Isaac radicada en Paraná.  Griselda (Peta) casada con Luis Alberto Chiecher (Negro), hijos Romina y José. -Raquel Tricárique y Abilio Cantondeback. Gladis casada con Adrián López radicada en Paraná Carlos casado con Elsa Monzón, hijos: Matías y Melisa. -Concepción Tricárique y Francisco Cángeri Luciano Carmelo casado con Nora Vanni, hijos Claudio, Alejandro, Néstor y Luciana. Víctor Héctor casado con Isolina Monzón, hijos: Ademar, Hugo, María Concepción y María Florencia. Inés y Rubén Castellani, hijos: María José, Juan Ignacio y Pablo. Texto de Víctor Julián Tricárique «Mis recuerdos…y algo más»

La Cosecha

  El transcurso del año, con sus cambios, tenía una serie de implicancias en el ambiente, que juegan un papel preponderante en la actividad del campesino.   Junio cubría de luto los campos con los cordones tendidos por los arados que bordaban arabescos sobre la superficie hosca de la tierra.   Agosto manchaba con verde, al reventar las semillas su maternidad.   Setiembre y octubre amalgamaban distintos tonos de verdes con el azul de los linares.   Noviembre teñía de amarillo los trigales, de cobre los linares, a los que la brisa con sus caricias los hamacaba, mientras el sol destellaba su luz apurando la sazón.   Para ésta última época la casa se llenaba de movimientos, de sonido de martillos sobre los hierros y el yunque. Ello delataba el quehacer de la preparación para la cosecha.   ¡Cosecha!  ¡Esperanza! Cuajar de ilusiones arrulladas por escarcha y trabajo, relumbrare de vertederas, chirridos de ruedas, resoplido de baguales en las madrugadas frías del invierno. Lluvias que hincharon el vientre de las semillas y alzaron las varas esperanzadas para arrullar el grano.   ¡Bendito momento! Manos callosas que, con coraje, fe y optimismo, se tendían en busca de la bien merecida recompensa.   Comenzaban a sonar el acompasado tac, tac, tac, de las cortadoras, las que, recogiendo las gráciles plantas, les estrechaban la cintura en un atado.   La horquilla alzaba al carro la promesa amarilla que en las parvas esperarían el momento de entregar el grano que volverá a la masa en la hogaza blanca del pan.   Fui testigo y actor de estas inquietudes, de las esperas llenas de esperanza y decepciones.   Los más lejanos recuerdos sobre la cosecha se remontan a la época en que había que orquestar una serie de tareas, cuando la máquina se movía con motor a vapor y necesitaba colero.   Demandaba hasta tres meses el proceso.   Todo comenzaba cuando la cortadora abría la primera faja en el seno del sembrado. Luego había que engavillar, emparvar, esperar la trilladora que llegase en su itinerario. Era un prolongado lapso que acumulaba tensiones y mucho dependía del comportamiento de la naturaleza.   Cuando el astro rey rompía las tinieblas, se comenzaba la tarea, que se prolongaba hasta que el día comenzara a cerrar los ojos. Sólo se suspendía para el frugal desayuno, el almuerzo y el reconfortante y tradicional mate cocido.   Llegaba el momento, que allá en la cresta de la loma, aparecía un penacho de humo negro. Era el motor a vapor que jadeante trataba de remontarla trayendo a remolque, abrazada a su cintura, la colorada trilladora, la casilla, la chata y al final zigzagueando, el barrilito de agua, que servía de abrevadero a los hombres. A su alrededor, quince o veinte personas a su servicio.   La llegada a una chacra era todo un acontecimiento. A la vera de una parva se alineaba la máquina y motor. La larga correa comenzaba a galopar arrancando un bramido del cilindro.   Un chorro de paja empezaba a describir una curva con pretensiones de circunferencia y que al final iba surgiendo un montón.   Del vientre de aquella matrona colorada, la máquina, cuadrada, llena de movimientos, empezaba a manar el grano.   La balanza volcaba en cifras la espera y realidad de un sueño.   Rostros alegres o sombríos, según estuvieran o no cumplidas las expectativas.   El acarreo a los galpones de la casa, desde donde tendrían su destino final aquellas bolsas.   El motor a vapor cedió el paso al tractor que se alimentaba con un derivado del petróleo, más ágil, menos complicado en su uso.   Hoy las técnicas han reunido: cortadora, tractor, trilladora, y hasta acarreo, en un solo mueble, abreviando así tiempo y ahorrando paciencia.   Yo tuve todas estas vivencias. Fui niño campesino. Mamé estas expectativas. Sentí en carnes propias los placeres y angustias.   Estos recuerdos van hacia los primeros años de mi vida. Allá en la Colonia “Centenario” (Viale), en la lomada donde vine a la vida, existía un gran galpón de zinc donde dormitaba de enero a noviembre la trilladora “Avance Rumelly”, de color rojo. A su lado el motor a vapor “Clayton”.   El inicio de la cosecha era fiesta para mí. Al empezar a bufar al motor me prendía del cable y lo hacía lanzar un silbido.   Luego vino el tractor “Allis Chalemers”, verde. Hasta aquí era el placer de andar, luego la vida me enfrentó a la responsabilidad de ser engrasador, junto a mi padre.   ¡Qué lindo que son todos estos recuerdos! Texto de Juan Carmelo SALAMONE «Pataludo y otros recuerdos»

Las Placas de la Plaza

 En el año 1966, durante los trabajos de investigación sobre la Historia de Hasenkamp, Don Juan Carmelo Salamone, establece junto al Intendente Don Hugo Ruiz Moreno tomar la fecha del 24 de Agosto de 1906 como fecha de fundación de la villa y ese año, al cumplirse los 60 años de la fundación, deciden organizar la celebración del aniversario.   Los festejos se realizaron desde el 20 hasta el 24 de Agosto, contando con una Muestra Ganadera, Industrial, Comercial y de Granja, durante el día, una velada artística por la noche, una fiesta infantil con payasos y magos en los galpones de Villacampa, la presentación del folleto “Historia de Hasenkamp” de J. C. Salamone y el acto central en la plaza San Martín el día 24.   Todo comenzó a partir de las 8.30 con la presentación de la Banda de Música de la Segunda Brigada Aérea con asiento en Paraná. A las 9.15 se presentaron las autoridades provinciales en representación del Gobernador, el Subsecretario de Gobierno Mayor Enrique Michelini y los Subsecretarios de Justicia y Salud Pública, doctores Jaureguiberry y Luis Macchi, los cuales fueron recibidos por las autoridades locales y miembros de la Comisión de festejos.   Las autoridades provinciales y locales junto al Sr. Eduardo Ziegler izaron la bandera acompañados por la banda y el respetuoso silencio del público. Sonaron los acordes del Himno Nacional y a continuación el padre Baqué ofició una misa de campaña.   A continuación, se procedió al descubrimiento de placas recordatorias. La Señoras María Nilda Varini de Cián y María Cristina Hernández de Aquino, lo hicieron en nombre del pueblo: “A Eduardo y Federico Hasenkamp Homenaje del pueblo en el 60 ° Aniversario de la fundación De la Villa. 24 de Agosto de 1966”.     El Sr. Victorio Portillo, lo hizo por los residentes en Buenos Aires. “Los residentes de Hasenkamp en Buenos Aires: En el 60° Aniversario de su Pueblo. 1906 – 24 – 8 – 1966”. El Sr.  Vicente Invenenatto por los residentes de la ciudad de La Plata: “Homenaje de los Hasenkampenses Residentes en la ciudad de la Plata. 1906 – 24 – 8 – 1966”.  La Señorita María Luisa Mangioni en nombre del Instituto Secundario Comercial Mariano Moreno: “El Personal Directivo y Cuerpo Docente Del Instituto Secundario Comercial “M. Moreno”                            A           VILLA HASENKAMP  En el sexagésimo aniversario de su fundación. 1906 – 24 de Agosto – 1966”. También se descubrieron dos placas más: “1906 – 24 Agosto – 1966 Homenaje a Villa Hasenkamp De residentes en Paraná A su pueblo en el sexagésimo Aniversario de su fundación”. “A Villa Hasenkamp Homenaje del Club Dinamo Platense en su Aniversario. 1906 – 24 – 8 – 1966”.

Doña Isabel, partera

Aunque había nacido un par de décadas después de la ley de creación de Hernandarias, un 26 de febrero de 1896 en la familia de Emilio Albornoz y Adela Holman, su destino sería el de atestiguar el crecimiento de otra Villa y acompañar el nacimiento de buena parte de sus habitantes de aquellos primeros años. Según sus propios cálculos, habría asistido a unos mil quinientos nacimientos en sus muchos años como partera del pueblo desde un tiempo en que no había hospital, ni sanatorio o cualquier tipo de sala de internación y los partos se hacían en los mismos domicilios. La urgencia y la necesidad de que alguien debía hacerlo la llevaron a ser partera y la experiencia de la práctica le trajo los saberes del oficio. Sin importar la hora ni la distancia, su servicio estaba siempre disponible no solo para los residentes de la Villa, también para toda la zona rural circundante. En carro, sulky o caballo, no había lluvia, tormenta o arroyo crecido que impidiera su presencia. Menuda y de pequeña estatura, imponía su personalidad que no dejaba lugar a dudas y con una sonrisa amable y su alegría permanente transmitía la tranquilidad necesaria a sus parturientas aún en las situaciones más difíciles. Cuando llegaron los médicos a la Villa fue una permanente colaboradora y, en muchos casos, una fundamental auxiliar ofreciendo su saber a los profesionales. Con 85 años a cuestas y una larga memoria de niños traídos al mundo, doña Isabel Albornoz se fue el 13 de enero de 1981.

Peña San José

  La década del ’60 marcó una época muy propicia y brillante en lo que respecta al surgimiento del folclore nacional, apareciendo como un auténtico rescate cultural con proyección de futuro: la música y danza tradicional. En ese tiempo aparecieron de una manera particular: Los Fronterizos, los Chalchaleros, los Quilla Huasí, los Tucu Tucu, Eduardo Falú, el inolvidable Atahualpa Yupanqui, Juan Carlos Dávalos, como así también los entrerrianos Hermanos Cuesta empezaron a dar sus pasos iniciales, llegando a ocupar luego los primeros planos dentro de esta disciplina musical, destaco esto como para resaltar los de mayor trascendencia. Fueron muchos los conjuntos que calificadamente ocuparon lugares preponderantes dentro de este espectro artístico. Contagiados por ese devenir fantástico de canciones, que por suerte se recuerdan permanentemente, toda la ciudadanía entonaba o silbaba los distintos ritmos como para rendirle el culto merecido, llegando en muchas instancias a formar grupos o conjuntos regionales que reunían a jóvenes para un sano esparcimiento.   Dado este florecimiento entusiasta surgió en un nivel de primerísima calidad “Cosquín, capital nacional del folclore”, en esa estupenda ciudad cordobesa, que reúne anualmente en el primer mes del año a los cantores populares argentinos y en muchas oportunidades a delegaciones extranjeras que muestran al mundo toda su riqueza cultural.   En Hasenkamp no pudimos escapar a esas atracciones melódicas y más aún con la difusión casi endémica que se hacía especialmente por la radio, muchas veces con Tito Cangeri y Juan Ángel Tricárique nos poníamos a modular temas dándoles el tinte particular de cada uno, éramos mancebos de poco más de veinte años y con ganas de emprender cosas distintas a las que estábamos acostumbrados a realizar.   El famoso poeta y humanista hindú Rabindranath Tagore decía: “Si cerráis las puertas a todos los errores, la verdad quedará afuera”. A nosotros no nos importaban los errores y empezamos alimentando fantasías con humildes y limitados sueños, así nacieron los “Rastreros”. Generalmente el acompañamiento instrumental estaba a cargo de Luis Tano y Pacho Sánchez, este último fue quien le dio nombre al conjunto merced al origen campesino que llevábamos muy adentro que por otra parte nos enorgullecía.   Estos dos excelentes guitarristas actuaban en agrupaciones del pueblo y con sus experiencias asesoraban permanentemente todas nuestras inquietudes.   Concretando los primeros aprendizajes y para completar cuatro voces incorporamos a Cucho Bogado, compañero de promoción de la primaria.   Después de un tiempo nos sumamos a la Peña San José que orientaba Avelino Silva, muy conocido de Hasenkamp por su trayectoria como enfermero del Hospital Brage Villar, que junto a varios mozalbetes de la villa bailaban folclore. Fue un grupo excepcional que además de responsabilizarnos del compromiso, disfrutábamos de todo lo que hacíamos.   Lo conformaba, el director ya nombrado, Avelino Silva, Titi Pasutti, Chela Piedrabuena, Águeda Chaparro, Tuqui Aquino, Margarita Schonfeld, Cucho Bogado, Juan Tano, Pochi Narváez, Mitio y Olga Orsich, Cielo Varela, Víctor Julián Tricárique, Chola Franco, Carlucho Kochendoerfer, Tito Cángeri, Elena Bonzi, Pepita Giménez, Juan Ángel Tricárique, Luis Tano, Pini Godoy, Beatriz Cángeri y varias personas más que no alcanzo a precisar.   Con moderado entusiasmo comenzamos a ponerle un sello identificatorio conjugando canciones, danzas y poesías. Algunas personas con conocimiento sobre el tema nos alentaban para que tomáramos la inquietud con mayor seriedad a los fines de darle una continuidad sin pausa como lo hacían los demás, pero para nosotros no era más que recreación, de igual manera nuestra sencilla obra tuvo cierta repercusión teniendo la ventura de recorrer algunos lugares como La Providencia, Crespo y escuelas vecinas que nos hacían llegar invitaciones para participar de fiestas y reuniones sociales donde mostrábamos nuestro arte de una manera gratuita poniendo énfasis en aquello de que con caridad el pobre nunca deja de ser rico.   Recuerdo que en una ocasión fuimos a actuar a una escuela de la Providencia en Alcaraz Norte, el medio de transporte era Faluchela (Luciano Carmelo Cángeri) y su camión. Tito le empezó a dar a la ginebra con ciertos bríos para mejorar la voz y poder entonar mejor, pero la fortuna no estaba de su lado, quedó completamente afónico, lo que evidentemente lo dejó fuera de escenario. Cantamos a dúo con Juan Ángel pues Cucho Bogado no había podido asistir, de igual manera nos aplaudieron a rabiar… bueno rabiaron de vernos y escucharnos, eso sí admiraban nuestro coraje.   En otra oportunidad nos invitó Haydee Tricárique (Nena) a la localidad de Crespo, era estudiante de la Escuela Privada, para ser partícipes de las fiestas de fin de curso. Presentamos las tres disciplinas: danzas, canciones y recitados.   Estábamos bailando el Pericón, el palco se conformaba de distintos tablones que al recorrerlo se hundían quedando ciertos desniveles que impedían un buen desplazamiento para las parejas en las variadas figuras de esta hermosa danza popular.   Tito bailaba con Águeda Chaparro, en un momento dado cuando iba detrás de ella le pisó el pollerín bajándoselo hasta la mitad, parecía la cola de un vestido de novia, ésta instancia le creó una postura bastante incómoda por cuanto no podía acercarse lo suficiente, apenas alcanzaba a tocarle la punta de los dedos, el bailarín transpiraba más que testigo falso y no veía la hora de terminar para tirarse del escenario, cuando así ocurrió se produjo un comentario muy risueño que recordamos durante todo el regreso.   Acto seguido el turno fue para Elena Bonzi, estaba recitando la poesía “La loca de Béquelo” de Ramón Soutier, la ejecución fue brillante, su forma de decirlo acompañado de un timbre de voz fenomenal despertó en el público un vibrante aplauso, ella iba saludando con gestos de agradecimiento dando pasitos para atrás hasta que cerraron el cortinado, no calculando bien el espacio y tiempo, cuando acordó se le terminó el tablado cayendo al piso, los demás estábamos detrás como buenos espectadores, Tito, que estaba observando atentamente, pronunció jocosamente: «¡Mirá, se tumbó la Loca del Béquelo!» Fueron momentos no muy agradables para Elenita, pero por unos momentos no pudimos dejar de exteriorizar algunas risotadas, disfrutábamos hasta de nuestros errores.   Por varios años pudimos regocijarnos a través del folclore, con anécdotas muy cómicas que siempre recordamos. Todas estas experiencias enriquecieron, de alguna manera, nuestra juventud, quedando grabadas en el interior de cada uno imágenes imperecederas que continuamente aparecen como radiografías del pasado que marcaron, indudablemente, nuestro tránsito por la vida. Texto de Víctor Julián Tricárique de sus libro “Mis recuerdos…y algo más”, 2008,

Las Estafetas

El 15 de julio de 1882, el presidente Julio A. Roca, conforme a lo solicitado por la Sociedad Anónima “La Colonizadora Argentina”, creó la primera estafeta de correos de la Colonia Cerrito, nombrando como estafetero a José María Monzón, dueño de una importante casa de comercio donde atendía el recibo y la entrega de la correspondencia que conducían los vapores de la carrera del Paraguay. Al crearse Pueblo General Racedo en 1890 se estableció allí una estafeta. En ese tiempo la correspondencia llegaba por dos vías: la fluvial utilizando los vapores de la carrera y la vía terrestre, con mensajería de caballos. Por la vía fluvial llegaba a Villa Urquiza, Brugo o Curtiembre y se distribuía desde las estafetas allí existentes hacia Antonio Tomás y María Grande I y II, mediante el correo a caballo. La que provenía por medios terrestres desde la Administración de Correos de Paraná, llegaba en la mensajería de Pedro Larsen, se dirigía hasta Alcaraz Segundo, se detenía en Pueblo Moreno, en lo de Isidro Navá Coll, que unía Brugo, Cerrito y Paraná, en la de José Schaller que unía con Paraná, en la de Primo Aquilini, que en Gral. Paz, unía Paraná con La Paz. La correspondencia que llegaba a la Estancia Los Naranjos generalmente provenía de Brugo. Con la llegada del ferrocarril, habilitado en 1907, la correspondencia desde Paraná y pueblos cercanos a las vías comenzó a llegar por tren. Mientras que la que se enviaba a la colonia Cerrito, Antonio Tomás y Brugo siguió con el sistema de mensajería a caballo o en sulky. A la primera Estafeta Postal en Hasenkamp la atendieron los hermanos Celis, dos varones y una mujer a quienes apodaban “los gallegos”. Tuvieron almacén, en la manzana 2, lote e, Sarmiento y Elberg. Primero en la esquina, en una casa de Zinc, luego construyeron una casa de material, donde actualmente se encuentra la Heladería “Campay”. Luego la atención le perteneció a la Sra. María Luchessi de Méndez, en la manzana 5, en una casa de zinc. Tiempo después fue designada Berta Bergna, la que atendía en su propio domicilio, manzana 9, lote a, calle Sarmiento. Alrededor de 1928 la estafeta fue traslada a la casa que fuera propiedad del oriental González y luego pasó a los Sres. Bertignono, manzana 3, lote d, calle Urquiza. Ya para esa época había sido designada Felisa Bertignono (luego esposa de Cotti), quién desempeñaría el cargo hasta su fallecimiento. (Actualmente el lugar pertenece a la familia de Luis Chiecher) En su remplazo se nombró a Rosa Guarascio, le siguió Esteban Ance que, al ser dejado cesante, es reemplazado por Paulino Gómez.  Ya en esta época la estafeta pasó a ser correo y se agregaron empleados auxiliares y carteros, estableciéndose su primer domicilio en la manzana 37, lote h, actual calle Elberg.

El Baratillo Alberto

El “Baratillo Alberto” perteneció a Alberto Isaac Eskenazi y a su señora de apellido Vita. Era una tienda ubicada en la esquina entre la actual calle Urquiza y Sarmiento y fue probablemente el primer negocio que se dedicó pura y exclusivamente a vender telas, hilos y botones. Los Esquenazi eran muy amables y afectuosos, mi padre era cliente y amigo de ellos. Recuerdo que después de cerrar su negocio iba asiduamente a conversar con Don Alberto, a veces yo iba con él y gozaba del trato cariñoso que me brindaba la señora. Ella era consejera de mi padre cuando él compraba las telas para hacernos hacer los vestidos, esas confecciones las realizaba una modista de apellido Mignola que alquilaba en la casa de la familia Márquez, donde actualmente funciona la heladería Campay. No olvido nunca cuando mi padre, guiado por la señora de Alberto, nos compró una lanilla azul marino y nos hizo hacer unos vestidos con adornos rojos y botones del mismo color. Creo que esa vestimenta la recordaré y guardaré en mi mente para siempre. Después de mucho tiempo llegó un hermano o sobrino, Salvador Vita, que trasladó el negocio al edificio que hoy ocupa Tienda Acuario. La casualidad hizo que, cuando yo ya era maestra, la señora Vita pidiera que su hija mayor fuera mi alumna. Luego ellos se fueron de este pueblo, creo que a Buenos Aires. En 2004 vino a visitarme un ex alumno, Roberto Petrich que era Brigadier y me contó que los hijos de los Vita estaban en Estados Unidos y como ellos habían sido amigos en Hasenkamp, continuaron esa relación. Roberto fue invitado a viajar para la fiesta de una nieta de los Vita (ellas lo llamaban tío) y le pidió que llevara su uniforme de gala porque quería lucirse al entrar del brazo de su tío engalanado y él le dio el gusto. La casualidad volvía a cruzar caminos: Rebecca era la abuela que me había elegido para que fuera la maestra de la madre de esta niña, que ahora elegía a Roberto, mi ex alumno, para que la acompañara a ella en su fiesta en Estados Unidos. Texto de Lilí    (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

Chantecler

El Whippet ingresó haciendo resonar sus 6 cilindros de 40 caballos por la calle polvorienta de ingreso a la Villa. Luego de unas cuadras dobló por la calle Eva Perón, que así se llamaba en aquel año 1954, y estacionó junto al Hotel Italiano enfrente de la nueva Farmacia Ferro. Un joven alto, rubio y de ojos azules, con impecable traje bajó del convertible tarareando el viejo tango cuyo nombre “Zorro gris”  se podía leer en el lateral del auto. Tango que cantara Gardel y que ahora había puesto de moda la voz casi barítona de Oscar Larroca con la orquesta de De Angelis. “Y cuando llegue en un día a tus dolores el ansiado fin, todo el secreto de tu vida triste se quedará dentro del zorro gris…” El elegante joven, que sacó una pequeña valija de cartón del baúl, era Clementino Gallo, un comerciante que tenía una zapatería en Viale y que, luego de recorrer varias localidades, había decidido instalar una sucursal de su negocio en Hasenkamp. Un pibe de unos diez años que hacía de cadete lo recibió y le llevó la valija hasta la habitación mientras el viajero se detenía a saludar al dueño y actual regente, don Lorenzo Acedo, un español de Navarra que había reemplazado a Francisco “Queco” Pasutti en la explotación del Hotel. Por visitas anteriores este le había indicado que había un salón en alquiler en la esquina de las calles Justicialista y Diagonal Juan Domingo Perón que eran propiedad de Ercilio Cortez, justo enfrente al Bar El Argentino. Arreglado el alquiler, el joven Gallo abrió las puertas de su zapatería y, fiel a su amor tanguero, la llamó “Chantecler”, en honor al mítico cabaret porteño de Paraná al 440, casi Avenida Corrientes donde D’Arienzo era el Rey del Compás. Para la atención de su nueva sucursal llevó a su cuñado Irides Retamar y al jovencito Carlos Acedo, hijo del dueño del hotel. Todas las semanas llegaba desde Viale trayendo cajas de calzados para proveer al local y se alojaba un par de días en el hotel. En un comienzo fue una zapatería exclusiva para caballeros, que ofrecía el calzado “Merito”, de cuero, suela y taco, acordonado, en sus colores tradicionales negro y marrón.  Con el tiempo se sumaron los zapatos para damas. Aunque el joven Clementino Gallo concurría a algunas de las actividades sociales de la Villa, su participación más activa se desarrollaba en el Club Unión de Viale, del cual llegó a ser presidente, y en donde demostraba sus habilidades de eximio bailarín y su pasión por el tango en cualquier reunión danzante. También le gustaban las apuestas y la buena suerte lo acompañó y ganó un gran premio de la lotería, lo que le permitió mejorar sus locales agregando la venta de otros productos. El negocio iba viento en popa, pero la suerte se puso esquiva y su joven dueño comenzó a padecer una cruel enfermedad que lo empujó a la muerte a los 38 años. Cuando se esposa no pudo hacerse cargo, la zapatería Chantecler quedó bajo la administración de su hermano Irides Retamar. El niño ayudante, Carlos Acedo, ahora con veinte años se fue a trabajar con su madre en un negocio de artículos para el hogar en un local justo enfrente a la zapatería. Irides Retamar, casado con Irma Erlich, vivió un tiempo en el Hotel, luego alquilo una propiedad en calle Ramirez, trayendo de Viale a su esposa y dos hijos pequeños, Omar Ramón y Darío Rubén, en Hasenkamp nacería su tercer hijo, Luis Oscar. Con la muerte de su dueño, la zapatería entró en una decadencia irremediable hasta que cerró sus puertas en los años 70. Irides Retamar se ausentaría de la Villa en busca de trabajo, junto a su hijo menor Luis, Omar ya casado se quedaría en la Villa y Darío se radicaría en Misiones. Sobre la esquina de la calle Justicialista y diagonal Domingo Perón resonó en la radio la orquesta de Juan D’Arienzo con la voz de Jorge Valdez como diciéndole adiós a la moderna zapateria Chantecler y a un breve tiempo feliz. Te redujo a escombros la fría piqueta y al pasar de noche mirando sus ruinas, este milonguero se siente poeta y a un tango muy triste le pone sordina. Hoy ni ella está en la sala, ni tampoco entro yo al cabaret, se vinieron abajo tus galas bullanguero y cordial Chantecler. La calle Eva Perón es hoy calle Urquiza, la calle Justicialista es Domingo F. Sarmiento y la Diagonal Domingo Perón es hoy Diagonal Libertad. Los nombres colocados por el gobierno constitucional de Isidoro Méndez fueron prohibidos por el Golpe de Estado de 1955 y los nombres actuales, colocados por el gobierno municipal de facto designado por la Intervención Militar de la Provincia.

El Hogar de Ancianos

Corría el año 1971 y en mi mente flotaba el deseo de hacer algo por los ancianos más necesitados. Un día, hablando con el intendente Hugo Ruiz Moreno, le manifesté mi inquietud de fundar un hogar para ancianos (no un asilo). Y como Hugo siempre estuvo al servicio del pueblo, aprobó mi idea y me dijo: _Buscá un grupo de gente y yo los voy a ayudar en todo lo que pueda. Como yo pertenecía al Apostolado de la Oración, hablé con las más allegadas que sabía me ayudarían. Formamos un grupo y, el 6 de agosto de ese año, nos entrevistamos con el Intendente. Por pedido de él, en esa misma reunión formamos la primera comisión que tendría como finalidad la construcción de un “Hogar de Ancianos”: Presidenta: Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler Vicepresidenta: Blanca Bregant de Lescano Secretario: Nilda Varini de Cian Tesorera: Alicia Landra de Iriondo Vocales:   Laura Landra de Rodríguez, Antonia A. de Iglesias, Ana Beltramino de Bianchini, Palma Fracaroli de Fiorotto, Celina de Emerí, María Cristina Hernández de Aquino, Celia Quinteros de Quiroz Al otro día salimos a buscar el terreno y nos gustó el que estaba al lado de la comisaría, lindando con el Hospital. Una vez conseguido el terreno empezamos a trabajar a fin de conseguir los fondos para la construcción del edificio. Hacíamos rifas, almuerzos en la Sociedad Rural, allí los expositores nos ayudaban, hacíamos locros, ferias de platos, etc. El 14 de septiembre de 1971 se abrió una cuenta corriente en el Banco de Entre Ríos, para depositar los fondos recaudados. En el verano siguiente se intervino en la fiesta de carnaval presentando una carroza y explotando una cantina. El Intendente le encargó al arquitecto Stopello de Paraná la realización de los planos con la ayuda del técnico Ricardo Blanco. Para mayo del año siguiente ya contábamos con los planos. El proyecto nos gustó muchísimo. Era un hogar con piezas de dos camas cada una y cada dos habitaciones había un baño o sea uno cada cuatro camas. Estos dormitorios estaban a ambos lados de un largo pasillo que terminaba en la sala de recepción. Además, un comedor y una cocina. A la comisión inicial le sumamos personas de la zona rural Amalia Audisio de Schepens, María Audisio de Estebenet, Josefa Bonzi de Podversich y Ángela Guida de Benedetich y así ampliamos el área de colaboración. Nuestro accionar fue incansable, recorrimos los campos y, a veces, estábamos días enteros fuera de nuestro hogar llevando nuestros hijos y haciendo un frugal almuerzo bajo la sombra de los árboles, con el objetivo de pedir donaciones: vacunos, bolsas de trigo, maíz, etc., que luego vendíamos en los remates de la rural o en las cerealeras. No nos detenían ni los pésimos caminos, ni los montes, ni el sol ardiente del verano o el frío del invierno. Una vez,  Alicia manejaba su auto y yo llevaba en mi falda a su pequeño hijo Dieguito, cubriéndolo del sol con una toalla blanca por el terrible verano. En el campo, cerca de Sauce de Luna, llegamos al negocio de los esposos Ridruejos y allí compré una bañera de plástico celeste para poder bañarlo y aliviarle el calor. En otra ocasión, nos habían dado un novillito para vender en el remate, pero había que marcarlo. Entonces, Alicia acompañada por Eduardo, mi hijo adolescente, decidió ir a buscar al veterinario Mario Levrand para lo cual tuvo que sortear montes que apenas tenían huellas. Pero así pudimos marcar y vender el novillo. Todas estas andanzas eran guardadas secretamente a nuestros esposos y allegados, para evitar reprimendas o que no nos prestaran más el auto. Fue con mucho esfuerzo y sacrificio que hicimos esta hermosa obra. Con los fondos recaudados y un importante subsidio otorgado por la provincia se iniciaron los trabajos de construcción que fueron adjudicados al albañil Juan José Pasutti. Todos los días los de la comisión íbamos a controlar la construcción. Había días en que volvíamos muy apenadas porque entre los pastos altos encontrábamos material tirado, cemento, cal, etc. inutilizados por la humedad, porque había personas que se oponían a la obra. Pero nuestra meta estaba cada día más cerca. Las paredes subían, los lugares para puertas y ventanas se iban desarrollando correctamente y en nuestra imaginación ya estaba nuestro deseado hogar terminado, a pesar de todas las trabas que un profesional nos ponía y sus comentarios desmoralizadores. Pero también teníamos a quienes nos seguían apoyando. La Municipalidad nos donó las aberturas y la familia Dellizzotti las dos puertas principales. Llegó el día en que ya lo podíamos ocupar y empezó la época de la limpieza. Los pisos habían quedado muy manchados, pero con una mezcla de aserrín, gasoil y mucho esfuerzo físico conseguimos limpiarlos. Había que amoblarlo, necesitábamos camas, colchones, mesas de luz, etc., eso también se consiguió con compras y donaciones. La Iglesia Adventista nos proveyó los elementos de cocina y comedor. Se acercaba el día de la inauguración, pero antes había que bautizar a nuestro Hogar, ponerle un nombre. Una tarde, la comisión se reunió en los últimos bancos de la Iglesia y les propuse: “Por qué no le ponemos María  Auxiliadora” y por unanimidad fue aceptado y así los ancianos quedaron bajo la protección de la Virgen. A partir de un censo que se había realizado dentro de la población de la Villa para establecer los ancianos con mayor necesidad de ser incorporados al nuevo hogar, se estableció un primer grupo de doce ingresantes: Ángel Romero (89), María Pérez (84), Jorge Martino (82), Celso Suárez (81) , Florencia Godoy (80) , Pablo Villagra (79), Bruno Grandoli (73) , Florencio Romero (71), Mateo Piacenza (66),  Enrique Wolters (63), Enrique Cardozo (60) y David Hans (60) En la mañana del jueves 22 de marzo de 1973 se realizó el acto formal de inauguración de nuestro Hogar de Ancianos “María Auxiliadora”. Desataron la cinta el Gobernador Brigadier Ricardo Fabre, el Ministro de Salud, Marciano Martínez, el Intendente Hugo Ruiz Moreno y la presidenta de la comisión. Una de las ancianas internadas, doña Fulgencia Godoy, le entregó un ramo de flores al Gobernador y se recorrió el edificio, junto a los medios de comunicación presentes, una emisora radial de Santa Fe y LT 14 de Paraná. El locutor de esta última hizo el siguiente comentario: “He estado en muchos hogares, pero en ninguno como este. Esto es un Petit Hotel”. Al pequeño grupo internado, poco a poco se fueron agregando muchos más en la medida en que se detectaban necesidades y se ampliaban las comodidades en el edificio. Un día fuimos al campo a buscar a una anciana que vivía en un monte, pues nos enteramos que necesitaba atención. Íbamos tres miembros de la comisión, llevábamos ropas, palanganas, toallas, medias, zapatillas y desinfectante. Al llegar la encontramos en una enramada bajo un árbol. Estaba descalza y con los pies lastimados. Colgada de la rama del árbol, vimos la clásica pavita negra por el humo, en ella calentamos agua y le lavamos los pies, la calzamos y le pusimos un vestido limpio para traerla al sanatorio donde el Dr. Piconi la revisaría para darnos la autorización del ingreso al Hogar. Una vez que se adaptó a la nueva forma de vivir, se empezó a enseñarle el catecismo y, un día la catequista le preguntó: “¿Qué es el cielo para usted? Ella, sin dudarlo, le contestó: “El cielo para mí, es el Hogar”. Gracias querida viejita, por esta contestación, es la que justifica todo nuestro esfuerzo. Al Hogar había que seguir ampliándolo, por ello agregamos galerías, otras habitaciones, más comodidades para los ancianos, reposeras, sillas nuevas, camas. Colaboraron entonces el nuevo intendente Eduardo Ziegler, el diputado Diego Sánchez Pizola y su Sra. Blanca Sosa. Se formaron nuevas comisiones que siguieron ampliándolo, construyeron un hermoso comedor, una nueva cocina y cerraron las galerías. Actualmente tenemos un comodísimo Hogar anexado al Hospital, con una cooperadora que asiste a ambos y trabaja muy bien. Qué feliz me siento cuando paso por la vereda de nuestro Hogar  y saludo a tantos ancianos sentados, mirando el paso de la gente, gozando de la hermosura de su plaza, de la bella iglesia, con su erguida torre y su cruz que parece extender sus brazos al cielo como suplicando a Dios que nos bendiga. Texto de Lilí  (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

Lugar Histórico

El 24 de Agosto de 1991, en horas de la mañana se declara «Lugar Histórico» donde se encuentran sepultados los fundadores y sus familiares en el Cementerio de Hasenkamp. Eduardo Ziegler Hasenkamp y el Intendente Oscar Leiva Chaves, descubrieron una placa recordatoria.

La Farmacia Borré

Por 1913 llegó al pueblo, procedente de la ciudad de Victoria, Juan Borré, instalándose con una Farmacia.   Borré, no era farmacéutico con título universitario, sino idóneo. Esto último significaba que había adquirido la práctica durante algún tiempo y luego se inscribía y rendía una prueba de suficiencia ante las autoridades de salud pública de la Provincia. Muchas veces, ante la falta de médicos, debían prescribir medicamentos por su cuenta.    Es lo que sucedía en la Villa por 1913, no había médico, recién para 1918 se instalaría el Dr. José Brage Villar y en 1926, un joven médico cordobés, Julio Haedo. El cual había estado de paseo alojándose en la casa de Borré y ante la invitación de este decide instalarse en Hasenkamp.   Borré se instaló primeramente en una casa de zinc, en la manzana 18 que existía sobre Diagonal Libertad. Tiempo después se trasladó a la casa de Esteban Bogado, la primera construcción de material que tuvo la Villa y que aún existe en la esquina de Sarmiento y 3 de Febrero. De allí se trasladó a una casa construida junto con la estación y que pertenecía a la Administración del Ferrocarril, en la actual Avenida San Martín que hoy ya no existe. Una construcción de zinc, tipo chalet, de las que eran conocidas como «casa de los ingleses», porque habían sido hechas para los ingenieros y gerentes ingleses de las empresas ferroviarias.   Posteriormente compró la casa de la manzana 4, lote e, esquina de Sarmiento y Diagonal Libertad, donde finalmente instaló su hogar y su Farmacia.    El primer propietario del terreno de la manzana 4, lote e, comprado a los Hasenkamp, fue Miguel Ruiz Moreno, en 1911 y lo escritura en 1913. Primer jefe de estación, había llegado a Hasenkamp con el ferrocarril ya que su padre, también llamado Miguel, trabajaba en la Empresa Inglesa Compañía The Entre Ríos Raylways C° Ltd. como jefe de cuadrilla, bajo la conducción del ingeniero Tapia.  Don Miguel Padre, estaba casado con Juana Moreno Crespo y tuvieron nueve hijos, Juan José (español), Patrocinio, Asunción, Evangelina (fue la primera telegrafista en la villa), Angela, Ignacio, Miguel (Jefe de Estación a los 17 años), Antonia y Emilio.    Don Miguel y Doña Juana vivieron unos años en Hasenkamp, luego emigraron al Paraguay, estableciéndose en Encarnación. En la localidad quedaron Juan José, Ignacio y Antonia.   La casa de Don Miguel Ruíz Moreno fue construida por “Don Queco”, Francisco Pasutti, albañil italiano, quien también construyó los edificios de enfrente, actual casa familia Benito Bergna y edificio del Profesorado. Tal vez alguna estrechez económica llevó a Don Miguel a hipotecar la casa a favor de los Señores Segovia Hnos., residentes en Paraná, estos se la vendieron a un Sr. Muñoz, de quién la adquirió Juan Borré.   Juan Borré, durante una caminata por el pueblo. observa que unos niños atacan a pedradas a otro produciéndole un corte en el cuero cabelludo, saliendo en defensa del niño de unos siete años aproximadamente, lo lleva a su farmacia donde le brinda una curación de emergencia y luego lo traslada al médico.    Ante el hecho, Borré le tomó especial afecto y le solicitó a la madre que le permitiera tenerlo con él en su casa. Así, el niño llamado Luján Jaime se convirtió en adolescente y en adulto, estando al servicio de su protector. Comenzó haciendo mandados para luego atender el local de la Farmacia hasta 1941.   Ese año es designado Ordenanza de la Escuela N°71, cargo que ocupó por 35 años hasta su jubilación, se casó con Ramona Brígida Monzón, y obtuvo una vivienda en el barrio “Las Margaritas”, fallece el 29 de diciembre de 1.981. En 1987 se coloca su nombre a la denominada Escuela Especial N° 20.    Con Respecto a la familia de Don Juan Borré solo se tienen algunos datos que faltan confirmar, su esposa fue Juana Salva y habrían tenido tres hijas, ellas serían Blanca Lilia Borré, quien fuera maestra y directora de la Escuela Nacional N° 131 de Las Garzas, casada con Don Bartolo Battisti, sus otras hijas, María Stella Borré se casó con Luis Guarascio y la otra con una persona de apellido Fréderic.   En 1943, la Farmacia Borré cierra sus puertas y los Borré se trasladan a Paraná.     Con respecto al edificio, en la década del °40 fue ocupado por la familia de Salvador Vita y Rebecca Roitman con una mercería.   Tal vez para esta época o un poco antes, la propiedad fue comprada por Ercilio Cortez, quien poseía campos en la zona de la Colmena, camino a Alcaraz, estaba casado con Doña Valenga Arévalos y tuvieron un hijo, Carlos Alberto (Briki).   Ya en la década del ’50, aproximadamente en el año 1954 un comerciante de Viale de nombre Celestino Gallo instaló una zapatería, a la que llamó “Chantecler”, con él vino su cuñado, Irides Retamar, que se encargó de la atención, alrededor de 1970 cerró sus puertas.   En la década del ’70 Carlos Acedo alquiló el local instalando Tienda Acedo, trabajando en el lugar hasta 1974 que construye su propio local al que se traslada en calle Sarmiento. En el local Carlos Acedo junto a su cuñado José (Yali) Perez, casado con su hermana Margarita (Coca) Acedo, colocan una concesionaria de Autos, el padre de Yali era representante de la marca Ford en Paraná. En ella trabajo su hermano Modesto Acedo cuando regresó de Bs. As.   En la década del ’80, su propietario, Carlos Alberto Cortés, realiza unas reformas en el local y coloca “Briki Tragos”, funcionó un tiempo, luego el local siguió siendo explotado por otros dueños y con otros nombres. También en el lugar se realizaban bailables organizados por alumnos del Instituto Mariano Moreno.   En el último tiempo la propiedad fue adquirida por Sergio Acedo (Checho), quién instaló un negocio sobre calle Sarmiento, al realizar reformas al edificio, en la esquina instala Tienda Acuario y en lugar anterior abrió una farmacia.   Las cosas del destino, en ese mismo edificio, pero sobre calle Sarmiento, funciona otra Farmacia después de más de sesenta años, La Farmacia “Acuario”.

Primer casamiento civil

Aunque la cita para ese caluroso lunes del 5 de enero de 1948 era para las diez de la mañana, ya desde temprano se había reunido un grupo en la esquina de Urquiza y 25 de Mayo. La antigua panadería de Félix Barreto ahora lucía remozada y con las paredes recién blanqueadas y en su frente, sobre la puerta de acceso, un lustroso escudo con el rótulo de Registro Civil. La ceremonia comenzó poco después de la llegada de los contrayentes, una joven pareja proveniente de la zona rural que se ubicó con los testigos frente al gran escritorio en las pocas sillas mientras el resto de la concurrencia permanecía de pie llenando la estrecha sala. El juez designado unos meses antes era Domingo Alcalá Luchessi, cuya cara de joven daba menos que los treinta años que tenía, pero su impecable traje y su aspecto severo le daba un aire formal al acto. A su lado el Secretario, Raúl Montiel, le alcanzaba un voluminoso libro de actas. El inexperto oficial público, tratando de acomodar sus nervios de novato, comenzó a leer: «Estamos aquí para unir en matrimonio a José Dadona y a Inginia Clementina Grosso…” y continuó leyendo los datos consignados en aquella primera hoja del tomo uno, folio uno del acta número uno. Luego, enumeró los derechos y deberes de los matrimonios y, para concluir, preguntó a los novios sobre su voluntad de contraer matrimonio. Los testigos allí presentes, David Krupnik y Bautista Giordano, firmaron el acta para dar fin a la primera ceremonia realizada en el nuevo Registro Civil de la Villa. Con aquel acto se daba fin a más de cuarenta años de trastornos y molestias que implicaban tener que trasladarse de la Villa hasta la población más cercana, en ese caso María Grande, para los trámites legales. El registro de los nacimientos y defunciones estaba resuelto en la comarca desde 1905 con la creación de las Alcaldías, pero no los casamientos o la obtención del documento de enrolamiento. En ese momento gobernaba Héctor Domingo Maya, un radical Yrigoyenista que había formado parte de FORJA y que gestionaría la provincia entre 1946 y 1950. Ya se había iniciado para entonces la construcción de centenares de kilómetros de pavimento, la erradicación del flagelo de la langosta, el fomento de la educación y la salud con decenas de escuelas, hospitales y viviendas y la larga tarea de completar la estructura administrativa y jurídica de la mayoría de las poblaciones que crecían por todo el territorio. En el caso de Villa Hasenkamp, fue la ley N° 6593 del 22 de octubre de 1947 que ordenaba la creación del Registro Civil, Juzgado de Paz y Oficina Enroladora y que ahora se hacía efectiva dando inicio a su actividad de registrar y legalizar los nacimientos, los matrimonios y los fallecimientos.

Catalina Hasenkamp

Catalina Hasenkamp. Un orgullo Una frase corta, sencilla, pero altamente significativa. La dijo alguien que nació en Hasenkamp, con voz suave y firme acento. Con voz de mujer hecha y con acento entrerriano. Detrás de cada palabra, doña Catalina Hasenkamp de Ziegler parecía lamentar su lejanía. Acaso, entre los grises muros de un Buenos Aires que se asfixia a sí mismo con sus propias tenazas, esta mujer cuenta los días que la acercan a su tierra. Y es que todos los años, viene por tres meses a su pueblo natal y … Mejor dejemos que ella nos cuente: Vivo en Buenos Aires, pero una vez al año regreso a mi Hasenkamp por tres meses. Yo no puedo olvidar a mi pueblo porque es una parte de mí misma, que veo crecer, progresar y hermosearse. Siempre que vengo de vacaciones, descubro algo nuevo, algo más bello… Una lágrima se escapa y recorre su mejilla. El pañuelo la alcanza y doña Catalina recuerda:  Mi padre Federico y mi tío Eduardo vinieron por primera vez en 1885. Ellos fundaron el pueblo hace sesenta y cinco años, ya que por entonces sólo había campo. Quiero decir que la fundación fue bastante posterior a su llegada. Yo nací y me crié en Hasenkamp. Creo que crecimos juntos. Claro que ahora no hay ni comparación con lo que era en mi juventud. Antes no había nada hoy hay de todo y me gusta mucho más así. La anciana alzó los ojos y, reteniendo en sus manos la medalla de oro que acababa de recibir en su calidad de hija de uno de los fundadores de la villa, dijo: Mi orgullo es el haber nacido en esta tierra, donde viví como entrerriana y crecí como argentina. ¡Así nos gusta, doña Catalina!… Y perdone Ud. lo familiar del trato. Original del Periódico Expansión. Año 1971, Paraná. Catalina Elisa Hasenkamp nació el 3 de mayo de 1892, en la estancia «Los Naranjos”. Se casó en 1922 con Mauricio Ziegler, enviudando el 26 de mayo de 1927. De este matrimonio nacieron cuatro hijos: Eduardo Enrique, Ana María, Federico Germán y Gertrudis Elisa. Falleció el 31 de diciembre de 1982. Sus  restos descansan en el cementerio de Hasenkamp.

Familia Salzman

El matrimonio Salzman vivía en la manzana Nº30, vecino de los Fernández, Acosta y Ruiz Moreno, lo integraban Pedro y María junto a sus seis hijos. Pedro se desempeñaba como Tenedor de Libros (contador) en la casa comercial de los hermanos Capurro. Era un hombre corpulento que vestía siempre de traje, corbata y sombrero de paja dura, llamado rancho. Su esposa, Margarita Cavigioli (pariente de la familia materna de Chola Collaud de Rojas, nuestra catequista), era la partera del pueblo, profesión que había desempeñado antes que ella Doña Justa. A María la recuerdo delgada, amable, usaba lentes pequeños con armazón metálica y vestidos largos y de colores claros. Era muy responsable de su profesión, yo diría sacrificada, pues pasaba varios días fuera de su casa atendiendo a sus pacientes. Su medio de traslado era el clásico carro de cuatro ruedas en el que siempre la venían a buscar. El pago de sus servicios era muy exiguo, a veces se materializaba con algunas aves, lechones o embutidos. Matrimonio de una profunda fe católica, tenía varios hijos: Juan, Hermenegildo, Honorio, Víctor, Roberto y Antonio. De ellos, Juan, el mayor, se ordenó como sacerdote y fue el primer religioso de nuestro pueblo. Estuvo destinado a las islas Fillipinas como misionero y aún recuerdo las narraciones de su madre a la mía, fruto de las extensas cartas que recibía de su hijo. En las encomiendas que ella le enviaba nunca faltaba la yerba y el dulce de leche, que él le solicitaba, pues sobre todo la yerba lo acercaba imaginariamente a su pueblo. Hermegildo, el mayor de los hijos que habían quedado en Hasenkamp, era alto, algo desgarbado y alegre, trabajaba en la usina eléctrica y su imagen se me presenta con un mameluco gris con muchas manchas de aceite. A los demás los recuerdo como alumnos de la Escuela 71. Los esposos Salzman en los momentos libres que les dejaban sus profesiones, cultivaban el suelo produciendo una gran variedad de verduras y hortalizas. Don Pedro descansaba en una mecedora en la galería de su casa, fumaba en pipa y leía con avidez revistas y diarios como “Caras y Caretas”, “El Hogar” y el diario “Crítica” que se intercambiaban con mi padre. Esas lecturas luego eran comentadas originando largas conversaciones que afianzaban esa linda amistad que los unía. El destino quiso, hace algunos años, que llegara a mis manos un texto de Instrucción Cívica de su pertenencia. Lo conservo con mucho afecto. A María la recuerdo como ejemplo de religiosidad, responsabilidad y amor al prójimo, por el cariño que volcó en todas las personas que a ella recurrían. No olvido los sabrosos “crepels” con los que nos convidaba los días domingo y a Pedro por su paciente sonrisa y ejemplo de hombre íntegro. Cuando la firma Capurro Hermanos cerró sus puertas, Pedro, quedó sin trabajo. Tuvo que abandonar este pueblo que lo había cobijado muchos años. Yo estoy segura que el matrimonio Salzman siempre habrá recordado a Hasenkamp desde el lugar de su residencia. Esta es una de las tantas familias que con su entrega desinteresada ayudaron en su época al progreso de nuestro pueblo y muy especialmente a María que tantas vidas trajo al mundo. A lo mejor muchos de los que están leyendo este escrito al dar a luz sus madres habrán sido recibidos por las laboriosas manos de María. ¡Gracias, y que Dios los tenga junto a él porque fueron generosos en la vida y la oración! Texto de Lilí (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

Casa Alonso y Ger Villacampa

Estos socios tenían su comercio en lo que es actualmente es Casa Galetto, en un edificio moderno y espacioso para la época. Se ocupaban del acopio de cereales, la venta de implementos agrícolas, combustibles y comestibles que se vendían al por mayor. Con el tiempo esta firma se separó y los hermanos Alonso establecieron su comercio en el lugar que hoy ocupa la Terminal de Ómnibus, siguiendo en el mismo rubro menos en el acopio de cereales. Allí se desempeñó como empleado Benito Bergna. Los Alonso eran de nacionalidad española. Juan era soltero y Alario, casado con Aurelia, tuvo tres hijos. Roberto y Teté se recibieron de médico y Ciro ejerció como maestro suplente en la Escuela 71 y luego siguió sus estudios como farmacéutico. Hace algunos años Teté, ya casada y con hijos vino de visita a su pueblo natal a la casa de Guillermo Mancuso y Beatriz Vignola. Pues los padres de Betty fueron muy amigos y Guillermo compañero de ella en la escuela primaria. Acá festejó los 15 años de su hija. Pienso que la visita a nuestra villa después de tantos años habrá tocado las fibras más íntimas de su corazón pues ya muy enferma pidió descansar en el lugar donde había nacido. Deseo que fue cumplido y hoy la tenemos en nuestro lar de paz. ¡Gracias Teté por quedarte para siempre con nosotros! La gran urbe porteña no logró silenciar el cariño que sentías por tus amigos, tus compañeros de escuela y tu pueblo de origen! Espiritualmente estarás siempre en nuestro recuerdo. Texto de Lilí (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

La librería de Antoñito Gerbotto

Los Gerbotto eran dos hermanos, antiguos pobladores de Hasenkamp, dedicados a la compra y venta de leña y carbón. Jorge estaba casado con Pía Francisconi, una mujer muy piadosa y católica practicante que hospedaba en su casa a los sacerdotes que muy de vez en cuando llegaban al pueblo a oficiar la Santa Misa. Tuvieron dos hijos, Catalina y Antonio, Sebastián, casado con María Francisconi, sobrina de Pía, tuvo tres hijos. El menor, Mario, asistió a la Escuela 71 hasta el segundo curso libre. Catalina, la hija de Jorge y Pía, se había casado con Ítalo Raspini que tenía en Paraná una librería ubicada en calle 25 de Mayo a pocas cuadras de la plaza principal, de la cual fui su cliente en mi vida de estudiante en esa ciudad. Tuve la suerte de seguir frecuentando a Catita, una excelente persona a quien apreciaba mucho. Raspini puso en nuestro pueblo una sucursal y al frente de la misma estuvo su cuñado Antonio. Esta librería estaba ubicada en la casa de Jorge Gerbotto (actualmente ese edificio pertenece a Rosendo Pesoa) y se entraba a ella por la puerta lateral que daba a la calle 3 de Febrero. Antonio atendía este comercio secundado por su madre, porque él estaba imposibilitado de caminar y se movía en silla de ruedas. Pero siempre tenía una sonrisa y una palabra amable para sus clientes, los mismos que le tenían afecto y confianza. Allí conseguíamos todo para nuestras necesidades escolares: útiles, libros de lectura, textos de estudio como “La Física” de Fesquet, “La Geografía” de Passadori, “La Aritmética Brea” (toda una enciclopedia matemática) y el primer y segundo tomo de “Historia” de Grosso. Recuerdo mi último libro de lectura de la escuela: “Savia Nueva” de tapas marrones rojizas, adornado con dibujos y letras doradas. Allí adquirí los primeros planisferios y el pequeño y hermoso globo terráqueo, alegría e ilusión de todo niño. Cuando regresé como maestra suplente de la Escuela 71 esa librería había cerrado sus puertas. Antonito se había radicado en el campo que heredara de sus padres, donde creo que aún viven dos de sus hijos. Más tarde, Lidia y Gazzano instalaron un nuevo comercio dedicado a este rubro en la esquina de las calles Urquiza y Sarmiento. Al irse este matrimonio a Paraná continuaron con la librería los esposos Fernández, Pocholo y Olga. Actualmente existen dos librerías importantes y también se pueden adquirir artículos escolares en los supermercados y otros comercios. ¡Gracias a esas personas que permanecen en nuestro recuerdo por haber contribuido a enriquecer nuestro intelecto! Texto de Lilí (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

Librerías de antaño

La primer librería que recuerdo fue la del señor Gómez a quien cariñosamente le llamaban “La Perdiz”. Anexada a su negocio, también atendía una peluquería para varones. Su esposa, la señora Carlota Espuñardi, fue maestra de la Escuela 71 por los años 1929 a 1932. Esta librería estaba ubicada en la calle Sarmiento, más o menos a la altura donde hoy se encuentra el Sanatorio Hasenkamp. Allí se podían comprar lápices Faber Nº1 y 2, variadas cajas de lápices de colores y de madera con tapita corrediza de varios compartimentos donde colocábamos lápices, lapiceros, plumas cucharita, gomas para borrar y sacapuntas. Hago especial referencia a los tinteros de vidrio con inseguras tapas de corcho o goma donde se ponía la tinta azul o negra para escribir con las plumas que  se colocaban en los lapiceros. Se fabricaba con un polvo especial que venía en sobres y se necesitaba un litro de agua para disolverla. Así se obtenía la tinta que era nuestra obsesión y la preocupación de nuestras madres porque al derramarse producía grandes manchas en nuestros guardapolvos. Estas eran objeto de tratamientos especiales para quitarlas, ya sea con alcohol, leche caliente, limón o largas exposiciones al sol. Los redondos tinteros solían rodar por el pupitre cayendo sobre nuestras faldas a los movimientos del compañero inquieto del asiento de adelante. Para absorber el líquido derramado usábamos papel secante que se compraba por hojas en la librería o tizas que sacábamos del depósito del pizarrón, luego de un “Permiso señorita” Ahora ese problema está resuelto con el uso de las biromes, por eso las mamás ya no tienen que hacer la diaria recomendación: “¡Cuidado con volcar el tintero!” En la librería de Gómez también se podían comprar las figuritas con brillantina que hermoseaban nuestros deberes y los textos de lectura “Paso a paso”, “Progresa”, “Prosigue” y “El trabajo” entre otros. Una especial mención merecen las recordadas pizarras que eran utilizadas en los grados inferiores primero, primero superior o segundo. En ellas se realizaban en forma escrita los diarios dictados y las operaciones aritméticas. Estaban fabricadas con una lámina gruesa llamada pizarra, rodeadas por un marco de madera, perforado en uno de sus lados. En ese orificio se ataba un piolín y el otro extremo sostenía una esponja vegetal que siempre estaba húmeda para borrar con ella lo que se escribía. Al instante se secaba la superficie y enseguida se podía escribir nuevamente. Las pizarras eran frágiles y se quebraban o marcaban con facilidad. Para amortiguar los golpes, nuestras madres nos confeccionaban, con telas, gruesos forros que las resguardaban mucho En el museo 24 de agosto puede encontrarse una que perteneció a los hermanos Siede, como así también los libros de lectura arriba mencionados. A lo mejor en nuestros hogares aún quedan algunos de estos útiles que traerán gratos recuerdos a los queridos abuelos. Texto de Lilí (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

Don Queco. Un pedazo de nuestra Historia

Don Queco nació en la región del Udine, en Romans, Italia; el dieciocho de diciembre de 1887. Llegó a la Argentina en 1914, viajando como polizonte. Una vez en Buenos Aires lo destinaron a campo Solari, en Colonia cerrito. Fue el dueño del campo quien le prestó el dinero para que en 1920 trajera a su familia: su esposa Lucía Molinari y sus hijos italianos: Tisciano, Vitelio Otono, María, Toni y Ziro (quien aprendió a caminar en el barco). Como ocurre con todos los chicos, se peleaban mucho, y en una ocasión se tiraron con los zapatos; que cayeron al mar. Así que al llegar al puerto de Buenos Aires estaban descalzos, porque apenas traían equipaje. Cuando llegó su familia don Queco se radicó finalmente en Hasenkamp, donde nacieron sus hijos argentinos: Fernando, Francisco, Gabriel, los mellizos, Anita, Siro y José Juan Bautista (Titi). Don Queco se dedicó a la construcción. Construyó la casa del Dr Brage Villar (que fue demolida), La antigua farmacia del Dr Ferro, la casa del señor Benito Bergna, la casa del Dr Rubén Ciliberti, el edificio del Instituto de Formación Docente, la Iglesia Sagrado Corazón de Pueblo Belloq, entre otras. Como buen italiano era muy religioso. Le encantaba hacer de monaguillo, y en la procesión en honor a San José recorría la misma de punta a punta solicitando pusieran la limosna en una bolsita roja que llevaba atada en una caña. En una oportunidad vio que la gente charlaba en lugar de rezar y no colocaba el dinero en la bolsa. Se enojo muchísimo, levantó la caña y la sacudió sobre las cabezas de unas mujeres diciéndoles “¡Pon caraco merda! Dejen de darle a la lengua y pongan, caraco, que la iglesia necesita” Le gustaba participar en la famosa Kermés que se hacía en el terreno baldío junto a la Iglesia, donde hoy está la Escuela Santa Felicitas. Colaboraba con los juegos para recaudar fondos destinados a la parroquia. El dieciséis de mayo de 1972, a los ochenta y cuatro años, falleció don Queco. Su nombre era Francisco Pasutti. Quedándose para siempre en la tierra que le dio una nueva vida, muy distinta a la de su añorada Italia. El recuerdo de don Queco permanece en muchos habitantes de nuestro pueblo. Como homenaje a éste inmigrante  una de las calles de Nuestro pueblo, lleva su nombre. desde  el año 2006, fecha en que se festejaron los 100 años de Hasenkamp. Maia Victoria Barsanti Pasutti (Su tataranieta) 1° Premio, categoría Anécdota  Concurso literario de la Semana Hasenkampense Agosto de 1999

El puesto de la Estancia

Ante las grandes extensiones de sus campos, los estancieros construían viviendas en puntos estratégicos donde se instalaba algún empleado, solo o con su familia, que cumplía diversas funciones, en especial la de vigilancia para evitar sobre todo el cuatrerismo. Por lo general, estos llamados puestos eran ranchos precarios que solo el esfuerzo del puestero podía convertir en buenas viviendas dignas. No es el caso del puesto de la Estancia “Los Naranjos” que los hermanos Hasenkamp, inusuales patrones que solían preocuparse por sus empleados,  tenían en lo que luego sería su pueblo. Era una amplia casa de ladrillos revocados a la cal y techo de zinc a dos aguas que se levantaba solitaria en una altura, cerca de la actual plaza “Malvinas Argentinas”. El primer puestero del que se tenga registro fue don Baulio Silva. Posteriormente aparecen nombres como Giménez, Olivera, Zalazar y Donato Neto. Cuando surge el pueblo, el antiguo puesto de vigilancia quedaría incorporado al nuevo trazado en el lote c del potrero I que, en el plano de mensura de 1913, figura como vendido a don Juan Ruiz Moreno. Cuando los primeros pobladores comenzaron a llegar junto con el ferrocarril y a crecer su número, la provincia instaló un destacamento policial que dependía de Antonio Tomás, ubicándolo en  lo que había sido el puesto de la Estancia. En 1914, con el crecimiento de la población, el destacamento se elevó a la categoría de Comisaría y es designando como primer comisario de Hasenkamp, Domingo Mendoza, un legendario personaje de la época que moriría en un tiroteo el 22 de mayo de 1931 ( Ver “El Duelo”). La comisaría funcionaría en la vieja casona del puesto hasta 1918 en que se trasladó a un local sobre la Avenida San Martín propiedad de Mariano Cambra, quien fuera el primer habitante de Hasenkamp del que se tiene conocimiento.  Por su parte, el edificio del antiguo puesto de la estancia fue adquirido por don Ángel Tricárique que lo habitó con su familia durante muchos años. Sus descendientes lo vendieron y el edificio fue demolido en enero de 2020.

La tumba que falta

Federico Hasenkamp fue invitado por su hermano Eduardo a radicarse en Argentina y dedicarse a las actividades de hacendados para lo cual compraron un campo en la Provincia de Entre Ríos. Federico llega a la Argentina en 1882 y en 1883 se establecen en lo que llamarían “Estancia Los Naranjos”. Cuando cumplían el sexto año de haberse establecido les llegan desde Alemania noticias de que su padre Hermann Hasenkamp y su madre Johanna Roth se encontraban gravemente enfermos. Debido a que Federico era el que permanecía soltero, parte hacia Alemania a mediados de 1889 y acompaña a sus padres hasta fines de ese año en que ambos fallecen.   Durante esa estadía, Federico conoce a Gertrude Hillmer de la que se enamora y con la cual contrae matrimonio el 19 de marzo del siguiente año. En junio, la pareja se embarca en el puerto de Hannover en el Vapor Belgrano con rumbo hacia Sudamérica. Su llegada a Buenos Aires coincidió con la Revolución del Parque, un levantamiento armado encabezado por Leandro N. Alem y, ante el bombardeo de la flota sublevada sobre la ciudad, el vapor en que llegaban debió seguir viaje hasta el puerto de Rosario. La joven esposa Gertrude había llegado embarazada de un niño que iba a llamarse Eduardo Cristian, pero la fatalidad quiso que naciera muerto el 27 de noviembre de 1890. En ese momento la localidad más cercana con un cementerio era General Paz, por lo cual los restos de Eduardo Cristian fueron sepultados allí y es el único de la familia fundadora que no se encuentra en el cementerio local. Durante la intendencia de Don Eduardo Ziegler (1974-1976), nieto de Federico Hasenkamp, se planificó traer los restos de Eduardo Cristian al cementerio de Hasenkamp, para lo cual se realizaron los trámites correspondientes. Estaba alistado el personal y los medios de transporte para realizarlo, pero una lluvia torrencial por la noche postergó el traslado hasta tener mejores condiciones para los trabajos de excavación. Luego sobrevino el golpe de estado del 24 de marzo de 1976, la intervención militar del Municipio dejó cesante al intendente y el proyecto nunca se llevó a cabo.

Pochocho

  Su recuerdo quedó imborrable en su sonrisa amplia, de sacerdote amigo de la gente, en su alegría cotidiana, en el don de la amistad que brotaba a flor de piel en el cariño que prodigaba para todos y en el ansia del perdón.   El padre Orlando Bottegal era hijo único de una maestra de campo y de un viajante de comercio,  nació en Urdinarrain el 31 de marzo de 1923. Fue ordenado diácono por Monseñor Cenobio Guillard en la catedral de Paraná en junio de 1949 y sacerdote el 20 de noviembre de ese año. Siempre supo que no había otra vida que no fuera la de hombre de Dios.   El Padre “Pochocho” fue un sacerdote muy original, porque Dios así lo quiso, vivió la vida intensamente a su manera. Llegó a la parroquia San José de Hasenkamp como párroco el 20 de agosto de 1.989  proveniente de San  Benito.   Enseguida la comunidad lo aceptó con cariño. Era verborrágico, inquieto, campechano, extrovertido, simple, bonachón y rara vez pasaba inadvertido. Comúnmente vestido con una sotana beige algo estropeada, la figura diminuta del padre se paseaba en cada evento del pueblo.   Fue parte de los primeros años de crecimiento de la Peregrinación de los pueblos, acercaba su apoyo espiritual en cada una de las paradas que se hacen a lo largo del camino, se paseaba entre los peregrinos y, aunque no era parte de la caminata a pie, se ponía al frente de la columna que, cerca de 18.00 hacía su ingreso al santuario de La Loma, en medio de aplausos y cánticos.    El padre Miguel Velazco, quién fuera diácono en la parroquia San José, comentó una vez en relación a la llegado del Papa Francisco “Francisco tiene la impronta argentina” y en ese aspecto lo relacionó con un cura que conoció de cerca, el padre Orlando Bottegal, “Los gestos que tiene él entre la gente, la forma de moverse, los gestos de alegría que tiene, me recuerdan mucho al cura Bottegal, un tipo que desbordaba de alegría por ser cura”.    La Sra. Teresita Mísere de Cabello comentaba con respecto al padre Pochocho: “Lo conocí en la escuela Almafuerte, donde estudiaba una de mis hijas, al venir a Hasenkamp fue mi confesor, él daba la misa a la mañana y yo iba antes para ayudarlo a ordenar todo. Fue una persona que nunca tuvo distinción con nadie, humilde, lo más grande como sacerdote y ser humano. Nos aconsejaba no tener rencor y egoísmo. Pochocho fue algo que no lo podríamos definir como persona por lo que fue, ayudaba al prójimo, no con dinero sino con sus consejos”.    El padre Orlando Bottegal, de 81 años, más conocido como “Pochocho” falleció en un accidente automovilístico al chocar su automóvil contra una camioneta utilitaria que arrastraba un tren infantil. El 31 de mayo inició su último viaje, en el cementerio del Seminario Arquidiocesano, donde nació a la vida religiosa, descansa para siempre.

El médico de los pobres

Había pasado más de una década desde la fundación de la villa frente a la estación de ferrocarril y su población crecía a buen ritmo junto con su aspecto de pueblo. Contaba desde hacía unos años con un par de boticarios para atender las demandas de preparados y medicamentos, pero no había ningún médico. La necesidad de contar con un profesional llevó a conformación de la Comisión Pro-Médico que estaría presidida por el director de la Escuela, don Cecilio Villalonga.  El primer intento por lograrlo fue a través de un conocido suyo, el doctor Juan Rossi que hacía poco se había instalado en la cercana ciudad de Santa Elena. En diciembre de 1917, mediante una carta, intenta convencerlo de mudarse a la Villa tentándolo con un negocio de comisiones para el que alquila la casa de Esteban Bogado, calle de por medio con la escuela. El negocio funcionó un tiempo, pero el médico no vino, por lo que la búsqueda debió continuar. Dada su permanente relación con funcionarios de Pueblo Brugo, de cuya inspección dependía la escuela, Villalonga se enteró de un nuevo posible candidato. Era un médico español que había vivido un tiempo en Brugo y que ahora estaba en Larroque. Después de varios intentos, logra hacer contacto y convencerlo de que la pujante Hasenkamp era una posibilidad más atractiva que el aún incipiente pueblito de Larroque. Una circular, de entusiasmada y elaborada prosa del maestro, desparramó entre los habitantes de la villa la feliz noticia de la llegada del primer médico. El doctor José Brage Villar era un auténtico gallego oriundo de la ciudad de Santiago de Compostela. Había nacido el 19 de marzo de 1884 y era el primero de los seis hijos de Ángel Brage Brage y Luisa Villar Rodríguez. La familia Brage Villar Don Ángel Brage Brage había nacido el 8 de abril de 1860, hijo de Antonia Brage Carreira y de padre desconocido, de ahí la repetición de su apellido materno. Su abuelo materno, Juan Brage de Touro, había fallecido apenas cinco días antes a los 58 años de una fiebre tifoidea cerebral. Su abuela Manuela Carreira de Arzúa acompañaría su crianza en la calle Pexigo de Abaixo N°13. Bautizan al niño en la parroquia del Sar. Desde muy joven se inicia como músico hospiciano y a los 20 años logra ingresar a la Banda Municipal de Santiago de Compostela para ocupar la plaza de saxofón que había quedado vacante y luego obtiene el puesto de clarinete. Permanece en la Banda durante once años, llegando incluso a dirigirla. En este tiempo también se desempeña como docente en la Escuela de Música de la Sociedad Económica de Amigos del País y en 1885 se incorpora como clarinete a la capilla de música de la catedral. Comienza a trabajar como violonchelista en el Teatro Principal de Santiago a donde se establece con su familia en una  vivienda de la planta superior del edificio ejerciendo las veces de una especie de casero del teatro. Además integra diferentes formaciones en grupos de cámara y llega a dirigir su propia banda popular Otra de las múltiples actividades de Ángel Brage fue la de afinador y reparador de pianos, según atestigua el aviso en un diario de la época donde ofrecía sus servicios con un instrumental recién traído desde Barcelona. Ángel y Luisa criaron a seis hijos: José (1884) Socorro (1885) Luis (1886) Rafael (1892) Matilde (1895) y Ángel (1903). Dos de ellos fueron también hijos de su talento y se convirtieron en grandes músicos de la cultura gallega. Luis Rafael Brage Villar Nació el 19 de noviembre de 1886 y, dado que creció en una casa donde la música estuvo presente desde antes de nacer, es comprensible que su primera formación musical hubiera comenzado de la mano de su padre. Pero pronto se incorporó a los cursos donde inició su carrera como pianista y muy joven llegó a ganar varios premios como solista, acompañar a músicos de prestigio y formar parte de reconocidos grupos de cámara. A los 21 años fue convocado al servicio militar y dos años después, llamado a filas para la guerra de Melilla en Marruecos. Sin embargo, esto no fue un freno en su carrera artística, ya que en esa ciudad es contratado como intérprete y director para amenizar las veladas en el Casino Militar y otras fincas militares. Allí se casa en 1912 con Asunción Buendía, pero el prematuro fallecimiento dos años después de su joven esposa lo lleva de regreso a Galicia en 1917. En Santiago de Compostela se desarrolla con gran éxito como compositor y director. Luego se traslada para dirigir en Madrid, Vigo y, finalmente llega a Ribadavia en Orense para hacerse cargo de la banda municipal La Lira, uno de los grupos musicales más antiguos del que sería, tal vez, su director más importante. Pues, bajo su dirección, este grupo se convertiría en un referente musical de Galicia en esos años. Luis Brage fue un activista cultural y un intelectual muy comprometido con la realidad de su tiempo, siempre estuvo ligado a los movimientos gallegos más progresistas y a la causa republicana de una manera explícita y pública. «Siempre he sido y seré un gallego de corazón que nunca se rindió ni pensó en renunciar a sus ideales regionalistas. […] En mis muchas composiciones se puede ver claramente la solidez de mi pensamiento y la buena intención de mis acciones. La causa republicana me tiene como un fiel soldado. ¡Viva Galicia! ¡Viva la República!»  «Al pueblo», El Noticiero del Avia, mayo de 1931. Por ello, en 1936, con la llegada del franquismo, fue destituido de su cargo, juzgado en un consejo de guerra y condenado a muerte. Su pena fue conmutada por treinta años de prisión, pero aun en esos años no dejó de hacer música organizando agrupaciones musicales con los otros prisioneros. Finalmente, luego de tres años de cárcel, fue absuelto en 1940. Su carrera artística fue cortada de raíz por el régimen franquista y apenas pudo ganarse la vida como profesor de música. En sus últimos años regresó a su ciudad natal, Santiago de Compostela, donde falleció el 17 de mayo de 1959. Luis Brage es autor de más de cien composiciones donde se puede encontrar la identidad musical gallega sustentada en las fuentes del folclore y en la tradición oral. En su obra están las ideas proyectadas por los intelectuales gallegos y los regionalistas de su época, en un lenguaje sonoro donde la gente puede sentirse identificada y comprender fácilmente su propia identidad musical. En Galicia no hay banda, orquesta o coro que no haya ejecutado su «Follas novas«, la rapsodia gallega por excelencia. A pesar del olvido que la dictadura franquista quiso imponerle acabó siendo un símbolo de la cultura gallega.   Ángel Brage Villar Es el hijo menor de la familia, había nacido el 28 de febrero de 1903, y desde sus primeros años mostró su precocidad musical acompañando en el piano a su padre violonchelista del Teatro Principal en las funciones de teatro y de cine. Siendo un niño que aún llevaba pantalón corto llegó, en algunas ocasiones, a tocar y dirigir la orquesta en el Teatro Principal. También a presentarse como pianista de variedades en los cafés de la ciudad, como El Argentino, en los que actuaron célebres cupletistas de la época dorada del género. Pronto comenzó a ganarse la vida enseñando música, pero era un pianista autodidacta a partir de la música que le enseñó su padre y debía validar sus estudios en el Real Conservatorio de Madrid. Debió realizar todos los exámenes de la carrera de piano en una sola convocatoria. Esa evaluación quedó en la memoria de mucha gente, porque no sólo aprobó, sino que mereció el premio de piano y el de música de salón en aquellas pruebas. Esto le valió conseguir una beca para viajar a París a perfeccionar sus estudios y seguramente iniciar allí lo que hubiera sido una carrera fulgurante de concertista, pero el inicio de la guerra frustró sus posibilidades. Aprovechó este tiempo para estudiar y prepararse para ser profesor del Conservatorio de Madrid, pero no pudo presentarse a las oposiciones que fueron convocadas sin aviso y dejaron afuera a él y a otros interesados a los que solo les llegó la información de a quienes les habían otorgado las cátedras de piano. Ángel Brage poseyó condiciones excepcionales de gran técnica, fuerza, musicalidad y refinamiento para el piano pero, de alguna manera, fue una víctima de la situación de su tiempo que determinaron que su actividad como músico de tanto talento se hubiera reducido a Santiago y a Galicia en vez de haber desarrollado una carrera internacional, para la cual tenía todas las facultades exigibles. En 1919 comenzó a dar clases particulares de piano con solo dieciséis años y en 1926 se convirtió en el profesor más joven de la Escuela de Música de la Sociedad Económica de Amigos del País. Impedidas sus posibilidades de desarrollo como concertista se abocó a su tarea docente siendo el formador de innumerables alumnos que lograron gran prestigio como artistas. En 1936 se hizo cargo de la Dirección de la Escuela, cargo que desempeñó hasta su jubilación Desde su creación se había luchado infructuosamente por integrarse al Conservatorio Nacional para que sus títulos fueran oficiales. Recién se logró en 1953 bajo la dirección de Ángel Brage quien fuera el primer director del Conservatorio de Música de Santiago El recuerdo de Ángel Brage representa el reconocimiento a quien dejó una honda huella en la ciudad como músico y como maestro aunque no consiguiera la relevancia internacional que merecía. Falleció el 3 de noviembre de 1983 en su domicilio de la calle República del Salvador en Santiago de Compostela, a los 80 años de edad. Queda en su homenaje su nombre en la sala principal del Auditorio de Galicia.  José Brage Villar Aunque José, el hijo mayor de los Brage Villar no seguiría el camino de la música, no se quedaría atrás en demostrar igual capacidad de estudio y de inteligencia natural. En 1908, a los 24 años recibiría el título de Licenciado en Medicina y Cirugía con una calificación sobresaliente, expedido por el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de España en nombre del Rey Don Alfonso XIII. Se han perdido las razones por las que el joven médico decide emigrar a la Argentina, probablemente tuvo que ver el inicio la Guerra de Marruecos que tuvo un amplio rechazo en los jóvenes de los sectores populares españoles que eran los que engrosaban las filas de soldados porque no tenían el dinero necesario para librarse del servicio militar obligatorio. La cuestión es que abandona Galicia y llega como inmigrante al pueblo de Brugo que por entonces avanzaba hacia su apogeo como cabecera del departamento y superaba ampliamente a los puertos de la costa del Paraná con un importante número de habitantes y el establecimiento de conocidas industrias nacionales e internacionales. Se radica allí durante una temporada hasta que se traslada a Urdinarrain, allí conoce a Lucía Pasetti Mansilla con quien contrae matrimonio en 1917. Posteriormente se traslada a Larroque, donde el 13 de junio de 1918 nace su primera hija Celia (Tucha). Pero, como no ha logrado adaptarse a la aún dispersa población sobre la costa del Uruguay, cuando le llega la invitación para una posibilidad de mudarse a Hasenkamp no lo duda y parte con su esposa y su niña de apenas unos días. Llegada a Hasenkamp El ruidoso recibimiento en la Villa aquel lunes 1° de julio de 1918 por parte del maestro Villalonga y un buen número de vecinos fue la mejor confirmación de que había tomado la decisión correcta. Se armó para él un precario consultorio en una casa de zinc existente en la manzana 7, lote c, sobre la actual calle Ramírez. En aquellos primeros días de su llegada a Hasenkamp, actúa más como un médico ambulante con su maletín a cuestas yendo a cada domicilio de sus nuevos pacientes. Al año siguiente nace su segundo…

El mojón de la Plaza.

“Instituto Geográfico Militar. Ley 12.696. Ejército Argentino: Hasta cuatro años de prisión a quien destruya esta señal” Reza la placa de bronce empotrada en cemento que se encuentra en el ángulo que establecen las calles Brage Villar y 3 de Febrero de nuestra plaza Central. Un caluroso día de verano de 1944, vehículos militares comienzan a bajar equipos en la plaza central, que para aquellos años dejará de ser cancha de fútbol, un mástil se construye en el centro de la manzana y todavía se conserva el alambrado que rodeaba la cancha.  El despliegue de teodolitos y otros instrumentos de medición comienzan a localizar un lugar auxiliados por cálculos matemáticos extraídos con la ayuda de voluminosas carpetas. los hombres vestidos con ropas militares, observan hacia los distintos puntos cardinales. El espacio es abierto, solo se encuentra en un lateral la comisaria que había sido construida en 1936 y una pequeña capilla, en los otros laterales de las polvorientas calles solo algunas precarias casas.Con la utilización de instrumentos como sextantes, astrolabio y teodolítos capaces de medir ángulos, cuentan con un semicírculo o círculo graduado de 180° a 360°, con lo que es posible medir ángulos entre una estrella y el horizonte. De esta manera, si el operador del instrumento conoce la elevación de la estrella y la hora del día es posible determinar , con cálculos matemáticos, la latitud del lugar con precisión. Los militares comienzan a construir una pequeña base de cemento donde incrustan  una placa de bronce.  Se trata de una de las tantas señales que el Instituto Geográfico Militar, disemino por todo el territorio argentino para señalar referencias, en este caso señalando la latitud del lugar.  Se menciona la Ley 12.696, también llamada “Ley de Carta”, esa norma se promulgó el 3 de octubre de 1.941, y dio comienzo, en forma sistemática y regular, a los trabajos geodésicos y de relevamiento topográfico en forma uniforme en todo el país, esa señal fija una referencia para la realización cartográfica oficial, los mapas.  El instituto Geográfico nace con la Expedición que julio Argentino Roca, Ministro de Guerra del Presidente Avellaneda realizó en 1879, denominada “Conquista del Desierto”, ante la necesidad de reconocer el territorio nacional por el avance de las fronteras, nace como Oficina Topográfica Militar y en 1.904 luego de un proceso de reorganización adopta el nombre de Instituto Geográfico Militar. En 1.919 el Gobierno Nacional le asignó la responsabilidad de la elaboración de la cartografía oficial del territorio nacional y la realización de los trabajos geodésicos para apoyar la actividad civil, además de la militar.  Con la ley de la Carta (Ley N° 12.696) comenzaron a instalarse estos miles de mojones para testificar los levantamientos topográficos y geodésicos en todo el territorio nacional. En 2009, el Instituto paso de la órbita militar a la civil denominándose Instituto Geográfico Nacional incorporándose a la Secretaria de Planeamiento del Ministerio de Defensa. Con la incorporación de las computadoras, GPS y los satélites estas señales se transformaron en obsoletas.

Estatua de los Hermanos Hasenkamp

  La estatua de los Hasenkamp es obra del escultor Manuel Géricke, fue elaborada por este en 1972 e inaugurada el 25 de mayo de 1973.   Don Manuel Géricke, fue un soñador, tal vez un bohemio. Llegó en una oportunidad a nuestra villa, por el año 1969, por una causa fortuita, acompañando a un funcionario que tenia algo que ver con la municipalidad.   Géricke entabló con el intendente de Hasenkamp, don Hugo A.F. Ruiz Moreno, una amistad franca, y le relató en su entrevista riquísimas anécdotas de su vida bohemia y de artista.   Siguiendo a su particular inclinación de bohemio, muy joven se lanzó a conocer el mundo. Para ello se enroló en un buque mercante. Así fue que recaló en lejanos lugares de Asia (Indonesia, Filipinas, Malasia), donde vivió mucho tiempo y conoció diversas prácticas de curaciones y milagrerías de aquellos pueblos.   Estuvo también en África, conviviendo con varios pueblos de ese continente.   Sus principios de vida lo llevan a una integración permanente con lo natural, librado del materialismo que suele ser perjudicial.   Era un hombre sumamente culto y agradable, y a su vuelta a su país después de varios años de corretear por el mundo, fue a recalar en el sur, en las minas de carbón de Río Turbio, donde acompañaba su trabajo con el arte, la escultura, la que constituía su pasión.   Allí, a través de sus obras fue descubierto por la Directora de Cultura Provincial; una artista y escritora también. Con ella terminó casándose y por 1968/69 volvió a su Entre Ríos natal, radicándose con su familia en Paraná, donde se dedicó de lleno a la Escultura.   Ante estos hechos el señor Intendente dejó entrever el deseo de elaborar el homenaje a Eduardo y Federico Hasenkamp. Géricke pidió fotografías, indagó sobre sus costumbres y los plasmó. Como queda dicho se los emplazó allí en nuestra plaza en 1973. Juan Carmelo Salamone «Historia de Hasenkamp», 1996

Creación del Municipio

Desde 1946 los pobladores de la Villa se organizan para solicitar al gobierno provincial la creación del Municipio, pues reunían los requisitos establecidos en la Constitución Provincial. La constitución establecía dos categorías de municipios, los de primera con una población mayor a los 5.000 habitantes y los de segunda, con menos de 5.000 y más de 1.500 habitantes. A Hasenkamp le correspondía el municipio de segunda categoría, los cuales eran gobernados por una Junta de Fomento compuesta de siete miembros titulares y siete suplentes. La solicitud de creación ingresó a través del expediente V/I-94/128 Lb-3-1946 y durante cinco años no se definió la creación del Municipio, hasta que el 27 de junio de 1951, a través del decreto N° 2.438 M.G. se establece: Vista estas actuaciones en las que varios vecinos de Estación Hasenkamp, Departamento Paraná, interesan la creación en esa localidad de una Junta de Fomento, y            Considerando:   Que la gestión fue iniciada conforme a las disposiciones del artículo 4° de la Ley Orgánica de Municipios y tramitada, también a sus disposiciones.   Que se ha levantado el censo de la población existente en esa localidad, el que ha arrojado la cantidad de dos mil cuatrocientos sesenta y nueve habitantes, como asimismo que él ha tenido la aprobación a que se refiere el artículo 5° de la Ley 3001 en la Ley 3265 del 12 de septiembre de 1950.   Qué siendo así debe la localidad de Estación Hasenkamp erigirse en Municipio con derecho a tener Junta de Fomento, Artículos 1°, 2°, 3°, 4° y concurrentes de la Ley Orgánica de Municipios y 181° de la Constitución de la Provincia.   Por ello, lo dictaminado por el Fiscal de Estado y de conformidad con la facultad conferida en el artículo 5° de la Ley N° 3001.         El Gobernador de la Provincia         Decreta:   Art.1° – Declárese Municipio de Segunda Categoría, con todos los derechos y obligaciones emergentes de las disposiciones legales vigentes, al centro de población con nombre Estación Hasenkamp, Departamento Paraná.   Art.2° – Establécese los siguientes límites jurisdiccionales para el nuevo Municipio; al Norte con campos de Sucesión Julio Parera y Sra. Ana Gorska de Parera y de don Juan José Reynal; al Sur campos de la Sucesión Julián Urrutia, Sr. Ernesto Luchessi, Sr. Juvenal Antelo, Sucesión Jorge Gerbotto, Sociedad Fomento Territorial Sub-Americano, Sra. Matilde Cían de Arduino y Am. De Furlán; al Este con los lotes 39,47, y 71 de la Colonia Oficial N° 4 Dr. Luis Etchevehere y al Oeste con campos de la Sucesión Coll, hoy de Podversich Hnos., Sr. Clemente Gian y Sr. Luis Varisco.   Art.3° – Comuníquese, etc. Firma el Gobernador Ramón Amancio Albariño. Según el Art. 5° de la Ley de Municipios se debía llamar a elecciones dentro de los 90 días. Estas se llevan a cabo el 11 de noviembre de 1951 obteniendo el triunfo el Partido Justicialista sobre la Unión Cívica Radical. El 3 de junio de 1952 se reúnen por primera vez los miembros electos de la Junta de Fomento donde se elige como Presidente (Intendente) al Sr. Isidoro Méndez, el cual presta juramento el día 4 de junio. El flamante Municipio se instala en el edificio alquilado a la Sucesión Ambrosio Bergna, sobre calle Sarmiento que en la actualidad ocupa el Sanatorio Hasenkamp. En 1964 se adquiere el inmueble perteneciente a la Sucesión Gerbotto en la calle 3 de Febrero y Diagonal Libertad donde en la actualidad funciona el Profesorado.

La huella de Ramón Carrillo en Hasenkamp

Con la aparición de la pandemia del Coronavirus, la salud pública ha tomado una significativa  importancia. En estos días surgió la noticia de la emisión de un supuesto nuevo billete de alta denominación que tendría el reconocimiento a las figuras de dos prestigiosos médicos. Esto trajo aparejado una sorpresiva cantidad de críticas a uno de ellos, el Dr. Ramón Carrillo, acusándolo de nazi. ¿El Dr. Carillo nazi? ¿El Negro Carrillo nazi? Un santiagueño que se titulaba a sí mismo “Negrocirujano” porque era, por línea materna, descendiente de quechuas y había sufrido en carne propia el sojuzgamiento de las clases dominantes blancas aparecía ahora como simpatizante de un movimiento político racista e imperialista. Un nazi, elitista, totalitario, antisemita y ario. Su mejor amigo y colega fue el Dr. Salomón Chichilniskhy, un judío nacido en Ucrania y entrerriano por adopción, que llegó con su familia a la Argentina a principios del siglo XX en el marco del plan de colonización agrícola del Barón Mauricio Hirsch para judíos marginados de la Rusia zarista y se instaló en Ubajay, junto al río Uruguay. “La Gama” sería otra de esas colonias del plan del Barón Hirsch. Salomón se recibió de médico en la Universidad Nacional del Litoral en Rosario y en 1937 atendió a Carrillo de una hipertensión y se convirtió en su amigo y posterior colaborador llegando a ocupar un importante cargo a su lado cuando Carrillo estuvo al frente del Ministerio de Salud. Para 1942, con 36 años, Carrillo, ya era titular de la cátedra de Neurocirugía de la Facultad de Medicina y uno de los tres neurocirujanos más prestigiosos del mundo con importantes investigaciones y aportes de nuevas técnicas de diagnóstico neurológico. Pero abandonó la actividad privada, que podría haberlo hecho rico, para dedicarse a los pobres convirtiéndose en médico sanitarista. Además, era jefe de Neurocirugía del Hospital Militar y se dice que allí conoció como paciente al coronel Juan Domingo Perón con quien compartía largas conversaciones y que fue quien lo convenció de colaborar en la planificación de la política sanitaria del país. Cuando en 1946 asume la presidencia, una insignificante Dirección Nacional se convierte en Secretaría de Salud Pública y luego, con la Reforma constitucional de 1949, es transformada en Ministerio, y a su frente, designado el Dr. Ramón Carrillo. “Mire Carrillo, me parece increíble que tengamos un Ministerio de Ganadería para cuidar a las vacas y que no haya un organismo de igual jerarquía para cuidar la salud de la gente” habrían sido las palabras de Perón cuando le ofreció el cargo. Carrillo fundaría las bases de la medicina preventiva mediante un plan integral que ubicó a la Argentina a la vanguardia entre las naciones más avanzadas en el tema. En su “Teoría del Hospital” señala tres categorías médicas y sus respectivas equivalencias arquitectónicas: a) la medicina asistencial, a la que responde la arquitectura hospitalaria; b) La medicina sanitaria, servida por la ingeniería sanitaria; y c) La medicina social, a la que responde el Centro Sanitario, en palabras del autor: “Toma al hombre vertical, cuando todavía camina, mientras el hospital toma al hombre horizontal, cuando inevitablemente debe guardar cama”. En esta nueva concepción surgen dos formas arquitectónicas que levantaría su Ministerio: El Centro Sanitario y la Ciudad Hospital. El Centro Sanitario, distribuido en cada rincón del país, estaba integrado por un conjunto de consultorios polivalentes y un eficiente servicio social destinado a la captación de enfermos, el reconocimiento de sanos y los tratamientos ambulatorios. Mientras que la Ciudad Hospital estaba ubicada en las capitales de provincia o en ciudades importantes de una región como polos de alta complejidad. En estos centros se estableció la gratuidad de la atención de los pacientes, los estudios, los tratamientos y la provisión de medicamentos. Carrillo impulsó la creación la primera fábrica nacional de medicamentos y el apoyo económico a laboratorios nacionales con el fin de lograr el abastecimiento de remedios a bajo precio para que toda la población tuviera acceso a los remedios. Creó un tren sanitario totalmente equipado para realizar análisis clínicos y radiografías y ofrecer asistencia médica y odontológica recorría el país durante cuatro meses al año llegando hasta los lugares más remotos, en muchos de los cuales nunca había estado un médico. Se iniciaron campañas intensivas de vacunación y en pocos años se logró la erradicación del paludismo, la tifus y la brucelosis, combatir casi por completo la sífilis y la tuberculosis, disminuir el chagas y descender la mortalidad infantil a la mitad. Pero ¿qué tiene que ver el Dr. Carrillo con Hasenkamp? En primer lugar tenían la misma edad, ambos habían nacido en 1906. Desde su Ministerio, Carrillo, había gestionado la creación de más de 240 centros hospitalarios a lo largo del país y más de medio centenar de institutos de especialización, muchos de ellos, en colaboración con las provincias. En el caso de Entre Ríos las obras se llevaron a cabo durante la gobernación de Héctor Domingo Maya. Durante esta gobernación se llevó a cabo la construcción de numerosos hospitales en la provincia, entre ellos el de Villa Hasenkamp, que comenzó su construcción en 1948 y abrió sus puertas a la atención al público el 13 de abril de 1950 bajo la Dirección del Dr. José Brage Villar. Para realizar su obra, el Dr. Carrillo trabajaba en total articulación con Eva Perón y su Fundación con quien compartía una concepción social de la medicina que debía orientarse no solo hacia los “factores directos de la enfermedad –gérmenes, microbios– sino hacia los indirectos, la mala vivienda, la alimentación inadecuada y los salarios bajos”. Por ello, cuando se construían viviendas u hospitales para el pueblo, estos debían ser los mejores. Así se involucró hasta en la arquitectura hospitalaria y eligió para sus construcciones el chalet californiano que respondía al Mission Style (Estilo Misionero) que fuera importado desde EEUU en la década de 1920 por la clase media y alta de Argentina. Este estilo, que venía de la tradición hispanocriolla, se destaca por una construcción compacta con techos a dos aguas con tejas españolas, un remate de frontis curvo sobre la entrada principal con paredes blancas, galerías con arcadas, un jardín delantero y un pequeño muro de no más de medio metro de altura que lo separa de la calle. Esto es lo que uno ve al observar la fachada del Hospital de Hasenkamp. A las tejas se las llevó una reforma en 1987 que cambió el techo por chapas de zinc y otras ampliaciones fueron cambiando otros aspectos de su figura original. Este estilo de construcción tan característico de los primeros gobiernos peronistas, fue retomado en la década del 90 durante el gobierno de Jorge Pedro Busti en algunas construcciones educativas. Un ejemplo es el Jardín de Infantes “Semillitas” de 25 de Mayo y Dr. Elberg. Pero aquel primer Ministerio de Salud Pública fundado por el Dr. Ramón Carrillo sería disuelto por el golpe de estado de la “Revolución Fusiladora” de 1955 con el dictador General Pedro Eugenio Aramburu. Con la relativa democracia de 1958, Arturo Frondizi retornó el Ministerio, pero la nueva dictadura de Juan Carlos Onganía volvería a disolverlo. Con el regreso de la democracia del presidente Raúl Alfonsín reaparece el Ministerio de Salud y Acción Social hasta los años vertiginosos de inicios del 2000 en que se unifican funciones. Con la presidenta Cristina Fernández se desdoblan las funciones y se vuelve a crear el Ministerio de Salud recuperando su importancia nacional. Luego, la gestión de Mauricio Macri vuelve a disolverlo degradándolo al rango de Secretaría hasta que el actual presidente Alberto Fernández lo restaura a su jerarquía inicial. Antes del Hospital de Ramón Carrillo no existía la salud pública en Hasenkamp. La atención médica era privada a cargo de los doctores, José Brage Villar que había llegado en 1918 y del Dr. Julio Haedo, en 1926. La atención por lo general, era ambulante yendo los profesionales al domicilio de sus pacientes. Solo existió un dispensario atendido por el Dr. Haedo con dos hermanas de apellido Díaz que eran las encargadas de aplicar inyecciones y funcionaba en un caserón sobre la calle Sarmiento, frente al domicilio del Dr. Julio Haedo. La casa estaba en los terrenos donde hoy se encuentra el Centro Cívico, pues justamente el antiguo y bello edificio del médico fue demolido para su construcción. En ese caserón habito durante muchos años la familia de Julio Alverto Chiecher (con v corta según el Registro). “Chispa” Chiecher trabajaba con un camión que tenía en el frente del radiador la caricatura de “Afanancio”, un conocido personaje de historietas en aquella época. Pero esa es otra historia.

La camiseta de Bertignono

Para 1950 el fútbol argentino ya había abandonado su etapa amateur para convertirse en profesional y, aunque la nueva Asociación de Fútbol Argentino solo reunía en sus campeonatos a los clubes de la capital, el conurbano y las ciudades de Santa Fe y Rosario, muchos equipos del interior comenzaban a organizarse y pretendían ingresar al torneo más importante del país. Ese mismo año se llevaría a cabo la primera edición de la Copa Mundial después de la guerra y se daría el recordado Maracanazo, cuando la inesperada selección uruguaya en la final le arruinaría al anfitrión, Brasil, su gran fiesta preparada de antemano. En la Liga Paranaense de Fútbol el club Patronato era el campeón más frecuente ostentando la supremacía regional desde su primer título en 1921. Mientras tanto en la Villa, el fútbol también había prendido desde hacía bastante tiempo atrás. Precisamente, en la década del ’20, Bautista Bertignono había fundado el “Hasenkamp Foot-ball Club” la primera institución deportiva formal. Después vendría el “Club Atlético Argentino” de la mano de los hermanos Jacinto y José María Ferro y, de una fusión posterior, surgiría el “Club Atlético Hasenkamp”. Este equipo estaría activo hasta 1946 en que deja de funcionar. Esto se debe al propio desinterés de sus participantes y al hecho de perder su cancha porque en su centro se construye un mástil, pues ese terreno estaba destinado, desde el diseño original, a ser la actual plaza del pueblo. Durante cuatro años se diluye su actividad futbolística, hasta que en 1950 a instancias de Fernando Bertignono vuelven a reunirse y retoman el equipo. Seguramente el nuevo Mundial de Fútbol a jugarse en Brasil no ha sido casual en este resurgimiento del fútbol. En otra parte del pueblo, de los frecuentes picados de potrero, también se gestaba un nuevo club. Liderados por Dionisio “Monicha” Cóceres, se reúnen Héctor “Gringo” Bogado, Deheer Miser, Tomás “Tomaco” Segovia, César “Sandunga” Gómez, Raúl “Cuica” Godoy, “Pirucho” Alarcón, “Quitito” Martínez, Luis “Luiyi” Acosta, Esteban “Reye” Monzón, Amado “Cogo” Miser y Chaparro Godoy para organizar formalmente un nuevo equipo de fútbol al que denominan “Sarmiento”. Construyen su cancha en un lote ubicado en Almte. Brown que pertenecía a los hermanos Capurro. Estos poseían a la vuelta su Almacén de Ramos Generales, con acopio de leña, carbón y cereales sobre calle Ramírez, entre Dr. Haedo y 25 de Mayo. Cuando se disuelve la sociedad, Enrique Capurro vende el terreno al Dr. Rubén Ciliberti, que continuó por muchos años cediendo el lugar para la práctica del fútbol. Ya tenían nombre y cancha, pero faltaba una camiseta que los identificara. Entonces vuelve a aparecer en escena Fernando Bertignono que tenía un local de librería y tienda junto a su casa familiar en calle Urquiza. También era dueño, en la siguiente cuadra, del Hotel Italiano, que mucho después sería propiedad de la familia Wensel. Bertignono, no solo era un comerciante próspero sino, fundamentalmente, un amante de los deportes y, así como había promovido el resurgimiento del desaparecido Club Atlético, ofrece ahora regalarle un juego de camisetas al nuevo equipo que surgía. Entendía, con buen criterio, que la mejor manera de fortalecer a su equipo era ofrecerle una buena competencia y decide apoyar a estos jóvenes que podrían iniciar una productiva rivalidad. Para lo cual recorre las tiendas del pueblo sin mucha suerte hasta que encuentra un equipo completo y a la venta en la tienda de los hermanos Rottman. Los hermanos Celio y Bernardo Rottman tenían una gran tienda en la esquina de Av. San Martín y San Lorenzo y a continuación su casa de familia sobre la avenida. Eran buenos jugadores de pelota a paleta, que practicaban en el frontón que estaba enfrente de su negocio y que fuera construido por Isidoro Méndez y después conocido como lo de Vicente Guarascio, junto a su legendario bar y terminal de ómnibus. Por otra parte, Celio Rottman sería el primer candidato a presidente de la Junta de Gobierno que tuvo la UCR en Hasenkamp. Cuando Bertignono compró las camisetas solo había un juego disponible y era a bastones verticales, azules y amarillos, como la camiseta de Rosario Central. Y esa fue la primera casaca que vistió el original equipo del Club Sarmiento en sus inicios en 1950. Al año siguiente formalizó su existencia y fijó al 9 de julio como su fecha de fundación con el definitivo nombre de Club Deportivo y Cultural Juventud Sarmiento. Aquella primera comisión directiva de la institución designó como su presidente a Pablo Segovia. Años después el nuevo equipo ya se había hecho de un nombre dentro de los campeonatos de la zona y se sumaba a los torneos de la flamante Liga de Fútbol de Paraná Campaña. También los colores habían cambiado y una nueva camiseta iba a identificar su pasión por siempre. El diseño, surgido de la creatividad de Amado Miser, conjugaba el color blanco con una banda verde atravesando el pecho.

El duelo

En la desapacible noche del 22 de mayo de 1931 había muy pocos parroquianos en el bar de Gazzano. En la mesa de billar jugaban y charlaban ruidosamente Amado Tesoro y Juan Andretich, un estanciero casado con Margarita Repeto. Aunque el bar, ubicado en la esquina de Andrade y Sarmiento, estaba apenas a una cuadra de la comisaría no había pasado desapercibida la figura de un agente uniformado que observaba cada tanto hacia el interior del negocio desde la vereda de enfrente. El viento y el frío hacían muy destemplada la noche por lo que las puertas estaban cerradas, pero con los postigos abiertos. Por la puerta de la esquina que daba frente al mostrador, Luis M. Gazzano vio varias veces asomarse al milico como explorando el lugar hasta que en un momento apareció el comisario Domingo Irineo Mendoza con un agente. Apenas ingresado al local, con voz potente el comisario ordenó el arresto de Andretich. El estanciero continuó jugando sin hacer caso a la orden y cuando se reiteró le contestó que no estaba dispuesto a dejarse llevar. El comisario Mendoza ordenó a su agente: “Desármelo y deténgalo aunque sea por la fuerza». Cuando el agente, sable en mano, se dispuso a acatar la orden, Andretich extrajo su revólver apuntándole. El policía se zambulló detrás de la mesa de billar para protegerse del primer tiro. A su vez, Mendoza sacó su revólver y se sucedieron los disparos. Gazzano, desesperado por estar en la línea de fuego, intentó refugiarse en el vano de la puerta pegando el rostro a la hoja de la misma. Uno de los proyectiles le dio en una nalga, pero tardará en darse cuenta de que ese líquido caliente en su pierna era su propia sangre. Cuando Andretich agotó sus balas ofreció su revólver al agente y se entregó. El comisario le ordenó que lo llevara al calabozo y ambos se dirigieron hacia la comisaría. Don Tesoro, saliendo de su refugio, se acercó al comisario y le preguntó si estaba herido. «No me ha pasado nada», respondió Mendoza con sequedad, se dispuso a salir y, al traspasar el umbral, se derrumbó muerto. Un disparo le había dado de pleno en el corazón. Juan Andretich fue remitido a la cárcel de Paraná, pero al poco tiempo, puesto en libertad. Aunque abandonó de forma definitiva sus posesiones, después de muchos años se lo vio de forma fortuita en la Villa. El acta de defunción dice: En Estación Hasenkamp, a los 23 de mayo de 1931 ante el Alcalde Simón Romero compareció Enrique Aquino, argentino de 36 años soltero, declaró que a las 23 horas del día de ayer falleció en esta Estación Domingo I. Mendoza de heridas de arma de fuego, según certificado del Dr. José Brage Villar. Masculino de 45 años, soltero, Comisario de Policía, argentino. Aunque el Acta de Defunción dice soltero, el comisario Mendoza tenía una esposa de apellido Luchessi y un hijo pequeño.  A este hijo, llamado Úrico, lo crió un tío, hermano del padre que también era policía. Úrico se radicó en Buenos Aires, fue Policía Federal, pidió la baja, volvió a Hasenkamp y puso una carnicería en la esquina de Urquiza y Sarmiento. Tuvo dos hijos, Daniel y Tato, que también fue policía y se retiró con el cargo más alto de Comisario y hoy es custodio en la gobernación. Él mismo comentaba que el duelo de su abuelo con el estanciero fue por un problema de polleras. Su abuela estaba embarazada cuando murió Mendoza, como no estaban casados, la niña al nacer llevó el apellido Luchessi de la madre.

La barraca

Márquez de Castiglioni fue un militar de carrera que había emigrado de Italia y fue amigo de Bartolomé Mitre. En 1865 ofrece sus servicios al gobierno argentino y muere combatiendo en la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. Uno de sus hijos, Bartolomé Castiglioni, que fuera nombrado así en honor a Mitre, se casa con una mujer de apellido Bogado y se instala en Entre Ríos, en General Paz cerca de Cerrito. Al pasar el tiempo uno de sus hijos se muda con una carnicería a la recientemente creada Villa Hasenkamp. Por su parte, Jacinto Ferro era un barraquero de la ciudad de Villaguay que decide expandir su negocio y envía a su hijo del mismo nombre a establecer una barraca en Hasenkamp en el año 1924. Este trae como empleado  a un joven de 17 años llamado Cesario Rodríguez y se establece en las calles Cuatro y Siete (3 de Febrero y 25 de Mayo, la esquina frente a lo Guito Estéfani). Luego vendrían a trabajar con él sus hermanos, el “Rengo” Ferro, famoso DT del club Atlético, Ramiro que sería el primer farmacéutico con título del pueblo, y Miguel. Al lado de la Barraca, sobre la calle Siete (actual 3 de Febrero) se encontraba la carnicería propiedad de José Castiglioni. Desde Gral. Paz, donde vivía con su padre, Paula, cada quince días andaba en sulky las casi cinco leguas para visitar a su hermano José y lavarle la ropa. Los fondos de la carnicería, donde Paula lavaba la ropa de su hermano, daban a los fondos de la barraca donde el joven Cesario Rodríguez lavaba los cueros para quitarles la sal antes de ser enviados a Paraná. Los jóvenes se conocieron, se enamoraron y al poco tiempo se casaron. Cesario aprendió a leer y a escribir enseñado por Paula. Compraron una propiedad sobre Bvard. Centenario (actual Andrade) perteneciente a los loteos Sacia. Tiempo después, Cesario se asoció con Miguel, el menor de los Ferro, y pusieron su propia barraca. Para eso alquilaron un local perteneciente a Enrique Capurro en el Bvard. Ramírez, donde hoy funciona la Cooperativa 25 de Mayo. En la barraca se acopiaban cueros, lanas, crines de caballo, colas de vaca, huesos y vidrios.  Los cueros de vacas y ovejas se compraban a las carnicerías y a los productores rurales. Mientras que los cazadores proveían todo tipo de cueros de animales como liebres, iguanas o zorros. Los animales cazados debían cuerearse por el lomo, pues el cuero de la panza era el más apreciado. Los cueros eran tratados con sal en granos y se los apilaba hasta su venta en que se les sacaba la sal para trasladarlos. Alrededor de 1948, Cesario Rodríguez le compra la otra mitad de la barraca a Miguel Ferro. También compra a Gertrudis Hasenkamp de Ziegler una parcela de campo lindera al cementerio. Dona una parcela de este campo al cementerio donde se construyó el primer cuerpo de nichos. La barraca de Rodríguez continuó funcionando y recibiendo los aportes de muchos gurises que juntábamos huesos y vidrios para conseguir algunas monedas. En 1976 cerró definitivamente sus enormes portones.

Segunda construcción

Según la tradición, la primera casa de imagen imponente fue la de Máximo Godoy ubicada en la Manzana 10, lote a, actual esquina de Sarmiento y Elberg. El lote había sido comprado por Amalia B. de Godoy en 1914. Posteriormente esta propiedad fue adquirida por la familia Gerbotto y sus descendientes la vendieron a Carlos Varela, su actual propietario. Gracias a las gestiones de una Comisión Pro-Banco y del senador Ramiro Ferro, en 1960 se instala en este edificio una sucursal del Banco de Entre Ríos. Funciona allí hasta la década del 70 en que se traslada al haber finalizado su edificio actual. La instalación de esta sucursal bancaria y la necesidad de tener empleados con estudios secundarios dio origen a la creación de la Asociación Mariano Moreno de Fomento Educacional que crearía el Instituto Secundario Comercial Mariano moreno en 1959. El edificio se mantiene en su forma original en el frente recibiendo diferentes reformas en su interior. En la década del 80 funcionaron algunos boliches bailables conocidos en esa época como “confiterías” En la actualidad está ocupado por locales comerciales.

Don Eulogio Acosta

Era un habitante de la Manzana 30, vecino de los Fernández, una persona muy especial que llegó a Hasenkamp como tropero ayudando a mucha gente que se dedicaba a la compra y traslado de hacienda y más tarde ayudando en las carnicerías o haciendo algunas changas como arriero. Conocí a don Eulogio en los primeros años de mi infancia cuando él era ya un hombre maduro, casi anciano. Vivía muy cerca de mi casa junto a su compañera Asunción, mucho más joven que él. Ella vivió muchos años, siendo casi centenaria, en la casa de su buen hijo Luis y su nuera Gladys. Traigo a la memoria el nombre de sus hijos: Indio, China, Pancho, Cococho, Alicia, Luis y Felipe. Algunos de ellos viven aún en esta localidad, lo mismo sus nietos y bisnietos. Tengo en mi retina a don Eulogio con su vestimenta oscura, su saco, sus bombachas, sus polainas de las que asomaban sus gastadas alpargatas y su chambergo con el ala doblada hacia atrás. Lo recuerdo ensillando su caballo rosillo muy temprano para salir a buscar el sustento para su familia o a su figura bajo la sombra de las inmensas higueras que lo protegían en las calurosas siestas del verano. Su andar era lento, yo diría sigiloso, su hablar bajo y pausado, sus ojos casi nublados por el paso del tiempo y su casi imperceptible sonrisa. Don Eulogio llegaba por las tardes a la ancha vereda de mi casa a conversar o, mejor dicho, a responder el interrogatorio al que lo sometíamos, deseosos de conocer el pasado de nuestra patria. Nos contaba que había servido, siendo muy joven, en el ejército de Urquiza en la confrontación entre unitarios y federales. Según él había ejercido como policía persiguiendo a fugitivos y cuatreros. Nosotros almacenábamos mentalmente sus narraciones sobre las luchas intestinas, el accionar de los gauchos matreros, sus costumbres y su forma, muchas veces sangrienta, de actuar. A veces nuestro cuestionario era derivado a otros temas, pero él callaba. No sé si lo hacía porque no le gustaba recordar algunas cosas o porque quería guardar sólo para él algunos recuerdos de juventud. Esas narraciones eran recompensadas con yerba y sus tan deseados cigarros. Luego de recibir el regalo se iba silbando bajito a fumarlos bajo sus queridas higueras. Don Eulogio llegó a este pueblo con un bagaje de ilusiones y esperanzas que desgraciadamente no se cristalizaron materialmente, pero sí dejó valiosos recuerdos en nuestras mentes juveniles que perduran aún en nuestra edad madura. Por haber enriquecido a nuestros conocimientos lo recordaré siempre con mucho afecto. ¡Gracias don Eulogio! Texto de Lilí   (Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler)

La Usina de Kochendoerfer

En 1925 llegó al pueblo Federico Kochendoerfer, un joven alemán de 26 años originario del antiguo municipio de Oberspeltach. En octubre de ese año adquirió el lote d de la manzana 7 (San Lorenzo y 25 de Mayo) donde construyó su vivienda y un local que tendría varios fines de acuerdo a los distintos proyectos que su enorme inventiva iría desarrollando. Fue taller mecánico, fábrica de hielo, de gaseosas o soda, herrería que forjaba cruces para las tumbas y, durante tres años, proveedor del agua potable para el pueblo. También llegó a poseer una máquina cosechadora con la que levantaba cosechas de trigo y lino en los campos vecinos. Pero su mayor construcción fue la primera usina eléctrica de la zona. Junto a su socio Guebart desarrolló el tendido de las líneas para los usuarios particulares y para el alumbrado público. La usina contaba con un generador de corriente continua de 220 voltios y 11 kilowatts accionado por un motor a gas pobre producido por carbón y el servicio eléctrico se iniciaba al atardecer hasta la medianoche. Para anunciar el final, quince minutos antes se transmitía una señal que consistía en tres apagones cortos o parpadeos, lo que advertía a los usuarios que debían preparar sus faroles. Con el tiempo el motor a carbón sería reemplazado por uno a diesel. El servicio de la usina de Kochendoerfer se mantuvo hasta 1959 en que la Municipalidad compró las líneas e instaló su propia usina con dos grupos electrógenos diesel en el local que hoy ocupa la Escuela de Artes y Oficios en la esquina de Sarmiento y San Lorenzo. Esta usina municipal funcionó hasta 1966 en que la villa comenzó a recibir energía eléctrica a través de la Empresa Provincial de Energía de la Provincia de Entre Ríos.

Capurro Hnos.

Carlos Antonio Brugo, fundador del pueblo que llevaría su nombre, era tío de Adela del Piano Brugo y convenció a su esposo Emanuel Capurro a instalarse en Brugo con un negocio de ramos generales. Dos de sus hijos menores, Enrique con 18 años y Silvio con 16 se dedicaron al acopio de leña, carbón y cereales en la zona. Con la llegada del ferrocarril, la construcción de la Estación Hasenkamp y de la villa, compraron en 1907 una extensión de tierras paralela a lo que hoy es calle Ramírez. Allí establecen la firma Capurro Hermanos, tenían una flota de carros tirados por bueyes dedicados al traslado de leña, carbón y cereales hacia el puerto de Brugo de donde traían mercaderías y materiales de construcción. En la esquina con calle Haedo se instala el Almacén de Ramos Generales, en el centro,  sobre calle Ramírez, los galpones de depósito (actual edificio de la Cooperativa 25 de Mayo) y casa de familia en la esquina de Ramírez y 25 de Mayo que fuera construida por Guillermo Marcuzzo, un albañil de origen italiano. Posteriormente el casa familiar fue ocupada por Enrique Murphy, un inglés que estableció en el lugar la primera veterinaria de la que se tengan noticias. Este edificio ha sido restaurado manteniendo sus características originales por sus actuales propietarios la familia Battau. Una muy elogiable actitud tan poco frecuente en una comunidad tan poco atenta a la belleza histórica der sus edificios.

El Profesorado

Este edificio fue construido en 1931 por los hermanos Gerbotto y el albañil constructor fue Francisco Passutti.   En él se instala una farmacia el Dr. Ramiro Cándido Ferro, que fuera el primer farmacéutico titulado, procedente de Villaguay. Hasta ese entonces hubo otros farmacéuticos o también llamados boticarios, pero eran idóneos, es decir, no poseían título profesional, pero sí estaban habilitados para ejercer.   Para la época el edificio era suntuoso, de amplios ventanales y con laboratorios instalados.   En 1950 el Dr. Ferro construye su propia farmacia y se traslada a calle Urquiza, donde hoy se encuentra el local de Ruiz Moreno Distribuciones.   En 1966 el edificio es adquirido por la Municipalidad y funciona allí hasta la década del ’90 en que se traslada al centro cívico. Al mudarse le cede el edificio al Profesorado Presbítero Orlando Bottegal que funciona actualmente en esas instalaciones.

La Marca

Probablemente desde que los humanos comenzaron a domesticar los animales surgió la necesidad de señalarlos de alguna manera para distinguirlos de los de sus vecinos en caso de que se mezclasen o para evitar el robo. Estas marcas, posteriormente, desembocaron en la fórmula utilizada para legalizar la pertenencia del ganado de forma oficial. Los registros más antiguos se remontan a 9.000 años a. de C. con muy diversos sistemas para señalar a los animales. El primer ganado que llegó a América lo trajo Hernán Cortés en 1537 al antiguo México y luego se extendió rápidamente por todo el continente. En 1576, ya instaurada la Gobernación del Río de la Plata dependiente del Virreinato del Perú, fue decretada la obligatoriedad de marcar el ganado. Don Juan de Garay y su yerno Hernandarias fueron los primeros estancieros en el Río de la Plata y la primera «yerra» precisamente se realizó ese año en Santa Fe la Vieja. En la provincia de Córdoba está el registro de un ganadero que reclamaba el reconocimiento exclusivo de su marca y que le fue concedida en 1585. La rigurosidad de esta legislación llevó incluso a que en 1606 se decretarse en Buenos Aires la prohibición de sacrificar o vender cualquier animal que no estuviese marcado. Para controlar las actividades ganaderas, el Cabildo de Buenos Aires creó en 1609 una oficina exclusiva para el registro de marcas y el primer ganadero registrado fue don Manuel Rodríguez, cuya marca tenía dos bastones cruzados.    Las marcas eran registradas en un libro de la Tesorería y se publicaba periódicamente una circular con las nuevas marcas. Ya en ese entonces se diferenciaba entre “señal”, hecha en la oreja del vacuno u ovino, y “marca” al signo aplicado en cualquier otra parte del cuerpo. Ya para los ganaderos de entonces la marca significaba mucho más que la identidad de sus reses. Era también su reputación, su escudo de armas y su historia familiar porque, con el agregado de algún símbolo al pasar de padres a hijos, las marcas se heredaban de generación en generación. También los productos comerciales comenzaron a tener “marcas” semejantes para ser reconocidas por una población en su mayoría analfabeta. Una cruz o unas rayas en una botella servían para indicar su contenido. Con la industrialización y el aumento de los productos, las marcas tuvieron un desarrollo paralelo y dejaron de indicar solo el contenido dentro de un recipiente para ser símbolos que representaban ideas abstractas y atributos como calidad y confiabilidad. Estas cualidades que se asociaban a una marca podían ser transferidas simbólicamente a otros productos nuevos. De esta manera las “marcas” comienzan a significar reputación, a tener valor por sí mismas y no por los productos que identifican, dejan de ser signos para convertirse en símbolos y los consumidores perciben que esos valores les son conferidos a sus personas cuando consumen esos productos u ostentan esas marcas. La Marca Hasenkamp Hnos. El 24 de junio de 1919 el Poder Ejecutivo de la provincia de Entre Ríos emite el Título de Marca para el ganado de la sociedad Hasenkamp Hermanos, anotado con el N° 226 del Registro General. La marca aprobada tenía el dibujo de la Cruz de Hierro, una condecoración instituida en 1813 en Prusia durante la Guerra de Liberación en contra de Napoleón Bonaparte. La misma fue retomada en la Primera Guerra Mundial y, luego de la derrota, en vez de perder prestigio se convirtió en un símbolo de orgullo militar y fue una de las condecoraciones más famosas a nivel mundial. La elección de este diseño tenía una historia muy personal para los hermanos estancieros. Eduardo Pablo, el hijo menor de Federico Hasenkamp, estaba en Alemania cuando se inicia la Primera Guerra y se incorpora como voluntario. Al año siguiente, con 17 años, es herido gravemente y recibe la Cruz de Hierro por valor en combate. Después de recuperar su salud, regresa a la guerra y cae en combate el 26 de septiembre de 1918 al sudoeste de Gercourt. Tanto la Cruz de Hierro como las marcas para ganado utilizadas por los hermanos Hasenkamp se pueden ver en el Museo Histórico Regional “24 de Agosto”.

Los Fundadores

Carl Wilhem Eduard Hasenkamp llegó al país en 1866 cuando tenía 20 años para trabajar como empleado en la casa matriz del grupo Lahusen y Cía., un negocio de importación de pieles y lana desde América del Sur que poseía varias sucursales y extensas fincas para la cría de ovejas, especialmente en la Patagonia. Trabajó por varios años para la firma, en los que se integró a la sociedad porteña y estableció contactos con integrantes de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y de la industria.   Entre ellos conoció a Germán Burmeister Sommer, hijo mayor del famoso naturalista y paleontólogo de prestigio internacional, quien, junto a su hermano, comerciaba productos hacia Brasil. Facilitaba su profesión el hecho de que su abuelo Sommer era dueño de una flota de navíos mercantes en Altona, Alemania Eduardo abandonó su empleo y Germán se independizó de su hermano para formar la Sociedad Hasenkamp-Burmeister que comerciaba productos de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos hacia Brasil y Europa y que se fue consolidando rápidamente. El buen funcionamiento de su empresa comercial le dio la seguridad necesaria y el 18 de febrero de 1880 se casó con Catalina Taligas, una húngara originaria del condado de Temes. Pero los viajes por las provincias eran constantes y fue madurando la idea de convertirse en hacendado. Trató de convencer a su hermano que residía en Alemania y se desempeñaba como mayordomo del Barón Von Schistedt en Posen (Poznań), Prusia. Finalmente, su hermano Johann Gerhard Friedrich Hasenkamp llegó en 1882 y lo acompañó en sus recorridas en busca del lugar adecuado. Ayudados por las políticas de colonización de la provincia de Entre Ríos, encontraron la oportunidad de comprar dos leguas cuadradas de campo en la parte norte del departamento Paraná en el distrito Antonio Tomás y María Grande Segunda. Estos campos habían pertenecido a La Colonizadora Argentina, una Sociedad Anónima compuesta por un grupo de ex gobernadores y funcionarios que habían impulsado varias leyes para exceptuar de impuestos las tierras destinadas a la colonización, realizado diversos loteos en más de cien mil hectáreas y promovido la venida de contingentes europeos. Al disolverse la sociedad y repartidos los campos entre sus integrantes, los hermanos le compran esa fracción al ex gobernador Ramón Febre y el 30 de julio de 1883 escrituran por un valor de 20.000 Pesos Fuerte Oro, pagando 10.000 en ese acto y el resto a un año. El siguiente paso fue establecer los trazos de los caminos teniendo en cuenta los existentes y diseñando nuevos con el Jefe Político Departamental, firmar el acuerdo y elevarlo al ejecutivo de la gobernación para su aprobación. Esto tardaría varios años en concretarse y recién el 20 de marzo de 1907 sería firmado el Decreto de aprobación por el Gobernador Parera y el Ministro Luis Leguizamón. Mientras la burocracia gubernamental legalizaba el acuerdo los nuevos propietarios formalizaron su empresa a la que denominaron “Hasenkamp Hermanos”, una sociedad civil dedicada a la agricultura y la ganadería donde ambos figuraban como socios capitalistas e industriales. Eduardo, con 37 años, dio por terminada su firma comercial y su vida en la ciudad y partió, junto a su hermano de 29 años, a construir su nueva vida de estanciero en medio de la llamada selva montielera. Comenzaron con el desmonte, la siembra de las primeras chacras, los corrales y la construcción del casco de su estancia a la que llamaron “Los Naranjos”. Buena parte de su capital se había ido en la compra del campo, en la construcción y en los primeros trabajos. Las ganancias tardaban y por ello deciden vender parte de sus terrenos. El 30 de marzo de 1886 escrituran la venta de media legua cuadrada a favor de Florencio Pérez. Cuando transcurría el sexto año desde el afincamiento en los campos entrerrianos les llega la noticia de que su padre Hermann Hasenkamp y su madre Johanna Roth se encontraban gravemente enfermos. Siendo que Federico aún permanecía soltero, parte hacia Alemania a mediados de 1889. A finales de ese año ambos padres han fallecido. En ese tiempo de permanencia en Alemania, Federico contrajo matrimonio con Gertrude Hillmer el 19 de marzo de 1890. Meses después, la pareja se embarcó en Hannover en el Vapor Belgrano hacia Sudamérica, pero su llegada a Buenos Aires coincidió con la Revolución del Parque, un levantamiento armado encabezado por Leandro N. Alem. Ante el bombardeo de la flota sublevada sobre la ciudad, el vapor en que llegaban debió seguir viaje hasta el puerto de Rosario. Ya instalados en Los Naranjos comienza la construcción de la convivencia de esa familia de cuatro integrantes. La joven esposa Gertrude había llegado embarazada de un niño que iba a llamarse Eduardo Cristian, pero la fatalidad quiso que naciera muerto el 27 de noviembre de 1890. Dos años después se concretaría con felicidad el deseo de paternidad con el nacimiento de Catalina Elisa el 3 de mayo de 1892 Luego llegaría Germán Juan el 9 de febrero de 1896 y Eduardo Pablo el 21 de enero de 1898. En 1906 llega la vía del ferrocarril del ramal que venía desde la ciudad de Crespo y pasaba por la propiedad de los Hasenkamp. El 7 de julio de ese año se impone por decreto el nombre de “Estación Hasenkamp” al paraje donde se construye la estación. El 24 de agosto de ese año, Eduardo presenta al Gobierno de la Provincia el plano con el diseño de Villa Hasenkamp. Dos días después se acepta en la parte formulativa su delineación y amojonamiento y el 19 de octubre es aprobado definitivamente por el Poder Ejecutivo. En la Navidad de 1920 una enfermedad terminal se lleva a Catalina Taligas, la esposa de Eduardo.    A fines del año siguiente llega a la estancia un joven alemán que se dedicaba a la perforación de pozos y la instalación de molinos y tanques de agua llamado Mauricio Ziegler. Al poco tiempo nace una relación entre este y Catalina, la hija de Federico Hasenkamp y doña Gertrudis Hillmer, que se concreta en un matrimonio en 1922. En los siguientes cuatro años se suceden los hijos: Eduardo Enrique, Ana María, Federico Germán y Gertrudis Elisa. Pero estos años de felicidad con los nuevos nietos y el bullicio de infancia que traían a la estancia se vieron truncados el 26 de mayo de 1927. Un fatal accidente con un arma se lleva la vida de Mauricio Ziegler y al mismo tiempo la de Federico Hasenkamp por su dolencia cardíaca al enterarse del hecho. Ante esta situación se convoca a Germán Hasenkamp que se encontraba en Buenos Aires desempeñándose como traductor en la oficina de Informaciones Parlamentarias. A los 31 años llega para hacerse cargo de la estancia. El 2 de noviembre de 1929, a los 83 años fallece don Eduardo Hasenkamp. Un año antes había renovado su testamento nombrando como herederos universales de sus bienes a sus dos sobrinos argentinos Catalina y Germán. El 25 de febrero de 1936 fallece doña Gertrudis Hillmer de Hasenkamp, la última de las fundadoras de Los Naranjos.

Eduard Paul Hasenkamp

Nació en Los naranjos el 21 de enero de 1898. Al cumplir los 14 partió a Alemania a realizar sus estudios en la ciudad de  Detmold, capital del distrito de Lippe. Allí lo encuentra el inicio de la Primera Gran Guerra de 1914 y se incorpora como voluntario. Al año siguiente cae herido gravemente y recibe la “Cruz de Hierro” Mientras se recupera de sus heridas es destinado a diversos  destinos. Ya restablecido, en mayo de 1918, regresa al frente con el grado de Subteniente de la Décima Compañía del Regimiento de Infantería de la Reserva N°36. Combate en la batalla de Verdún en el sector de Mort-Homme en la batalla más larga de la historia y donde murieron más de 450.000 combatientes alemanes. El 26 de septiembre de 1918, a los veinte años, cae en combate al sudoeste de Gercourt.

Germán Juan Hasenkamp

Germán Juan Hasenkamp nació el 9 de febrero de 1896 en la estancia Los Naranjos. A los catorce años viajó a Alemania a realizar sus estudios y permaneció hasta 1913. A su regreso hizo el intento de ingresar a la Escuela Naval Militar, pero sus problemas de visión se lo impidieron. Entonces cursó tres años de estudios en la Academia Pagano y en 1918 ingresó a la Facultad de Ciencias Económicas en Buenos Aires. Cuatro años después egresó como Contador Público Nacional y Doctor en Ciencias Económicas habiendo presentado su tesis “Función económica del camino”. En 1924 se incorporó como traductor de inglés y francés en la oficina de Informaciones Parlamentarias hasta el 1° de febrero de 1928. Al día siguiente, con 32 años se casa con Lidia Colomer de 20 años, una joven oriunda de General Sarmiento, provincia de Buenos Aires. Fue un activo militante de la Unión Cívica Radical siendo Elector en 1930, Diputado por Paraná Campaña de 1931 a 1934. En 1935 asume como Director del Banco de Entre Ríos hasta el año siguiente en que pasa a ser Presidente del mismo hasta 1939. Entonces pasa a ser Director por el Gobierno hasta 1945 en que pasa a ejercer la dirección por los accionistas. Es Vicepresidente a partir de 1950 y en 1952 presenta la renuncia junto al resto de los miembros del Banco. Falleció el 11 de mayo de 1957 a los 61 años en la estancia Los Naranjos.

Arado de Mancera

Dicen que viene de los pueblos de la Mesopotamia en el Oriente Medio, allá hace unos 5000 años. Entonces eran de madera, formados por una sola rama gruesa y se operaban con tracción humana. Después se usaron bueyes y otros animales domesticados. Con los romanos apareció la gran evolución: la cuchilla de hierro y la vertedera.  Este arado que penetraba en la tierra y producía el corte en el suelo y lo volteada con la vertedera, dejando abierto un surco en su recorrido, se expandió con éxito por toda Europa. En 1730, el holandés Joseph Foljambe, construyó en Inglaterra un nuevo arado de forma triangular que redujo la tracción aprovechando mucho mejor la fuerza de tiro que se utilizaba por aquel entonces en Europa: elcaballo. Este invento, conocido como arado Rotherham, marcó el comienzo de la fabricación industrial y su desarrollo fue imparable y afectó al diseño y la funcionalidad de las herramientas agrícolas de ese momento. Quien llevaría a su mejor expresión a este arado fue un herrero llamado John Deere que en 1837 sustituyó las cuchillas de hierro fundido por otras de acero y cambió la forma de su diseño. El nombre “arado de mancera” le viene de las dos partes con las que el agricultor maneja el arado y, probablemente, viene del latín: manus Los modelos más comunes son para una yunta, pero hay otros más pesados para dos o más yuntas. El timón de estos arados es corto y el tiro para la yunta se hace con una soga o una cadena. Para regular la penetración en el terreno se usa una rueda de profundidad en la parte delantera del timón que tiene la altura regulable. Para roturar y voltear la tierra se emplea una sola vertedera y dos para hacer el surco y el cultivo.

25 de Mayo de 1910

Fue un martes de fiesta patria, la escuelita tenía apenas un año de existencia y 84 alumnos matriculados en sus dos primeros grados. Seguramente el acto protocolar con Himno, discursos y representaciones de los alumnos se completó con asado, destrezas criollas y baile antes del atardecer. Nadie podía faltar a este importante acontecimiento en la Villa que comenzaba a nacer. “Concurrieron más de 250 personas, lo que quiere decir que estuvo toda la población” escribiría en su Libro de Actas el Director, don Francisco Agüero Porro, quien justamente aparece en el centro de la foto.

La Gundka 5

En el año 1919 se fundó la fábrica de juguetes «Spielwarenfabrik Greppert & Kelch» en la ciudad de Brandenburg, Alemania. Al año siguiente la compañía se convirtió en «Gundka Werke» cuando el diseñador Paul Muchajer construyó la máquina de escribir. En la Gundka los caracteres se seleccionan a través de una plantilla. De las tres teclas que están a la izquierda, la negra sirve para imprimir la letra escogida, la amarilla los números y los símbolos y la roja es el espaciador. La empresa empleaba a unos 500 trabajadores y se produjeron más de 80.000 ejemplares de esta máquina de escribir económica que se comercializó en diversos países con diferentes nombres: Frolio, Scripta, Perlita, Gepro cada modelo tenía pequeños cambios. La producción de máquinas de escribir cesó en 1927 y la compañía continuó produciendo juguetes hasta la década de 1960.

Museo Histórico Regional «24 de Agosto»

Con esta circular, que aún era de uso común por esos tiempos, se le daba un carácter formal a una invitación ya charlada en diferentes encuentros entre vecinos y amigos que compartían diversas actividades. Aquel viernes de fines de octubre se reunieron en un aula de la escuela y se habló de los distintos pasos que deberían realizar para lograr el objetivo de tener un museo dentro de la Villa. Acordaron que lo más importante sería conseguir un lugar donde poder reunir los objetos que irían recolectando y darse una manera administrativa para poder registrarlos. Al final de esa primera reunión se llevaron el nombre de “24 de Agosto” para su futuro museo, a propuesta de Lilí Ruiz Moreno y por ser la fecha de inauguración de la Villa. También salió la integración y distribución de cargos de la nueva Comisión: Presidente: Juan Carmelo Salamone Vicepresidenta: Juana Evangelina Ruiz Moreno de Ziegler Secretario: Luciano José Cángeri Prosecretaria: Susana Pellenc de Ruiz Moreno Tesorera: Alicia Landra de Iriondo Protesorera: Liliam Graciela Bianchini de Di Benedetto Vocales: Elba María Iglesias de Salamone, Marta varela de Cumar, Víctor Julián Tricárique, Águeda Carlota Chaparro de Kochendoerfer y Elsa Cristina Iglesias de Lescano Se propusieron como fecha de inauguración el 24 de Agosto del siguiente año junto con la redacción de un estatuto para el funcionamiento del museo. A partir de allí vinieron días de mucha actividad. En especial luego de que el intendente Carlos L. Acedo acordó el alquiler de un local y se puso a disposición para los trabajos de instalación. Se alquiló un espacio a Eva Hortensia Tesoro de Salamone en la calle 25 de Mayo 376 y se comenzaron los trabajos para adecuarlo con la compra de tablones de madera y la fabricación de soportes para la instalación de los estantes. Promocionando la idea por la Villa y la zona rural, se lograron recolectar más de cuatrocientas piezas donadas por distintos vecinos que ahora tendrían un lugar donde mostrar y volver a ver sus recuerdos familiares. En la tarde del lunes 24 de agosto de 1987, tal como se lo habían propuesto en aquel primer encuentro, se realizó el acto inaugural del nuevo Museo. Sobre la calle 25 de Mayo se agolpaba una buena cantidad de vecinos con la presencia de todas la fuerzas vivas del pueblo, intendente, jefe de policía, juez de paz y las delegaciones escolares con sus banderas de los distintos niveles educativos. Entre ellos se destacaba la presencia de los últimos descendientes directos de los fundadores, en este caso tres de sus nietos: Gertrudis E. C. Ziegler, Eduardo Enrique Ziegler y Federico Germán Ziegler. Junto con el intendente fueron los encargados de cortar las cintas para dar inaugurado el Museo Histórico Regional “24 de Agosto”

El primer Maestro

En 1903, durante la gobernación del Dr. Enrique Carbó Ortiz,  el Consejo General de Educación era presidido por el profesor Manuel Pacífico Antequeda. En una gestión que duraría poco más de once años, Antequeda llenó de escuelas la provincia, más de 200 creadas y construidos más de 150 edificios escolares, especialmente en la zona rural donde era mayor el analfabetismo. Dada la falta de maestros, se creó en 1904 la Escuela Normal Rural «Juan Bautista Alberdi» que, al ser de maestros rurales, agropecuaria e industrial, fue una de las primeras en su tipo en toda América. Durante el tercer mandato de Antequeda, se crea la Escuela Rural de “Estación Hasenkamp” mediante una Resolución del 29 de abril de 1909 y en la misma se nombra como primer maestro a don Francisco Agüera Porro, un español de 39 años que hacía apenas uno que había llegado al país. Oriundo de Málaga, después de realizar los estudios primarios y secundarios ingresó al Seminario Conciliar donde permaneció por cuatro años. Pero, convencido de que su camino no era el de ser sacerdote, abandonó el Seminario y trabajó algunos meses en las obras del puerto de la ciudad realizando trabajos administrativos. Luego se trasladó a Granada para estudiar en un Colegio Mayor donde se recibió de Maestro en Letras. De regreso a su pueblo abrió una escuela particular y, dadas sus relaciones, sus alumnos eran en su mayoría de buena posición económica. Además, daba lecciones de guitarra a domicilio a niñas de la mejor sociedad de la villa. En 1896 se casó con Isabel Porras con quien tuvo cinco hijos. Por esos años se había dado el desastre bélico de la guerra de independencia de Cuba y el agrandado triunfo en la llamada Guerra de África contra el sultanato de Marruecos por lo que el sistema de servicio militar en España era muy estricto con una duración de hasta doce años en total, de los que tres eran de servicio activo y el resto como reservista con la incertidumbre de ser convocado en cualquier momento Don Francisco pensando en sus hijos y para evitarles esa desgracia, tomó la drástica decisión de emigrar a la Argentina donde ya vivían algunos de sus parientes. Llegó a Buenos Aires en la mañana del 9 de diciembre de 1908 y de ahí se trasladó a Paraná donde fijó su residencia. Pronto hizo amistades y, aunque había traído buen capital de España, buscó empleo en el Ferrocarril, pero no fue de su gusto y lo abandonó. Con la mediación de unos amigos se presentó como docente en el Consejo de Educación. Fue aceptado de inmediato pudiendo elegir escuelas de la misma ciudad o de los alrededores. Cuando vio entre las ofertas la posibilidad de ser el primer maestro de un pueblo recién inaugurado metido en plena selva de Montiel, no lo dudó. En el mes de abril de 1909 partió con toda su familia hacia la Estación Hasenkamp con la oferta de un sueldo de $90 más un suplemento de $10 para limpieza y casa. La nueva escuela comenzó a funcionar el 15 de mayo, muy poco después de su llegada. La propiedad pertenecía a Ernesto Luchessi  y contaba con un rancho grande con paredes de ladrillo sin revocar, asentados en barro, y techo de paja a dos aguas que estaba en el centro del lote que da a la esquina de calle Sarmiento y diagonal Libertad. La casa de familia sí estaba revocada y pulcramente blanqueada. Había una cocina grande de material y techo de zinc y un pozo de balde de unos cinco metros de profundidad. Pronto reunió un buen número de alumnos con jóvenes de las más diversas edades, concurrían niños de seis años con muchachos de veinte o más dado el alto grado de analfabetismo. Se destacaba entre ellos la figura, siempre de traje, del director y maestro con su notable personalidad. La actividad de la Villa comenzaría a tener un lugar protagónico en la nueva escuela compartiendo diferentes actos académicos que allí empezaron a realizarse. Uno de los aportes lo daría su hijo Juan que era un gran ejecutante de la flauta y cuando vivían en España tenía una banda con otros quince integrantes mayores que él. Junto a otros jóvenes de Hasenkamp, que tocaban la guitarra y el clarinete, daban conciertos en cada reunión que se realizaba. Aunque la escuela había iniciado muy rápido su actividad, no todo marchaba con la misma velocidad. Se necesitó de otra resolución, la del 5 de enero de 1910, para autorizar el pago mensual de los treinta pesos moneda nacional por el alquiler del local, incluidos los meses adeudados desde su inicio. La escuela dependía de la Subinspección que funcionaba en Pueblo Brugo y, al año siguiente, cuando se inició el Segundo Grado, se nombró como ayudante a la Sra. Isabel Porras, esposa del Director, quien sería la maestra del Primer Grado con un sueldo de $ 60. Por esos tiempos la mayoría de los maestros no tenía título y se recurría a personas que tuvieran alguna instrucción para cubrir las vacantes. Una de las acciones de Manuel P. Antequeda fue la de prohibir el ingreso de maestros sin los títulos correspondientes. Entonces se implementaron los llamados “Cursos Temporarios” para que los maestros de campaña pudieran capacitarse y obtener sus títulos habilitantes. Por ello, en 1911 don Francisco Agüera tuvo que revalidar su título en la Escuela Normal Rural Alberdi y su esposa, doña Isabel, mediante estos cursos, también obtuvo su diploma de maestra. El matrimonio permaneció en la escuela de Hasenkamp hasta el 13 de mayo de 1913, en que se resuelve su traslado a la Escuela de General Paz, vecina a la localidad de Cerrito.

Familia Hasenkamp

Primera «casa de material»

Poco a poco las primeras casas comenzaban a ocupar los lotes en las manzanas recién diseñadas del pueblo. Sobre los terrenos se levantaban varias casas de zinc que brillaban al sol con sus chapas acanaladas en las paredes y el techo. Eran los habitantes más pudientes del momento. También se sumaban innumerables ranchos de paja de peones y hacheros que ahora eran nuevos pobladores. En 1911 aparece la primera “casa de material” ostentando sus paredes de ladrillos asentados en cal y arena, su enorme frente de cuatro metros de altura y su techo a una sola agua que dejaba caer la lluvia al aljibe del patio interno. Esteban Bogado era su propietario y había contratado a albañiles italianos para su nueva mansión. Los constructores recién llegados pronto multiplicarían su arte y en el pueblo crecerían sus desmesuradas viviendas El ladrillo aún no se producía en el lugar y debía ser traído de lejos. Junto con los enormes tirantes de pinotea que sostenían los techos, era un material muy costoso. Tal vez por eso se los lucía en esas primeras casas sin revoque.