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Pista “Cuidame el nene”

A principio del siglo XX el cine era una novedad poco frecuente entre las pequeñas localidades provincianas y José Cotti había encontrado su oficio. Así llegó a la Villa con sus proyectores y una carga de latas con películas y en el mismo Hotel Italiano donde se hospedaba armó su provisoria sala de cine.

Desde allí comenzó a andar por distintos lugares llevando sus funciones cinematográficas. Pronto surgió la idea de instalar una sala de cine estable en la creciente villa que además reunía una importante comunidad rural. Una razón de peso fue que Hasenkamp era uno de los pocos pueblos que en esa época poseía una usina eléctrica propia y otra, que el amor le había llegado con Felisa la hija del dueño del hotel.

José Cotti

Precisamente con la ayuda de sus suegros, Margarita y Miguel Bertignono, padres de su nueva esposa, compró un terreno en la manzana 14, lote “a”, que había pertenecido a Clemente Barco quien, a su vez, lo había adquirido de los Hermanos Hasenkamp y escriturado a su nombre en 1909.

En la esquina de la entonces calle Uno y calle Cuatro, hoy Presidente Perón y 25 de Mayo, levantó su edificio para la sala de cine. El albañil contratado para la obra fue Guillermo Marcuzzo, uno de los constructores italianos que iba dejando su marca en edificios por la villa.   

Era una construcción de dos plantas y balcón corrido en el frente, importante para esos comienzos de la década del ’40. Dos amplios ventanales hacia cada una de las calles de la esquina donde exponer los afiches de publicidad de las películas y una doble puerta que daba ingreso a un hall, un bufet, la boletería y la entrada a un amplio salón. Por una escalera se accedía a la planta alta donde se encontraba la sala de proyección del flamante “Cine Central”.

En el lateral izquierdo del edificio había un gran espacio libre que pronto fue convertido en pista de baile. Antes del inicio de la proyección de la película una matiné danzante reunía a las familias de la Villa y de las zonas rurales. Con el tiempo el interés por el cine fue quedando atrás, en especial por la dificultad y el costo de conseguir películas nuevas que dependían de las distribuidoras de la ciudad de Santa Fe, por lo que solo quedaron las reuniones bailables.

Los bailes comenzaban con las últimas luces del atardecer y la usina eléctrica de Federico Kochendoerfer le daba iluminación eléctrica hasta la medianoche. Cuando el baile se prolongaba, aunque nunca más allá de las tres de la madrugada, había que tener prevista una buena cantidad de faroles.

Luego surgieron los grupos electrógenos como el que poseía “Sonido Belgrano” de Varisco y Treppo y equipos de sonido que funcionaban a batería como los utilizados por “Publicidad Hasenkamp” del maestro Hasin Esmedi.

Estas reuniones danzantes eran todo un evento familiar. Sentados en mesas con mantel que circundaban la pista de baile, significaba todo un reto para los caballeros conseguir una dama para bailar. Había que acercarse a la mesa atravesando la pista, saludar a toda la familia, donde incluso hasta podían estar los abuelos, y pedir permiso para salir a bailar. Luego de un juicio por jurado se podía dar el veredicto de aprobación que permitiría a los jóvenes salir a bailar.

El conjunto de bailarines mantenía un sentido del tráfico, es decir, todas las parejas iban girando alrededor de la pista en el sentido de las agujas del reloj ante la atenta mirada del sector mayor que vigilaba desde las mesas el andar de los movimientos.

También era característico que los hombres mayores se reunieran en una mesa aparte para compartir una conversación y una copa, mientras que sus esposas ocupaban otra mesa junto a sus hijas para mantenerse informadas sobre aquellas noticias sensibles para la vida social de la Villa y, sobre todo, informarse con sumo detalle acerca de los posibles pretendientes de sus hijas.

Esta participación familiar de los bailes tan común en las décadas del cuarenta y cincuenta, ha desaparecido en la actualidad y solo ha quedado restringida a determinados momentos y festividades del año como puede ser un cumpleaños de quince o una fiesta de casamiento. También ha contribuido a esto el hecho de que los hijos ya no consumían la misma música de los padres, ni la forma de vestirse e, incluso, la manera de bailar juntos había mutado a parejas sueltas.

En esos tiempos los hombres, jóvenes o mayores, asistían a las reuniones bailables de saco y corbata, en algún caso la corbata era reemplazada por un pañuelo al cuello. Para el verano era frecuente que los sacos quedaran en los respaldos de las sillas.

Por aquella época las orquestas que animaban los bailes iban transitando diferentes estilos. Estaba la orquesta típica que interpretaba tangos y milongas y la orquesta característica,iniciada por el músico Feliciano Brunelli, que buscaba incorporar distintas músicas bailables como pasodobles, marchas, valses, foxtrots, tarantelas, rancheras, música tropical y una variedad de ritmos que querían bailar aquellos que no se animaban con el tango.

Según Julio Cortázar “Estas agrupaciones fueron el summun de la amalgama rioplatense de razas y culturas con un repertorio alegre y despreocupado de tangos, rancheras, valses criollos, milongas camperas, polcas, tarantelas y pasodobles”. Fue una síntesis musical y cultural entre el inmigrante, el migrante y el porteño, entre lo rural y lo urbano.

Para los bailes de la Villa en la pista del cine, de los clubes o de las zonas rurales sobre un carro ruso con las parejas bailando alrededor, las orquestas reunían los temas de las típicas y las características.

Pero el momento cumbre de los bailes era el carnaval con un público multitudinario que podía asistir disfrazado, con máscaras o antifaces si así lo deseaba y, a determinada hora de la noche, se jugaba lanzando agua perfumada, papel picado y serpentinas.

Para esa época la Villa había tenido un importante avance poblacional con el desarrollo del acopio de cereal y leña junto a un creciente poblamiento rural con nuevos colonos, en especial la inauguración de la Colonia Oficial N°4 lo que había propiciado el crecimiento de una clase más acomodada económicamente. Acopiadores, comerciantes, profesionales, dueños de campos y ganaderos comenzaban a diferenciarse del resto de la población, empleados, peones, changarines, estibadores, y hacheros. Esta división de clases también se estableció en los bailes del “Cine Central” con dos pistas, una para la clase más acomodada y la otra más popular.

Además de la calidad del mobiliario, las pistas de baile también se diferenciaban en que las familias de mejor pasar económico, por lo general, asistían al baile sin sus hijos pequeños, en cambió en la popular era común que asistieran familias enteras. Eran familias numerosas donde la madre podía tener un hijo de pecho y, a su vez, su hija mayor ya estaba casada y con hijos, por lo tanto, salir a bailar era turnarse para cuidar a los más pequeños. Madres, hermanas o suegras debían cumplir el rol de niñeras para que la pareja pudiese bailar algunas piezas juntos, por lo que en cada inicio de arranque de la orquesta lo que se escuchaba en el ambiente era: “Cuidame al nene”. La frase, de tan repetida, quedó y entre los habitués fue la nueva manera de llamar a esa pista de baile.

Con el tiempo y los nuevos movimientos sociales, la división de clases fue desapareciendo y quedó una sola pista democrática para todo el público. José Cotti cerró finalmente su cine y el local fue alquilado por instituciones del pueblo. Primero lo ocupó el Club Atlético Hasenkamp y, para mediados de la década del cincuenta, fue la sede del Club Juventud Sarmiento.

En esos años la pista volvió a revivir sus mejores épocas con los fabulosos bailes de carnaval de Sarmiento que reunieron multitudes y abrieron una nueva historia para viejo edificio de Perón y 25 de Mayo.

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