Adiós Robin Wood
Abro el celular y leo el mensaje de Rubén Boladeras que me deja pensativo: “Se murió Robin Wood”. Para cualquier joven millennial poco le diría escuchar semejante noticia o, tal vez, le causaría gracia si lo confundiera con el Hood del siglo XVII. Pero este Robín no era de Nottingham ni le robaba a los ricos para dárselo a los pobres, este era un Robín paraguayo.
Robín Wood, autor de historietas y tal vez el responsable de muchos de los mejores momentos de quienes crecieron en la Argentina en la segunda mitad del siglo XX. El que publicaba con seudónimos porque no le creían que se llamaba así, Wood, nacido en Caazapá el 24 de enero de 1944, de ascendencia irlandesa, hijo de inmigrantes australianos radicados en Paraguay.
Paraguayo de nacimiento, argentino por adopción y ciudadano del mundo por elección, fue más leído que muchos de los grandes autores, pero ninguneado por su condición de autor de historietas, tal vez, demasiado popular para ser tomado en serio.
Cuando me encuentro con el Dr. Luis Yelin, gran lector de historietas, le pregunto si se había enterado de la noticia de la muerte de Robín Wood el 17 de octubre. “Sí, me dijo, mi hijo me llamó de Rosario para darme la noticia”.
Cada semana los quioscos de diarios despachaban centenares de miles de ejemplares de revistas como El Tony, D’Artagnan, Fantasía e Intervalo de la Editorial Columba donde toda una generación de talentosos autores daba vida a fantasías gráficas que competían mano a mano con las mejores producciones del género a nivel mundial.
Las tres primeras eran historietas de acción, en cambio en el Intervalo había adaptaciones de películas, de telenovelas y tenía un perfil más familiero orientado a un público femenino, era más romántica, como se decía entonces, más de “minitas”. Pero qué varón no le echaba un vistazo a “Cuentos de Almejas” o a “Mi novia y yo” cuyo autor era Robín Wood con dibujos de Carlos Vogt.
Trasladado a Buenos Aires a comienzos de los ‘60 se cruzó con otro genio, el dibujante Lucho Olivera, con el que compartió una extravagante afición por las culturas antiguas de la Mesopotamia y de esa sintonía nació “Nippur de Lagash”, el guerrero de la antigua Sumeria. Comenzó a publicarse en 1967 hasta 1998 con más de 470 episodios, con personajes como el gigante Ur-El de Elam, la princesa Nofretamón y la bellísima reina amazona Karien, la Roja, el amor de su vida y madre de su hijo. Es altamente probable que Nippur haya sido la obra de ficción más leída de su tiempo.
El magistral Dago, cuyas historietas tuvieron un enorme éxito en Europa, particularmente en Italia considerado un ícono del cómic italiano, narra el devenir de un noble veneciano en los tiempos del Renacimiento que, tras caer en desgracia, es vendido como esclavo y se convierte en espadachín justiciero, con el trasfondo de las disputas entre musulmanes y cristianos a ambos lados del mediterráneo, llegando a ser el preferido de Umberto Eco. “Dago me apasiona mucho”, llegó a decir el semiólogo de fama mundial.
Había que juntar las monedas de los mandados, hacer alguna changa, tal vez, la venta de huesos o vidrios en la barraca de Don Cesario para comprar algún ejemplar de estas revistas. Y cuando no se podían comprar, existía el intercambio con otros fanáticos lectores. Por eso. le pregunto a Luis Yelín con quién intercambiaba revistas y me nombra a Cacho Crispens, a Briki Cortés y a mi hermano Alberto, a quien yo se las sacaba para leerlas. Aunque más recuerdo su impresionante colección de revistas “El Gráfico”, las que le pedía prestadas para saber sobre el Estudiantes de Zubeldía con la bruja Verón, Bilardo, el Bocha Flores, la defensa con Aguirre Suarez y Madero, el Racing de José, con Perfumo, Basile, Conigliaro, los 18 años sin título de River, el glorioso Boca de Marzolini, Rojitas, Madurga, Potente y los siempre campeones de América, el Independiente de Pastoriza y Pepe Santoro.
Cuando lograba reunir el dinero para comprar una revista buscaba la que tuviese publicada alguna de mis historietas preferidas. Uno de ellas era la del inefable “Pepe Sánchez”, primer espía del Río de la Plata, el agente 00 Sánchez, típico muchacho de barrio, familiero, gran amigo, amante del tango, las mujeres y el mate, hincha fanático de Chacharita, reclutado por el “CES” (Centro de Espías Sofisticados), dedicado a salvar a la humanidad enfrentándose a “Spectrum” y a “Kosmos”, organizaciones mundiales del delito o a “CAOS” (Circulo de Asesinos Oportunistas y Saboteadores), a la “Asociated Chumbo´s o a la Asesiné -con-una-sonrisa-Incorporated”.
Cada misión le deparaba un nuevo amigo y dos o tres mujeres, sus jefes le gritaban por su irresponsabilidad y negligencia, pero a su vez, lo felicitaban por su incomprensible efectividad. Quién lo sacaba de quicio era su ayudante John Philips Gutiérrez, el agente 0017, miope, daltónico, eterno estudiante de inglés que nunca domina y tan torpe como el agente 00 Sánchez. El 00 era la nota que había sacado en el examen de ingreso a la organización de espías.
Se ha ido Robin Wood a los 77 años y, a lo largo de innumerables historietas, con sus personajes nos ha llevado a distintos lugares del mundo y a distintos tiempos. Estuvimos en el lejano oeste de los “pistoleros” -como los llamábamos aquí- con “Jackaroe”, a la Nueva York de Al Capone con el pequeño policía “Savarese”, al desierto africano con “Aquí La Legión”, a la Rusia zarista con “El Cosaco” y a tantos otros lugares y tiempos.
Nos quedan “Dennis Martín”, “Dax”, “Or-Grund”, “Mojado”, “Los Amigos”, “Wolf”, “Morgan” y una muy larga lista de espías, guerreros, vikingos, piratas, aventureros con la galería de personajes más extensa y magnifica de la historieta argentina que acompañaron nuestra juventud.