Peña San José
La década del ’60 marcó una época muy propicia y brillante en lo que respecta al surgimiento del folclore nacional, apareciendo como un auténtico rescate cultural con proyección de futuro: la música y danza tradicional. En ese tiempo aparecieron de una manera particular: Los Fronterizos, los Chalchaleros, los Quilla Huasí, los Tucu Tucu, Eduardo Falú, el inolvidable Atahualpa Yupanqui, Juan Carlos Dávalos, como así también los entrerrianos Hermanos Cuesta empezaron a dar sus pasos iniciales, llegando a ocupar luego los primeros planos dentro de esta disciplina musical, destaco esto como para resaltar los de mayor trascendencia. Fueron muchos los conjuntos que calificadamente ocuparon lugares preponderantes dentro de este espectro artístico. Contagiados por ese devenir fantástico de canciones, que por suerte se recuerdan permanentemente, toda la ciudadanía entonaba o silbaba los distintos ritmos como para rendirle el culto merecido, llegando en muchas instancias a formar grupos o conjuntos regionales que reunían a jóvenes para un sano esparcimiento.
Dado este florecimiento entusiasta surgió en un nivel de primerísima calidad “Cosquín, capital nacional del folclore”, en esa estupenda ciudad cordobesa, que reúne anualmente en el primer mes del año a los cantores populares argentinos y en muchas oportunidades a delegaciones extranjeras que muestran al mundo toda su riqueza cultural.
En Hasenkamp no pudimos escapar a esas atracciones melódicas y más aún con la difusión casi endémica que se hacía especialmente por la radio, muchas veces con Tito Cangeri y Juan Ángel Tricárique nos poníamos a modular temas dándoles el tinte particular de cada uno, éramos mancebos de poco más de veinte años y con ganas de emprender cosas distintas a las que estábamos acostumbrados a realizar.
El famoso poeta y humanista hindú Rabindranath Tagore decía: “Si cerráis las puertas a todos los errores, la verdad quedará afuera”. A nosotros no nos importaban los errores y empezamos alimentando fantasías con humildes y limitados sueños, así nacieron los “Rastreros”. Generalmente el acompañamiento instrumental estaba a cargo de Luis Tano y Pacho Sánchez, este último fue quien le dio nombre al conjunto merced al origen campesino que llevábamos muy adentro que por otra parte nos enorgullecía.
Estos dos excelentes guitarristas actuaban en agrupaciones del pueblo y con sus experiencias asesoraban permanentemente todas nuestras inquietudes.
Concretando los primeros aprendizajes y para completar cuatro voces incorporamos a Cucho Bogado, compañero de promoción de la primaria.
Después de un tiempo nos sumamos a la Peña San José que orientaba Avelino Silva, muy conocido de Hasenkamp por su trayectoria como enfermero del Hospital Brage Villar, que junto a varios mozalbetes de la villa bailaban folclore. Fue un grupo excepcional que además de responsabilizarnos del compromiso, disfrutábamos de todo lo que hacíamos.
Lo conformaba, el director ya nombrado, Avelino Silva, Titi Pasutti, Chela Piedrabuena, Águeda Chaparro, Tuqui Aquino, Margarita Schonfeld, Cucho Bogado, Juan Tano, Pochi Narváez, Mitio y Olga Orsich, Cielo Varela, Víctor Julián Tricárique, Chola Franco, Carlucho Kochendoerfer, Tito Cángeri, Elena Bonzi, Pepita Giménez, Juan Ángel Tricárique, Luis Tano, Pini Godoy, Beatriz Cángeri y varias personas más que no alcanzo a precisar.
Con moderado entusiasmo comenzamos a ponerle un sello identificatorio conjugando canciones, danzas y poesías. Algunas personas con conocimiento sobre el tema nos alentaban para que tomáramos la inquietud con mayor seriedad a los fines de darle una continuidad sin pausa como lo hacían los demás, pero para nosotros no era más que recreación, de igual manera nuestra sencilla obra tuvo cierta repercusión teniendo la ventura de recorrer algunos lugares como La Providencia, Crespo y escuelas vecinas que nos hacían llegar invitaciones para participar de fiestas y reuniones sociales donde mostrábamos nuestro arte de una manera gratuita poniendo énfasis en aquello de que con caridad el pobre nunca deja de ser rico.
Recuerdo que en una ocasión fuimos a actuar a una escuela de la Providencia en Alcaraz Norte, el medio de transporte era Faluchela (Luciano Carmelo Cángeri) y su camión. Tito le empezó a dar a la ginebra con ciertos bríos para mejorar la voz y poder entonar mejor, pero la fortuna no estaba de su lado, quedó completamente afónico, lo que evidentemente lo dejó fuera de escenario. Cantamos a dúo con Juan Ángel pues Cucho Bogado no había podido asistir, de igual manera nos aplaudieron a rabiar… bueno rabiaron de vernos y escucharnos, eso sí admiraban nuestro coraje.
En otra oportunidad nos invitó Haydee Tricárique (Nena) a la localidad de Crespo, era estudiante de la Escuela Privada, para ser partícipes de las fiestas de fin de curso. Presentamos las tres disciplinas: danzas, canciones y recitados.
Estábamos bailando el Pericón, el palco se conformaba de distintos tablones que al recorrerlo se hundían quedando ciertos desniveles que impedían un buen desplazamiento para las parejas en las variadas figuras de esta hermosa danza popular.
Tito bailaba con Águeda Chaparro, en un momento dado cuando iba detrás de ella le pisó el pollerín bajándoselo hasta la mitad, parecía la cola de un vestido de novia, ésta instancia le creó una postura bastante incómoda por cuanto no podía acercarse lo suficiente, apenas alcanzaba a tocarle la punta de los dedos, el bailarín transpiraba más que testigo falso y no veía la hora de terminar para tirarse del escenario, cuando así ocurrió se produjo un comentario muy risueño que recordamos durante todo el regreso.
Acto seguido el turno fue para Elena Bonzi, estaba recitando la poesía “La loca de Béquelo” de Ramón Soutier, la ejecución fue brillante, su forma de decirlo acompañado de un timbre de voz fenomenal despertó en el público un vibrante aplauso, ella iba saludando con gestos de agradecimiento dando pasitos para atrás hasta que cerraron el cortinado, no calculando bien el espacio y tiempo, cuando acordó se le terminó el tablado cayendo al piso, los demás estábamos detrás como buenos espectadores, Tito, que estaba observando atentamente, pronunció jocosamente: «¡Mirá, se tumbó la Loca del Béquelo!» Fueron momentos no muy agradables para Elenita, pero por unos momentos no pudimos dejar de exteriorizar algunas risotadas, disfrutábamos hasta de nuestros errores.
Por varios años pudimos regocijarnos a través del folclore, con anécdotas muy cómicas que siempre recordamos.
Todas estas experiencias enriquecieron, de alguna manera, nuestra juventud, quedando grabadas en el interior de cada uno imágenes imperecederas que continuamente aparecen como radiografías del pasado que marcaron, indudablemente, nuestro tránsito por la vida.
Texto de Víctor Julián Tricárique
de sus libro “Mis recuerdos…y algo más”, 2008,
Un comentario
VICTOR JULIAN TRICARIQUE
ME HACEN REVIVIR TODAS COSAS QE LEO DETENIDAMENTE, ME RETROTRAEN A MI JUVENTUD RECORDANDO INFINIDADES DE SITUACIONES EN LA PEÑA SAN JOSE, GRACIAS A LA VIDA POR DARME ESTA OPORTUNIDAD…