27 de junio de 1951
Eduardo Hasenkamp llegó en 1866 desde Alemania en busca de su futuro y en su recorrida por el país comenzó a tejer el sueño de ser hacendado.
Junto a su hermano Federico, compraron un campo de dos leguas cuadradas de monte en el espinal y, sobre una lomada entrerriana, levantaron su hogar al que llamaron “Los Naranjos”.
Cuando el ferrocarril estiró sus caminos de hierro, los hermanos Hasenkamp ofrecieron su campo para el cruce de las vías y el 24 de agosto de 1906 presentaron los planos de la futura villa que guardaría su nombre.
Ese primer diseño contaba con un terreno para la estación y veinticinco manzanas. Mientras las vías se prolongaban y el tren resonaba en ellas, el plano de la villa comenzó a hacerse real.
Los primeros en llegar fueron los ingenieros, topógrafos y peones del ferrocarril y, junto a ellos, los proveedores de mercancías y el primer almacén frente a la estación.
Durante varios años fue punta de riel, allí donde terminaban las vías, y centro de concentración de los productos de la zona con vagones que regresaban rebosantes a la ciudad capital.
Con el arribo de los colonos el monte cambió por campos de trigo y se inició el acopio de cereales con flota de carros y el silbato de los motores a vapor que cada diciembre anunciaba el inicio de la campaña.
Apellidos criollos como Balcaza, Iglesias, Godoy, Nieto y tantos otros, comerciantes, peones en la cosecha, la estiba, el desmonte, la hacienda o carreros, se mezclaron con los de inmigrantes venidos de todos los puntos y comenzaron a poblar la nueva villa tejiendo nombres y orígenes en una trama inseparable.
El español Agüera Porro abrió la escuela y Juan Borré la primera botica, después llegarían los doctores Brage Villar y Haedo. Las noches fueron iluminadas por la usina del alemán Kochendoerfer y en la herrería de los hermanos Bergna y de Mayer se forjó el hierro de los primeros galpones y tinglados.
Los albañiles constructores, Pasutti y Marcuzzo rompieron el horizonte con sus edificios desparramados por la geométrica planicie y cambiaron por ladrillos las iniciales paredes de chapa.
Los Bertignono abrieron el Hotel Italiano y Cotti, iluminó las noches de los domingos con su cine, mientras el zaino con pechera de plata del comisario Mendoza recorría las calles rumbo a su destino.
Los “turcos” y judíos aquietaron sus carromatos de mercadería ambulante y desplegaron sus comercios de novedades que llegaban hasta la vereda.
Los jóvenes deportistas pintaron de rojo o de verde sus camisetas para jugarse la pasión en potreros que se institucionalizaron con los colores de Atlético y Sarmiento.
La estafeta se hizo correo, el destacamento, comisaría, hubo registro civil y juez, banco, sociedad rural, iglesias con sacerdotes y pastores, la escuelita se duplicó en jardín, en secundaria y en terciario.
El tanque de chapa remachada construido en el taller de Mayer y la vieja bomba se agigantaron en un nuevo tanque y la red de agua potable y cloacas extendió su red por las crecientes viviendas y en cada una también se encendió la luz eléctrica.
Tuvo festival propio con la democracia y las pequeñas murgas se hicieron comparsas para llevar el carnaval por el país.
Creció, como la caminata de los jóvenes que lleva en andas la fe de miles en la “Peregrinación de los Pueblos”.
Y crece.
El viejo plano de los sueños iniciales de la Villa estira incesante su desarrollo porque un 27 de junio de 1951 se recibió de Municipio con formal decreto provincial.