Marcas del ganado
Los principales aspectos de la norma son los siguientes: los propietarios debían presentarse con sus respectivas marcas ante los alcaldes de hermandad y jueces territoriales de su correspondiente distrito, quienes serían los encargados de tomar una razón del nombre y apellido de cada dueño de marcas, el lugar de su vecindad, las señas que usaban en sus haciendas y, por último, estampar la respectiva marca. Todo ello debía quedar registrado alfabéticamente en un libro “formal en blanco que costeará el Poder Ejecutivo de los fondos del Estado”.
Practicados los registros pertinentes, se confeccionarán “mapas de todas las marcas observando el orden alfabético y a la inmediación de cada una de ellas el nombre y apellidos del propietario con sus respectivos números en papel de marquilla: a más del mapa original que debe estar archivado, cuatro restantes departamentos”.
Una historia de marcas y señales
Desde que el ser humano domesticó a los animales y le asignó un valor de mercado se preocupó por garantizar su posesión, de individualizarlos. Como se trata de semovientes que pueden escapar de su dominio y ser apropiados por otra persona que alegue posesión de buena fe, idearon formas de identificarlos mediante marcas o señales. Por cierto, esas rúbricas a fuego también se aplicaron para consagrar propiedad de los esclavos.
Las marcas, posteriormente, desembocaron en la fórmula utilizada para legalizar la pertenencia del ganado de forma oficial. Para tener una idea, los registros más antiguos se remontan a 9.000 años antes de Cristo, con muy diversos sistemas para señalar a los animales.
En 1576, ya instaurada la Gobernación del Río de la Plata dependiente del Virreinato del Perú, fue decretada la obligatoriedad de marcar el ganado. Juan de Garay y su yerno Hernandarias fueron los primeros estancieros en el Río de la Plata y la primera “yerra” precisamente se realizó ese año en Santa Fe la Vieja.
La rigurosidad de esta legislación llevó incluso a que en 1606 se decretarse en Buenos Aires la prohibición de sacrificar o vender cualquier animal que no estuviese marcado.
Para controlar las actividades ganaderas, el Cabildo de Buenos Aires creó en 1609 una oficina exclusiva para el registro de marcas y el primer ganadero registrado fue Manuel Rodríguez, cuya marca tenía dos bastones cruzados.
Ya en ese entonces se diferenciaba entre “señal”, hecha en la oreja del vacuno u ovino, y “marca” al signo aplicado en cualquier otra parte del cuerpo.
Para los ganaderos de entonces la marca significaba mucho más que la identidad de sus reses. Era también una señal de su reputación, un escudo de armas y de cada historia familiar porque, con el agregado de algún símbolo al pasar de padres a hijos, las marcas se heredaban de generación en generación.
Una tradición sostiene que el término cabayú cuatiá, que nombra al arroyo que rodea la ciudad de La Paz, significa “caballo marcado”, refiriéndose al caballo con dueño, señalado con la marca de hierro sobre su piel, por oposición al orejano.
La yerra
La yerra era el momento en que los vecinos se reunían para llevar a cabo las tareas de marcación de los animales y también la señalada, descornado y castración. Era la oportunidad para demostrar las destrezas criollas y festejar el encuentro.
Martiniano Leguizamón, con su maestría, nos deja un vívido retrato de las yerras de antaño.
“En un descampado del pajonal, como un manchón moviente de bigarrados colores, mugía el ganado y se apeñuscaba chocando las astas, para mirar con esos ojos enormes y mustios que parecen henchidos de la apacibilidad de las praderas, al grupo de jinetes que andaban eligiendo los terneros orejanos. Un vaho tenue, formado de alientos, flotaba sobre aquella masa uniforme que agujereaba al pronto, la aguda cornamenta de algún toro al levantarse bramando amenazador.
Hacia un costado del rodeo, una carreta desuñida alzaba en la diafanidad azulada, el crucero del pértigo; al lado, ardía el braserío de una fogata donde se calentaban las marcas, y en torno, varios mozos de catadura y vestimenta diversas, se movían con desgano friolento, preparando sus lazos.
“Elegido el ternero, taloneaba el jinete su caballo revoleando la ‘armada’ hasta tenerlo a tiro; zumbaba la trenza viboreando en el aire y se ceñía en las astas o en el pescuezo del animal. Huía éste hasta que el lazo cimbreando quedaba tenso. Bregaba reculando aún, enterraba las partidas pezuñas en el pasto húmedo y balaba desesperado; pero el jinete, castigando su cabalgadura, se dirigía hacia el fogón, al trote largo, llevado a la rastra a su presa gimiente.
“Dos o tres ‘piales’, hábilmente aplicados y el ternero, medio asfixiado, caía balando, mientras los ‘pialadores’ le maneaban las patas con un cordel. La operación, casi sin variantes, se repetía varias veces, hasta que el tarjador (el que aplica la marca), gritaba ¡Basta! Una leve humareda, al asentar la marca candente sobre el cuero peludo, seguida de un balido lastimero y los animales, libres de las ligaduras, chorreando sangre, con los ojos turbios de dolor, se enderezaban temblorosos para alejarse en busca de sus madres, que allá, en la orilla del rodeo, trotaban inquietas, mugiendo con ecos broncos.”
Los Hasenkamp
El 24 de junio de 1919 el Poder Ejecutivo de la provincia de Entre Ríos emitió el Título de Marca para el ganado de la sociedad Hasenkamp Hermanos, que dieran origen a la localidad entrerriana de ese nombre, con un diseño muy particular.
La marca aprobada tenía el dibujo de la Cruz de Hierro, una condecoración instituida en 1813 en Prusia durante la Guerra de Liberación en contra de Napoleón Bonaparte. La misma fue retomada en la Primera Guerra Mundial y, luego de la derrota, en vez de perder prestigio se convirtió en un símbolo de orgullo militar y fue una de las condecoraciones más famosas a nivel mundial.
La elección de este diseño tenía una historia muy personal para los hermanos estancieros. Eduardo Pablo, el hijo menor de Federico Hasenkamp, estaba en Alemania cuando se inició la Primera Guerra y se incorporó como voluntario. Al año siguiente, con 17 años, fue herido gravemente y recibió la Cruz de Hierro por su valor en combate.
Después de recuperar su salud, regresó a la guerra y cayó en combate el 26 de septiembre de 1918 al sudoeste de Gercourt.
Rubén I. Bourlot
Artículo publicado en EL DIARIO, Paraná, 19 de agosto de 2022
https://www.eldiario.com.ar/218290-marcas-para-proteger-el-ganado/